sábado, 24 de abril de 2010

De la enseñanza de Benedicto XVI (IV).

“(…) la casa de Dios es la verdadera casa humana. Se convierte en la verdadera casa humana, tanto más cuanto menos pretenda serlo, cuanto más apueste por Dios. Nos basta pensar un momento cómo sería Europa si desapareciesen de ella todas las Iglesias. Sería un desierto de utilitarismo donde el corazón tendría que paralizarse. La tierra se hace inhabitable cuando los hombres sólo quieren construir por y para sí. Pero cuando ceden y brindan su lugar y su tiempo, surge la casa común, se hace realidad un trozo de utopía, de lo terrenalmente imposible. La belleza de la catedral no está en contradicción con la teología de la cruz, sino que es su fruto: nació de la disposición de no construir sólo y para sí la propia ciudad” (Templo construido con piedras vivas, 2005).
“Albert Camus dio expresión estremecedora en una obra temprana, al describir su viaje a Praga, a la vivencia de extranjería, de soledad; en una ciudad cuya lengua no entiende está como un desterrado; el esplendor de la Iglesia es mudo y no consuela. Para el creyente no puede ser así: donde hay Iglesia, donde hay presencia eucarística del Señor, encuentra hogar y patria. Mas para que esto pueda ocurrir se requiere, a la inversa, otra condición: vivir la fe como asamblea y como unidad; que las personas al entrar en el ámbito de la fe, abandonen lo suyo propio y dejen que se produzca en ellas la catolicidad, la adhesión al todo como proceso vivo. Es necesario que asuman la condición de extranjería frente al espíritu de la época y frente a las múltiples formas de chovinismo; tal extranjería es necesaria para que surja en todos los lugares un hogar para la totalidad, para que en todos los lugares encontremos de algún modo la misma casa” (Templo construido con piedras vivas, 2005).
“La predicación cristiana primitiva llamó a la comunidad, a la Iglesia, nuevo templo, construcción de Dios, casa de Dios y cuerpo de Cristo; pero cabe recordar la previa labor conceptual llevada a cabo, por ejemplo, en Qumrám, que aplicó también a la comunidad el nombre de “templo”. Lo importante es que sólo a través de la muerte de Jesucristo alcanzó esta idea su verdadera relevancia. De un lenguaje espiritualista se pasa ahora a la realidad más palpable. El templo espiritual no es ya una metáfora, sino una realidad costeada con el cuerpo y la sangre cuya fuerza vital ha podido atravesar los siglos” (Templo construido con piedras vivas, 2005).

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