lunes, 26 de enero de 2009

De la enseñanza del Cardenal Ratzinger (por gracia de Dios, S.S. Benedicto XVI), 3º parte.

“Los ornamentos litúrgicos –el alba, la estola, la casulla- que el sacerdote lleva durante la celebración de la sagrada eucaristía quiere evidenciar, ante todo, que el sacerdote no está aquí como persona particular, como éste o aquél, sino en lugar de otro: Cristo. Su dimensión particular, individual, debe desaparecer para dar cabida a Cristo. “Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”, estas palabras con las que San Pablo expresa el nuevo ser del bautizado, partiendo de su experiencia personal de Cristo (Gál 2, 20), tienen una validez específica para el sacerdote celebrante. No es él el que importa, sino Cristo. No es él mismo el que se comunica a los hombres, sino que ha de comunicarlo a El. Se convierte en instrumento de Cristo, no actúa por sí mismo, sino como mensajero, como presencia de otro –“in persona Christi”-, como dice la tradición litúrgica.
“Los ornamentos litúrgicos nos recuerdan directamente los textos en que San Pablo habla de revestirse de Cristo: “En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo” dice en la Carta a los Gálatas (3, 27). En la Carta a los Romanos esta imagen está relacionada con la contraposición de dos formas de vida. Frente a los que desperdician su vida en comilonas y borracheras, en lujurias y desenfrenos, San Pablo señala el camino cristiano: “Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias” (13, 14). En las cartas a los Efesios y a los Colosenses, esta misma idea cobra una forma aún más radical en lo que respecta a la antropología del hombre nuevo: “Y revestíos del hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4, 24). “Y revestíos del hombre nuevo que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, donde no hay griego y judío; circuncisión e in-circuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo en todos” (Col 3, 10s).
“Los ornamentos litúrgicos recuerdan todo esto: este hacerse Cristo, y la nueva comunidad que ha de surgir a partir de aquí. Es para el sacerdote un desafío: entrar en la dinámica que lo saca fuera del enclaustramiento en su propio yo, y lo lleva a convertirse en una realidad nueva a partir de Cristo y por Cristo. Les recuerda, a su vez, a los que participan en la celebración, el nuevo camino, que comienza con el Bautismo y prosigue con la Eucaristía; camino hacia el mundo que ha de venir, y que, partiendo del sacramento, debe comunicarse y delinearse ya en nuestra vida cotidiana”
Fuente: Ratzinger, Joseph: “El espíritu de la liturgia. Una introducción”. Madrid: Ediciones Cristiandad. 2002.

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