El mismo día 22 de octubre, aún sin atreverse a pronosticar cuáles iban a ser las cuestiones litúrgicas concretas que el Concilio pretendía tocar, el P. Martín Descalzo creyó intuir que los temas que más iban a interesar en aquellos días se podían concretar en nueve puntos. Veamos como intentaba especificarlos:
Teología de la liturgia.- El esquema presentado por la Comisión Preparatoria no planteará una reforma rubricista, sino algo mayor. Se necesitará pues un tratado de liturgia, base constituyente de cualquier reforma. Se plantearán problemáticas concretas, pero está convencido que lo que hará el Concilio será marcar las bases fundamentales de la reforma, dejando para las comisiones postconciliares la realización y aplicación de las directivas en los años sucesivos. Hace una advertencia a los ilusos: que no esperen cambios concretos “el Concilio señalará la dirección de la rueda, el camino se correrá después.” (sic)
Don José Luis dio certeramente en la diana. Así lo pronosticó y así fue. Para gloria del Concilio y para ruina de la Liturgia Romana, pues si la Constitución “Sacrosanctum Concilium” es un maravilloso tratado teológico de Liturgia y esa es la gloria, el poder absoluto que será otorgado al Consilium para la reforma será omnímodo, y esa será su ruina.
Era de sentido común y además “vox populi” que los que llevaban las riendas de la auspiciada ni querían ni podían acometerla de manera escandalosamente brusca. Aún a pesar de ello, una vez aprobada la Sacrosanctum Concilium a finales de 1963, a mi entender mostraron demasiada impaciencia: en 1964 y en 1965 no solo elaboraron un boceto de reforma sino que construyeron al menos dos maquetas de lo que iba a ser el llamado “Novus Ordo Missae” creando no poco rechazo entre los Padres consultados a tal fin.
Lengua vulgar en la liturgia.- No hace falta ser profeta –arguía- para saber que este tema será quizá el más debatido en los próximos días. Problema difícil y en el que pueden darse posturas muy opuestas, movidos unos por el respeto a la tradición, empujados otros por las necesidades prácticas y concretas, obsesionados unos, por conservar la unidad de la Iglesia, preocupados otros por la necesidad de llegar a todos los pueblos y culturas. ¿Hace falta ser demasiado sabios para calcular que el Concilio tomará un camino intermedio?
El Concilio quizá sí: conservar el latín en el conjunto de la celebración eucarística y fomentar adecuadas traducciones de las lecturas para que se generalice el uso en ellas, así como en la administración de los sacramentos, de la lengua vernácula. Pero en el diseño posconciliar eso desapareció: ya en las directivas dadas en 1964 quedaba sólo estrictamente el canon en lengua latina, pero la presión de las comisiones litúrgicas de los episcopados nacionales fue tan enorme, que el centro se encontró rebasado por la periferia (¡O no!). Circulaban fascículos y separatas en las diversas lenguas, de todo el Misal, editados por los “Centros de Pastoral Litúrgica” de todo el mundo. El tomo del Misal Romano, como tal, fue abandonado de la noche a la mañana. Parece que todo el mundo necesitase sentirse “moderno” también en ese aspecto.
Adaptación de la liturgia a las diversas culturas.- Pero el problema no es solo de lengua, sino mucho más extenso. Toda la liturgia actual está construida sobre las bases de la cultura latina, occidental. ¿Y deben imponerse las formas de una cultura concreta a quienes viven en otra, haciéndoles creer que al aceptar la fe cristiana tienen que abandonar su cultura y aceptar la de los occidentales? “No debemos permitir de ningún modo -decía anteayer en una conferencia el cardenal Lercaro- que pueda hablarse jamás de colonialismo litúrgico.” ¡Qué interesantes van a ser estos días las intervenciones de los obispos africanos y asiáticos!
Era más que evidente que hacia donde se pretendía llegar no era únicamente hacia una traducción completa de todo el patrimonio litúrgico en lengua vernácula ni siquiera caminar hacia una simplificación de los ritos. El diseño rector era la de la “inculturación” litúrgica: tantas formas litúrgicas como culturas, basado este pues en el principio ideológico de que unidad no significa uniformidad. ¡Qué poco presente tenían los Padres el proceso de las desviaciones litúrgicas a lo largo de la Historia de la Iglesia! Lo confiesa en el siguiente punto
Reforma de la misa y los sacramentos.- Pero la reforma no solo se reducirá a la lengua de la liturgia; hay muchas otras cosas que el tiempo envejeció. “Algunas ceremonias -dice el esquema presentado a los obispos- fueron con el tiempo añadiéndose a los ritos esenciales, quizá agravándoles en modo excesivo y que respondían a gustos y exigencias de particulares momentos históricos, a usos tradicionales de determinados pueblos.”
A nadie extrañará por tanto una simplificación en la misa y en los sacramentos, un mayor puesto para la predicación y la Biblia e incluso un reestudio del ayuno eucarístico y una ampliación de las facilidades para las misas vespertinas.
Si así pensaban: ¡Qué poca idea tenían de antropología cultural y de cuán necesarios son sus principios en medio de una sociedad tendente a la globalización y a una despersonalización de la cultura! Nadie como la Iglesia, puede preservar la identidad cultural de los pueblos conservando intacta una liturgia, la latina, que nunca fue un apéndice extraño a las diversas idiosincrasias culturales sino una fuerza que, sin excepción alguna, tendió a realizar una maravillosa amalgama con las culturas nacionales aportando un sustrato más al rico patrimonio de cada pueblo. Allí donde llegó el catolicismo, este se inculturó con las formas propias de cada pueblo y, aún a riesgo de eclecticismo, engendró con su aportación, una nueva riqueza cultural para cada nación.
Considero sin embargo acertado el mayor puesto para la predicación y un enriquecimiento bíblico (aunque muchas de las lecturas veterotestamentarias del resultante ciclo continuo bianual son prescindibles). Las mismas dudas se presentan sobre la “imperiosa necesidad” los tres ciclos festivos del leccionario litúrgico. En cuanto al ayuno eucarístico se encontraba ya atenuado por Pío XII a tres horas. Creo que la posterior reducción a una hora por Pablo VI lo ha reducido a una caricatura. Nos separa además enormemente de los hermanos ortodoxos que son exigentísimos al respecto. Sobre las misas vespertinas, quizá de acuerdo, aunque quizá no la de los domingos por la noche que no se encuentra en la tradición de la Iglesia y desfigura el sentido del día del Señor.
Reforma del breviario.- La necesidad de esta reforma la conocen bien todos los sacerdotes. Y no se trata de suprimir o aligerar este deber sacerdotal de la oración. Pero si se trata de conseguir que esta plegaria encuentre cauces más provechosos, que esta oración, objetivamente utilísima al ser la oración oficial de la Iglesia, sea también subjetivamente más útil de lo que hoy es. Todos esperan una mayor elasticidad en la estructura del rezo, una forma menos monacal, con mayor entrada de los Santos Padres y del Nuevo Testamento, algo que se aproxime más a la oración meditativa y a la lectura espiritual. ¿Qué realizará en estas líneas el Concilio?
Quizá en la mayoría de estas consideraciones podríamos estar de acuerdo. La única pregunta que queda en suspenso es si se podría haber realizado este auspiciado enriquecimiento patrístico del Breviario sin destruir las lecturas hagiográficas, como se hizo con la edición de la Liturgia de las Horas. Resaltar también que así como la semana cristiana tiene una fuerte personalidad bíblica y con ella toda la tradicional distribución del Salterio en una semana, la distribución en cuatro semanas, aunque pueda tener algún beneficio, desfigura el septenario judeocristiano.
Reforma del calendario litúrgico.- He aquí otro deseo común, un calendario fijo, igual para todos los años, determinada para siempre y no fluctuante la fecha de la Pascua. Esto supondría ponerse, ante todo, de acuerdo con los orientales, que celebran su Pascua en fecha distinta de la nuestra, creando gran confusión en los países en los que coinciden católicos y ortodoxos, y supondría ponerse también de acuerdo con la Unesco, que está ahora estudiando este proyecto de calendario fijo.
Mejor no realizo ningún comentario. No desearía en esta serie faltar a la caridad en modo alguno ni utilizar el sarcasmo y la burla.
Concelebración en el rito latino.- He aquí una de las riquezas que Oriente conserva con celo y que hace siglos se hicieron inhabituales en Occidente. La teología nos enseña que todos los sacerdotes participan en el sacerdocio de su obispo como participan en el de Cristo. ¿Por qué renunciar a esa hermosa ceremonia de la celebración común en la que esta participación en el sacerdocio se simboliza y se realiza? ¿Por qué perder esta hermosa riqueza, que sería tan útil en los grandes congresos con concentraciones de sacerdotes, en las tandas de ejercicios espirituales, en los monasterios, en el Jueves Santo en que tantos sacerdotes no pueden celebrar? Muchas corrientes litúrgicas aspiran a resucitar esta ceremonia. Pero es el Concilio quien tendrá la palabra.
Sin desdeñar la riqueza de esta tradición en Oriente, el comentario revela un desconocimiento supino de la historia del rito romano, donde jamás fue habitual. Y aunque existe un fundamento teológico, e incluso litúrgico para que la concelebración fuese posible en algunas celebraciones, el generalizarla ha empobrecido la vida litúrgica especialmente de catedrales y colegiatas, de monasterios y conventos. Donde antes se celebraban tantas misas al día como sacerdotes residían hoy a duras penas hay una única celebración, extendiéndose la perniciosa idea entre muchos sacerdotes de que no es necesario celebrar cada día. No se puede negar que “a parte post” queda más que demostrado el enfriamiento eucarístico de los sacerdotes en el actual periodo posconciliar.
Comunión bajo dos especies.- Basta abrir el Evangelio para recordar que Cristo distribuyó por primera vez la Eucaristía en pan y vino. Fueron la comodidad y el tiempo quienes buscaron la forma simple de comulgar solo con pan. Teológicamente esto era perfectamente válido, ya que todo Cristo está en todo el pan y en todo el vino. ¿Pero quién duda de que simbólicamente el rito eucarístico se ha empobrecido y que tiene un más vivo esplendor en la liturgia oriental? ¿Por qué no conservarlo al menos en algunas ocasiones más solemnes?
No sólo fue la comodidad y el tiempo empleado para la comunión. Fue también el temor a la profanación del sanguis cuyas gotas se derramaban (recordemos que el pueblo usaba de otro cáliz con la llamada “consecratio” todo vino y un poquito de sanguis) y también las diversas herejías eucarísticas surgidas en el transcurso de la historia. Por otra parte estoy convencido que más que un afán ecuménico para con los ortodoxos lo que existía era una voluntad de complacencia para con los protestantes…
Porque si hubiera existido ese afán, el siguiente punto ni lo hubiera mencionado.
Vestiduras, arte, música sagrada.- He aquí otro capítulo que el Concilio no dejará de tocar. Las aspiraciones a un vestuario más simple, menos barroco, con menor sensación de riqueza y ostentación; los deseos de las iglesias más luminosas, menos recargadas, con mayor importancia a los altares y menor a los retablos; el sueño de una música más popular y a la vez más seria, menos sentimental, más religiosa; todo esto vive y crece en muchas almas, No dejará de vibrar en las de muchos Padres Conciliares.
Esa aspiración ya había recibido un gran impulso desde los años 40 con la difusión de los llamados ornamentos góticos, que usaban de signos paleocristianos para su ornato. También se había generalizado la construcción de templos mucho más en línea con la tradición primitiva de la Iglesia (templos bizantinizantes o de estética lineal), pero no se cuidó bastante el hecho de que la predilección por un estilo o una época no podía implicar el desprecio por otra. ¿Resultado? Un odio visceral a todo lo renacentista, barroco o neoclásico que llegó a tales cotas que el posconcilio generalizó una destrucción inimaginable de elementos artísticos. ¿Es católica una reforma que conlleva desprecio y destrucción en alto grado?
“He aquí los temas y las esperanzas que estos días se barajarán en el Aula Conciliar” afirmaba don José Luis en aquel octubre de 1962. Lo más prudente es que junto a esas esperanzas se hubieran intuido los riesgos y que con todo, se hubiese sido más cauto. Pero en los años posteriores llegó a parecer que todo estaba calculado con precisión matemática.
Dom Gregori Maria
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