La elevación es esencialmente el gesto simbólico del que ofrece alguna cosa. En la misa son tres las elevaciones propiamente dichas:
1ª: La de la hostia y el cáliz en el ofertorio, con la que el celebrante presenta a Dios las oblatas del sacrificio. No es antigua; fue introducida en el siglo XIII, en relación con las dos oraciones del ofertorio que la acompañan: la “Suscipe Sancte Pater, hanc immaculatam hostiam” y la “Offerimus tibi calicem” (1)
2a. : La que sigue inmediatamente a la consagración del pan y del vino. La primera, como es sabido, fue instituida a principios del siglo XIII en París por el obispo Eudes de Sully (+1208), a causa de la crisis teológica provocada por el monje y teólogo herético francés Berengario de Tours, y se extendió rápidamente por todas las Iglesias occidentales; la otra le siguió poco tiempo después. Las dos elevaciones no tienen evidentemente un carácter simbólico, sino que sirven solamente para mostrar a los fieles las especies consagradas, con el fin de excitar en ellos un acto de fe y de adoración.
3a. La que se encuentra al final del canon. Es la más importante, y antiguamente era la única. El celebrante, que en la más lejana antigüedad cristiana jamás hacía ninguna genuflexión en la misa, tenía levantados la hostia y el cáliz durante toda la conclusión de la solemne doxología, omnis honor et gloria per omnia saecula saeculorum. Amen (2). El gesto está todavía en vigor; pero ha perdido algo de la solemnidad de un tiempo después de que entre las dos frases “… et gloria” y el“per omnia saecula” (3), se insertó la genuflexión del celebrante con una separación de tiempo y de palabras. De todos modos, aquí sobre todo, el gesto de la elevación reviste el carácter de oferta, en armonía con el sentido expresado poco antes de la oración Supplices te rogamos (4), con la cual Cristo se ofrece sobre el altar celeste como víctima al Padre. A este significado alude un texto de la vida de San Euperto, obispo de Orleáns, escrito por el subdiacono Lucifer: Et ecce in hora confractionis panis coelestis, cum de more sacerdotali hostiam, elevatis manibus, tertio Deo benedicendam offerret, super caput eius velut nubes splendida apparuit, et manus de nube extensa, porrectis digitis, oblata benedixit (5).
En la reforma litúrgica de 1969 se quiso recomponer la simbología en cierta manera perdida de esta elevación. Por una parte mandando no separar el “ per omnia saecula saeculorum ” (6) del resto de la doxología precedente y ello explica el cambio del “sottovoce” a voz alta de la rúbrica actual y la intervención del pueblo con su “Amén”, suprimiendo al mismo tiempo la genuflexión que imponía una separación entre ambas. A todo ello se añadió un cambio de todo el gesto apostando por una supresión de las tres cruces sobre los tres labios del cáliz y las dos entre el labio del cáliz y el celebrante, así como la elevación superpuesta de la hostia sobre el cáliz. Se prefirió apostar por un gesto de tradición oriental: elevar las especies, cada una con una mano y sin ostensión de la hostia, que permanece en su patena. En la misa con diácono asistente es éste quien eleva el cáliz (como podemos ver en la foto).
Otras dos elevaciones menores, si así se pueden llamar, lleva a cabo el sacerdote durante la Misa. La primera cuando toma entre sus manos la forma y el cáliz antes de consagrarlos: es un gesto imitativo de aquel hecho por Cristo (“ accepit panem” y “ accepit et hunc praeclarum calicem”) (7) que debió ser más acentuado en la Edad Media que hoy en día. La segunda, que de hecho es más bien una ostensión (muestra) tiene lugar cuando mirando al pueblo antes de distribuir la comunión, se muestra la sagrada partícula alzada sobre el copón diciendo: “ Ecce Agnus Dei ” (8). Se trata de una rúbrica introducida en el siglo XVI.
- “Recibe, Santo Padre, esta hostia inmaculada” y "Te ofrecemos el cáliz”.
- “Todo honor y gloria por todos los siglos de los siglos. Amén”.
- “y gloria”, “por todos los siglos…”
- “Suplicantes te rogamos”.
- Y he aquí que a la hora de la partición del pan celeste, mientras ofrecía la hostia según la costumbre sacerdotal con las manos elevadas para que Dios la bendijera por tercera vez, apareció sobre su cabeza una especie de nube resplandeciente, y una mano que salió de la nube, con los dedos extendidos, bendijo la oblata.
- “Por todos los siglos de los siglos”.
- "Tomó el pan” y “Tomó también este preclaro cáliz”.
- "He aquí el Cordero de Dios”.Dom Gregori Maria
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