martes, 14 de agosto de 2012

Cuarto Misterio Glorioso: La Asunción de María Santísima en cuerpo y alma al Cielo.


“Venid, Espíritu Santo, iluminad mi mente; venid e inflamad mi corazón”.
¡Alabemos y bendigamos a la Santísima Trinidad en la Asunción de Nuestra Señora!
LA ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA
1. Durante su vida, la gloria de María quedó íntima y oculta en su Corazón… En el Antiguo Testamento hubo mujeres mucho más célebres y gloriosas, exteriormente, que María. Y muchos santos en la Iglesia tienen una aureola de gloria ostensiblemente más destacada que la de la Madre de Jesús durante su vida mortal.
Esta penumbra era designio de la Providencia… Así, salvo algunos hechos excepcionales, ignoramos casi todo de esa vida única, incomparable. El silencio y un gran secreto la envuelven antes de la Encarnación y aun después de la Anunciación del ángel. El Evangelio nombra a María en la Visitación a Santa Isabel, en la Natividad, en la Presentación en el Templo, en la huida a Egipto, en su regreso a Nazaret con Jesús y José, en la pérdida y hallazgo de Jesús en Jerusalén. Después reina un largo y profundo silencio…
Reaparece un instante en Caná, se la nombra dos veces en la vida evangélica del Salvador, y en fin, la encontramos al pie de la Cruz.
Y por última vez, el día de Pentecostés en el Cenáculo. Entonces desaparece definitivamente… ¿Cuándo y dónde murió?… ¿Cuándo salió del sepulcro y subió al cielo?… Nadie lo sabe, no hay más que simples tradiciones.
No tengamos sentimiento por esa oscuridad que María seguramente no sintió. La Providencia tendió muy sabiamente ese velo de misterio que realza la hermosura de la Reina de los Santos. De esa sombra, de esa oscuridad que la rodea, el Rey, su Hijo, la sacó el día de la Asunción.
La antigüedad llamó con respeto y ternura la “Dormición” y no la muerte de la Virgen… Su muerte se debió a un éxtasis de amor cuya intensidad desligó sin violencia, deliciosamente, sus lazos mortales y la llevó a los brazos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y siguió la Asunción, lógicamente.
Gloria a la Santísima Trinidad por los dones y privilegios con que enriqueció a la Santísima Virgen desde acá…
Gloria y alabanza a las tres Divinas Personas que la elevaron hasta su trono y la coronaron con una gloria que supera la de los ángeles y santos del Paraíso.
Gloria a Dios en las alturas de los cielos y en la tierra por la gloriosa Asunción de María en cuerpo y alma al cielo. ¡Alleluia! ¡Hosanna!
2. La fiesta de la Asunción, celebrando y confirmando la creencia tradicional de la Iglesia en tan hermoso misterio, es de la más venerable antigüedad. La Asunción de María es hoy día dogma de fe.
Es realmente único caso el de una Virgen intacta y divinamente fecunda, Madre del Hombre-Dios… Y cierto, la Asunción no es más extraordinaria que la Maternidad divina y virginal de María… Es más bien su feliz y muy gloriosa consecuencia.
Señor Jesús, quisisteis habitar en el seno virginal de María, y que se formase vuestro cuerpo de su purísima sangre… Quisisteis nacer de Ella sin empañar el cristal de su virginidad inmaculada…
Señor, Señor, ¿es posible acaso que ese jardín sellado fuera marchitado por la muerte?… ¿Que ese Tabernáculo sagrado fuera presa de la disolución del sepulcro?
No lo podía permitir, Jesús, vuestro honor de Hijo omnipotente ni la gloria de vuestra divina Madre muy amada.
Y bendecimos y agradecemos a vuestro Vicario en la tierra, que ha declarado infaliblemente que la Asunción de María es dogma de fe católica.
Jesús, Jesús, habéis agregado este florón a la corona de María Virgen y Madre que faltaba al coronamiento de su gloria en este mundo.
Eva fue creada en estado de perfección sobrenatural, perfecta. Pero María sobrepuja inmensamente la hermosura moral de Eva antes del pecado.
Después de toda una vida de penumbra y de silencio, Reina y Madre divina, llegó vuestra hora, y vuestra Asunción gloriosa confirmó a nuestros ojos, con el sello del milagro, todo lo que la Iglesia ha predicado siempre de vuestra predestinación única, incomparable… El Señor miró complacido vuestra humildad y os sacó del abismo de las sombras: os coronó de estrellas y os hizo resplandecer con el brillo del mismo sol. El día de vuestra Asunción os proclamó bienaventurada en el cielo y en la tierra. ¡Hosanna a Dios! ¡Alleluia!
3. Aquí una simple observación conmovedora: podemos creer que el privilegio de la Asunción fue un homenaje de la gratitud divina de Jesús tributado a su Madre.
Efectivamente, el Verbo había decretado salvarnos por la Cruz. Pero siendo Dios como era, por naturaleza no podía sufrir ni morir… El Fíat de María dio al Verbo, con un cuerpo mortal, la posibilidad, la facultad de sufrir, agonizar y morir.
María tuvo así muy amplia parte en la realización maravillosa del plan redentor… Pues fue el consentimiento pleno y entero de la Virgen que ofreció al Verbo el primer altar de su holocausto.
Jesús conserva en su cuerpo glorioso los Estigmas, soles de gloria que en el cielo irradian a la vez el amor del Verbo encarnado hasta la locura de la Cruz y la cooperación maravillosa de María a nuestra salvación.
Parece, pues, muy noble, a nuestro modo de ver, que el Hijo haya querido honrar el cuerpo santísimo de su Madre ahorrándole la humillación de la disolución, por razón altísima de divina gratitud.
María, Reina divina, habéis sido Mediadora no sólo por el Fíat pronunciado en un latido de vuestro Corazón, sino también por un largo martirio no sangriento, pero crudelísimo. Con vuestros sufrimientos y agonía al pie de la Cruz, habéis glorificado a vuestro Jesús, dándole una multitud de almas redimidas en su sangre y en vuestros dolores inmensos.
¡Ah! el Rey de amor, Madre divina, ha pagado regiamente todo lo que su Corazón de Hijo y de Salvador os debía… ¡Hosanna a El, que os corona y recompensa! Alleluia! Hosanna!
     Espíritu Santo
              ¡Dadnos el mérito de la virtud,
              el feliz desenlace de la salvación
              y en fin el gozo eterno!
Triunfadora y gloriosa, María nos puede decir: “¡No temáis, acercaos, soy y quedo vuestra Madre! Pedid, pues, con toda confianza lo que deseéis. Mi trono y mi glorificación deben dilatar vuestra confianza en mi poder unido a mi misericordia… Pedid y recibiréis, hijos míos, pues quiero colmaros en mi magnificencia.
“Estoy en lo más alto de los cielos, pero no puedo olvidar que mi cuna fue en vuestro destierro, que soy de nacimiento humilde nazarena. Que mi majestad no os atemorice, sino al contrario que os atraiga hasta mis brazos.
“Bajo la diadema de las doce estrellas, quedo la Mediadora y la Madre de misericordia.,.. ¡Venid a mí!”.
Oremos con María
En honor de la Santísima Trinidad y del misterio de la Asunción de María al cielo, pidamos, por el Corazón Inmaculado y Doloroso de María, la gracia de vivir la esclavitud de María, según la doctrina de San Luis María Grignion de Montfort. Ganaremos así al Corazón de Jesús.
Deshojemos la rosa de este misterio a gloria de la Reina de los ángeles y de los hombres.
Por la conversión de los pecadores, sobre todo los de la familia, recemos una piadosa Salve.
P. Mateo Crawley Bowvey, SS.CC.
Meditaciones sobre el Rosario

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