miércoles, 2 de noviembre de 2011

Conmemoración de todos los fieles difuntos.

Después de regocijarse ayer con aquellos de sus hijos que han llegado a la gloria del cielo, ora hoy la Iglesia por aquellos otros que esperan, en los sufrimientos purificadores del purgatorio, el día en que podrán reunirse con la asamblea de los santos. Nunca como ahora se afirma en la liturgia de una manera tan impresionante la unidad misteriosa que existe entre la Iglesia triunfante y la Iglesia militante y la Iglesia purgante; y nunca tampoco se cumple de una manera tan palpable el doble deber de caridad y de justicia, que se deduce para cada uno de los cristianos de su incorporación al cuerpo místico de Cristo. En virtud del dogma tan consolador de la Comunión de los santos, pueden aplicarse a los unos los méritos y sufrimientos de los otros por la oración de la Iglesia, quien, mediante la santa misa, las indulgencias, las limosnas y los sacrificios de sus hijos, ofrece a Dios los méritos sobrenaturales de Cristo y de sus miembros.
La celebración de la santa misa, sacrificio del calvario renovado en nuestros altares, ha sido siempre para la Iglesia el medio principal de cumplir con respecto a los difuntos la gran ley de la caridad cristiana. Desde el siglo V encontramos ya misas de difuntos. Pero es a san Olidón, cuarto abad de Cluny, a quien se debe esta conmemoración general de todos los fieles difuntos. Él la instituyó en 998 y la hizo celebrar el día siguiente a la fiesta de Todos los Santos. Muy pronto se extendió la costumbre a toda la Iglesia.
Todos los días, en el corazón mismo del Canon de la misa, en un memento especial en que se evoca el recuerdo de los que han dormido en el Señor, suplica a Dios el sacerdote conceda a los difuntos la mansión de la felicidad, de la luz y de la paz. No hay, pues, misa alguna en que no ore por ellos la Iglesia. Mas hoy su pensamiento los recuerda de una manera especial, con la preocupación maternal de no dejar alma alguna del purgatorio sin socorros espirituales y de agruparlos a todos en una misma plegaria. Por un privilegio que el Papa Benedicto XV ha extendido a los sacerdotes del mundo entero, puede cada uno de ellos celebrar hoy tres misas: la Iglesia multiplica, para liberar a las almas del purgatorio, la ofrenda del sacrificio de Cristo, del que saca continuamente, para todos los suyos, frutos infinitos de redención.
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