domingo, 16 de junio de 2013

Domingo Cuarto después de Pentecostés.

Evangelio (San Lucas V, 1-11)
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En aquel tiempo: hallándose Jesús junto al 
lago de Genezaret, las gentes se agolpaban 
en torno suyo, ansiosas de oír la palabra de 
Dios. En esto, vio dos barcas a la orilla del 
lago, cuyos pescadores habían bajado, y 
estaban lavando las redes. Subiendo, pues, a 
una de ellas, que era de Simón, pidióle la 
desviase un poco de la orilla. Y sentándose 
dentro, predicaba desde la barca al numeroso gentío. 
Acabada la plática, dijo a Simón: 
“Guía mar adentro, y echad vuestras redes 
para pescar.” Replicóle Simón: “Maestro, 
toda la noche hemos estado fatigándonos, 
y nada hemos recogido, no obstante, fiado 
en tu palabra, echaré la red”
. Y habiéndolo hecho, recogieron tan gran 
cantidad de peces, que la red se rompía. 
Por lo cual, hicieron señas a sus 
compañeros de la otra barca, para que 
viniesen a ayudarles. Vinieron luego, y llenaron 
con tantos peces las dos barcas, que 
poco faltó para que se hundiesen. 
Viendo esto Simón Pedro, echóse a los pies 
de Jesús, diciendo: “Apártate de mí, Señor, 
que soy un hombre pecador”. Y es que el 
asombro se había apoderado así de el, como
de todos los demás que con el estaban, en 
vista de la pesca que acababan de hacer: lo 
mismo sucedía a Santiago, y a Juan, hijos de 
Zebedeo, y compañeros de Simón. 
Entonces dijo Jesús a Simón: “No temas: de hoy 
en adelante serás pescador de hombres.” Y 
ellos, sacando las barcas a tierra, dejáronlo todo y le siguieron.
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