I clase, blanco
“Hoy María Virgen subió a los cielos: alegraos, porque con Cristo reina para siempre”. Es el grito de la Liturgia y de la fe cristiana, dos veces milenaria.
La que fue Madre de Dios e Inmaculada desde su Concepción, no convenía, no podía, no había de sufrir la corrupción del sepulcro. Su santa dormición fue un deliquio místico de amor entrañable a su Dios, y en seguida un raudo vuelo de paloma a lo más encumbrado de los cielos, cortejada por los coros angelicales.
Desde su vistoso sitial queda entronizada como Reina de todos los Santos, con la correspondiente “omnipotencia suplicante”. Subió hasta la diestra de su Hijo benditísimo para preceder en la gloria a sus hijos adoptivos, que son más que legión, que son casi infinitos. Por todos se interesa como madre e intercesora, la “llena de gracia”, la “más bendita de todas las mujeres”.
Y el Papa Pío XII, cediendo a su personal creencia y filial devoción y respondiendo también al unánime voto de toda la cristiandad, define Dogma de fe cristiana esa Asunción de María a los cielos en cuerpo y alma, para gloria de tan excelsa Señora y esperanza de sus hijos militantes en la tierra.
El 1 de noviembre del Año Santo y Jubilar de 1950 presenció la acogedora plaza de San Pedro el acto más apoteósico que jamás pudo contemplarse en el mundo ante el medio millón de personas de toda raza y país que a la voz del Sumo Pontífice Romano aclamaron a la Reina Asunta a los cielos e imploraron juntos su maternal protección sobre el mundo agonizante y abocado a la catástrofe.
Ya no hay ningún lugar a duda acerca del hecho de la Asunción; y para que la afirmación de fe sea todavía más clara y categórica, el Papa prescribió un nuevo formulario de Misa, suprimiendo la anterior.
María Asunta a los cielos es la gloriosa Mujer del Apocalipsis (Int.); es la Hija del Rey, ricamente engalanada (Gr.); es la triunfadora del Dragón infernal (Ofert.); la nueva Judit (Ep.); la niña preferida de Dios, que le rinde por tantas gracias un Magnificat de gratitud (Evang.). Y al ascender la Madre, provoca a volar a sus hijos de la tierra, que le piden resucitar con Cristo y compartir luego con la Madre su gloria en el empíreo (Or., Sec., Posc.).
Reina y Madre santísima, segura de ti misma, muéstrate solícita con los tuyos, que sufrimos continua lucha y continua tempestad. Tu fiesta, tan antigua, culminará al octavo día con el culto a tu inmaculado Corazón.
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