viernes, 2 de abril de 2010

Viernes Santo.

El expolio.
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Alzaron a Jesús en la Cruz. La costumbre judía, al contrario que la romana, no permitía que los cuerpos quedaran completamente desnudos. Se les cubría con un lienzo alrededor de la cintura.
Enseguida los soldados procedieron a repartirse las pertenencias del Señor, que habían guardado celosamente hasta terminar su tarea. Esa era la costumbre. No llevaba Jesús casi nada, pero siempre era algo: la túnica, el manto, las sandalias, el cinturón de cuero, el paño que cubría su cabeza… Hicieron cuatro partes, una para cada soldado. La túnica, que era sin costura, tejida toda ella de arriba abajo (Jn), una buena túnica, la dejaron aparte y echaron suertes sobre ella, pues no querían rasgarla. Se trataba posiblemente de una prenda hecha a mano por su Madre, o por alguna de las mujeres que le seguían en su predicación. El manto podía ser dividido con facilidad siguiendo las costuras de las distintas piezas.
La túnica sin costura fue considerada por los Santos Padres como un símbolo de la unidad de la Iglesia.
San Juan recordará, al escribir su evangelio, la profecía del salmo 22: Se repartieron mis vestidos y echaron a suerte mi túnica. San Marcos añade que los soldados se sentaron mientras procedían al reparto. Allí quedaron, mientras vigilaban para que nadie intentase bajar al reo antes de haber certificado su muerte.
Jesús ha quedado desprendido de todo en la cruz.
“Es el expolio, el despojo, la pobreza más absoluta. Nada ha quedado al Señor, sino un madero.
“Para llegar a Dios, Cristo es el camino; pero Cristo está en la Cruz, y para subir a la Cruz hay que tener el corazón libre, desasido de las cosas de la tierra” (San Agustín).
Señor, a Ti te dejaron sin nada; a tus discípulos a veces no nos falta casi nada… y nos quejamos.
Si estamos cerca del Señor; desprendidos de todo, poco nos basta para andar por la vida con la alegría de los hijos de Dios. Si nos alejamos, nada es suficiente para llenar el corazón, siempre insatisfecho. Los bienes materiales buscados como fin son pobres sucedáneos de la felicidad a la que aspira lo más íntimo de nuestro ser. Muchos buscan la felicidad por esos caminos, y el resultado es siempre el mismo: una profunda tristeza, un gran vacío interior y, no pocas veces, un hondo desaliento.
Señor: si Tú lo quieres todo, tómalo todo. ¿Para qué queremos aun lo más rico y valioso, lo más atrayente, lo de más éxito, si no nos lleva a Ti? Comprendemos bien aquellas palabras de Pablo: todo lo que tengo por basura, con tal de ganar a Cristo. Nosotros también quisiéramos tenerlo todo por basura o, al menos, como algo de poco valor. El Señor es el único tesoro. Todo lo demás sólo tiene sentido en Él, y si no nos separa de Él.
Francisco Fernández Carvajal: Como quieras Tú. Cuarenta meditaciones sobre la Pasión del Señor. Madrid, Ediciones Palabra, 1999.

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