jueves, 22 de enero de 2009

Santidad juvenil.


San Francisco de Sales en su libro “Introducción a la vida devota” escribe: “Contempla la escala de Jacob, que es una viva imagen de la vida devota: los dos largueros por entre los cuales se sube y que sostienen los escalones, representan la oración, que nos obtiene el amor de Dios y lo sacramentos que lo confieren; los escalones no son otra cosa que los diversos grados de caridad, por los cuales se va de virtud en virtud, ya sea descendiendo, por la acción, a socorrer y a sostener al pobre, ya sea subiendo, por la contemplación, a la unión amorosa con Dios”. La imagen que el santo utiliza para explicar el modo cómo cada uno de nosotros debemos ir creciendo en santidad es una metáfora muy elocuente. Por nuestra condición de hijos de Dios y de la Iglesia estamos destinados a ser santos, pues debemos seguir los ejemplos del Divino Maestro, tal como lo han hecho a lo largo de la historia, los hombres y mujeres que han vivido en grado sumo las virtudes teologales y cardinales. Efectivamente, cuando la Iglesia inicia el proceso que llevará a la canonización de un hijo suyo, lo propone como modelo digno de ser imitado en la vivencia de las virtudes en nuestra vida cotidiana.
La Iglesia, que es Mater et Magistra, sabiamente nos ha mostrado estos modelos de santidad con sus carismas específicos en el momento adecuado. Dentro de estos modelos, quisiéramos evocar, a propósito del título de esta entrada, que ha suscitado el Espíritu Santo ejemplos de santidad juvenil en las personas de Santo Domingo Savio y de la Beata Laurita Vicuña; el primero, hijo espiritual de Don Bosco; la segunda, de las Hijas de María Auxiliadora. “La santidad accesible a toda edad ha sido convicción perenne de la Iglesia. A reforzarla, San Francisco de Sales había reiterado el llamado universal a ella en el siglo XVII. Santos educadores habían vibrado igualmente por ese ideal”. Precisamente, ha sido Don Bosco uno de los santos más convencidos de esta realidad: “Es voluntad de Dios que todos seamos santos; es muy fácil lograrlo; al santo le está prometido un gran premio en el cielo”, decía el santo educador.
En el caso concreto de la Beata Laurita Vicuña, se trata de una niña de tan sólo 13 años que en su corta edad alcanzó en grado sumo la heroicidad de las virtudes cristianas, ofreciéndose en oblación a Dios por la salvación de su madre. El final de su holocausto es conocido. Su madre retornó al Señor y ella pudo exclamar: “¡Gracias Jesús!, ¡gracias María! ¡Muero contenta!”. El honor de los altares para Laurita Vicuña nos muestra que la Iglesia ha reconocido que la semilla del Evangelio fructificó en ella. “No se trata, entonces, sólo el elogio a una niña buena y dulce, que las hay muchas. Sino de alabar al Padre por la fidelidad total a Cristo en una adolescente en todos y en cada uno de los momentos de su breve existencia, en grado sublime. En efecto, como dice uno de sus biógrafos, “una adolescente que afronta impávida el heroísmo de la virtud, no permanece niña aún sin alcanzar la edad de la juventud: como tampoco en la apreciación y en la veneración de la Iglesia no permanecieron niñas Santa Inés y Santa Cecilia en la antigüedad, y en nuestros días Santa María Goretti”. Ellas, contrariamente a su edad, se elevaron a gigantes del espíritu. Laura, además con el mérito de ser la santa no mártir más joven de la Iglesia”.
En 1955 se inició el proceso de beatificación de la niña chilena Laurita Vicuña, quien había nacido en Santiago de Chile el 5 de abril de 1891; proceso que culminó el 3 de septiembre de 1988 cuando el Siervo de Dios Juan Pablo II la declaró beata de la Iglesia Católica y la presentó como modelo a la juventud: “La suave figura de la beata Laura Vicuña, gloria purísima de Argentina y Chile, despierte un renovado compromiso espiritual en estas dos nobles naciones, y a todos enseñe que el ideal de inocencia y de amor, aunque denigrado y ofendido, al fin brillará e iluminará los corazones”. El mensaje de la beata Laurita Vicuña, “flor eucarística de Junín de los Andes”, a la juventud de hoy es: “Pureza, sacrificio y amor filial”.
Murió en olor de santidad el 22 de enero de 1904, por eso que en este día la Iglesia venera y honra su nombre en el calendario litúrgico novus ordo. ¡B. Laurita Vicuña, ora pro nobis!

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