La Misa del 4º Domingo de Adviento, como toda la liturgia de este tiempo, tiende a disponernos al doble advenimiento de misericordia en Navidad, y de justicia al fin de los siglos. El Introito, Evangelio, Ofertorio y Comunión se refieren al primero, la Epístola al segundo, la Colecta, Gradual y Aleluya conciernen tanto al uno como al otro.
En esta Misa se encuentran también las tres grandes figuras que preocupan la Iglesia durante el Adviento, que son: Isaías, Juan el Bautista y la Virgen María. El profeta Isaías vaticina de San Juan Bautista diciendo que él es: "…la voz del que clama en el desierto: Preparad los caminos del Señor" (Evangelio). Juan decía a los que en torno suyo se agolpaban para ser por él bautizados: ¡Casta de viboras! ¿Quién os ha enseñado a huir de la ira venidera?
Merced al amor entrañable que Dios nos ha demostrado, envió a la tierra a su único Hijo, nacido de la Virgen María. De ahí que en la Comunión nos recuerda la Iglesia la profecía de Isaías: "He ahí que una Virgen concebirá y dará luz al Emmanuel." Y en el Ofertorio engarza en un solo saludo las palabras que el Arcángel e Isabel dirigieron a María. Escribe San Gregorio: "Gabriel, que significa la fortaleza de Dios, es enviado a la Virgen, porque venía a anunciar al Mesías, el cual quiso aparecer en la humillación y en la bajeza, para domar a todas las potestades aéreas. Por eso convenía que fuese Gabriel, la fortaleza de Dios, quien anunciase al que venía como Señor de las virtudes, al Todopoderoso, al Invencible en las batallas, para derrocar a todos los poderes del aire" (Serm. 35).
La oración colecta alude precisamente a esta gran fortaleza del Señor, la cual se manifiesta ya en su primer advenimiento; pues Jesús venció al demonio estando revestido de su débil y mortal humanidad.
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