El 23 de octubre de 2005, el Papa Benedicto XVI elevó al honor de los altares al sacerdote chileno Alberto Hurtado Cruchaga. En este 18 de agosto la Iglesia universal celebra su Pascua hacia la casa del Padre, ocurrida el año 1952.
San Alberto Hurtado fue un fuego que encendió otros fuegos. Esta imagen del fuego es significativa, por cuanto toda vida cristiana que se precie de tal debe, de algún modo, ser como una antorcha encendida que no sólo da calor sino que también alumbra y destella iluminando a la humanidad, por cuanto es una cualidad de Dios revelada en Cristo y que permanece en su Iglesia por obra del Espíritu.
Las múltiples vocaciones sacerdotales y religiosas que logró despertar San Alberto Hurtado, como también vocaciones laicales al servicio del Evangelio, de hombres y mujeres que iluminados por su palabra, que no era más que la Palabra del Divino Maestro, han encarnado el Espíritu evangélico en las tareas temporales de acuerdo al que querer del Magisterio de la Iglesia.
“En su ministerio sacerdotal, marcado por un vivo amor a la Iglesia, se distinguió como maestro en la dirección espiritual y como predicador incansable, transmitiendo a todos el fuego de Cristo que llevaba adentro especialmente en el fomento de las vocaciones sacerdotales y en la formación de laicos comprometidos en la acción social”, decía Juan Pablo II cuando lo beatificó el 16 de octubre de 1994.
Todo lo anterior fue posible por la intensa vida interior, de espiritualidad profunda, ya que vivió la vida con un punto focal hacia el cual tendía y de la que provenía toda su acción, y que muchas veces es soslayada por quienes sólo lo ven como una especie de servidor social.
El centro del cual emanaba la fuerza que explica y nos ayuda a comprender la actividad sacerdotal tan intensa y variada que llevó a cabo el santo chileno, está en que Alberto Hurtado Cruchaga fue un hombre eminentemente eucarístico, lo que puede traducirse en esta impactante frase pronunciada en un retiro de sacerdotes: “¡Mi vida es una Misa prolongada!”. El sentido de la donación y el querer ser pan partido, aparece en pensamientos como estos: “Los sacrificios de mi vida no son para destrozarme sino para prepararme”; “El fin de la vida no es la destrucción, sino la oblación, la colaboración con Cristo”; “Oh, si fuéramos a la Misa a ofrecernos en el ofertorio… la consagración sería el elemento central de nuestra vida cristiana!”.
En otra sorprendente frase nos dice: “Vivir nuestro día como Cristo, ser Cristo para nosotros y para los demás: ¡Eso es comulgar!”.
En el Año Sacerdotal de 2011, el Papa Benedicto XVI puso a San Alberto Hurtado Cruchaga como modelo de sacerdote, pues en realidad fue una visita de Dios a nuestra patria como lo dijo Mrs. Manuel Larraín en el sermón de sus exequias; mientras que Juan Pablo II lo llamó “hijo glorioso del continente americano”; en definitiva, un modelo preclaro de santidad para el mundo de hoy.
“Alimentados con estos sagrados misterios, te pedimos, Señor, nos ayudes a seguir los ejemplos de San Alberto, que te rindió culto con devoción constante, y se entregó a tu pueblo en un continuo servicio de amor. Por Jesucristo, nuestro Señor” (Oración postcomunión).
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