La reverencia hacia la Eucaristía en la Antigua Misa
La enseñanza que solo los sacerdotes pueden tocar la Sagrada Hostia, que las manos del sacerdote están consagradas para ese propósito, y que ninguna precaución fue demasiado grande para salvaguardar la reverencia y evitar la profanación, había sido incorporada en la liturgia de la Iglesia; eso es, en la Antigua Misa en latín. Los sacerdotes fueron instruidos en la Antigua Misa en latín a celebrarla con rúbricas precisas que salvaguardan la merecida reverencia al Santísimo Sacramento. Estas meticulosas rúbricas fueron grabadas en piedra y nunca fueron opcionales. Todos y cada uno de los sacerdotes del Rito Romano debieron seguirlas con precisión inflexible. En la Iglesia pre-Vaticano II, cuando la Misa Tridentina en latín era la norma, los hombres entrenados para ser sacerdotes no solo fueron instruidos, sino ejercitados en esas rúbricas. Algunas rúbricas en la Antigua Misa en latín son como sigue:
1. Desde el momento en que el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración sobre la Sagrada Hostia, conserva el dedo índice y el pulgar juntos, y cuando eleva el cáliz, vuelve las hojas del misal o abre el sagrario, su pulgar e índice no se separan, no tocan nada sino la Sagrada Hostia. También es digno de notar que nunca se deja la Sagrada Hostia sobre el altar para caminar por las naves de la iglesia (especialmente antes que los dedos hayan sido purificados), para dar la mano a la gente en una muestra torpe de forzada familiaridad.
2. Sobre el fin de la Misa, el sacerdote raspa el corporal con la patena, y la limpia dentro del cáliz para que si hubiera quedado la menor partícula, se recogiera y consumiera reverentemente.
3. Los dedos del sacerdote se lavan sobre el cáliz con agua y vino, luego de la Comunión, para ser consumidos reverentemente, para asegurar que la menor partícula no sea susceptible de profanación. Estas son solo algunas de las rúbricas incorporadas a la Antigua Misa. Estos no son escrúpulos absurdos, sino que mostraron que la Iglesia creyó con certeza que en la Misa, el pan y el vino se convertían verdaderamente en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, y que ningún cuidado fue lo suficientemente grande para estar seguros que Nuestro Señor, en el Santísimo Sacramento, sea tratado con toda la reverencia y el homenaje que merece Su Majestad. Ahora, cuando se trata de mostrar reverencia, ¿es posible que estas rúbricas no sean cultivadas?
Una verdadera renovación católica debería, o dejar intactos estos gestos de reverencia, o aumentarlos. Pero eliminarlos sin explicación y sin argumentos convincentes, como ha sido el caso durante los últimos 30 años con la introducción de la Nueva Misa, no es signo de renovación católica genuina, sino que se aproxima al neo-paganismo del que nos advirtiera Belloc, y a su desprecio arrogante por la Tradición. Y para agregar insulto a la injuria, la introducción de la Comunión en la mano hace que todas estas rúbricas cruciales del pre-Vaticano II parezcan sentimentalismos supersticiosos sin ningún fundamento en la realidad – nuevamente, desprecio por lo que nos enseñaron nuestros padres y obvio desprecio por el Santísimo Sacramento mismo.
¿Cómo apareció la Comunión en la mano?
Hace 400 años fue introducida la comunión en la mano en el culto “cristiano” por hombres cuyos motivos estaban animados por el desafío al catolicismo. Los protestantes revolucionarios del Siglo XVI (más cortésmente, pero inmerecidamente llamados protestantes “reformadores”) re-establecieron la comunión en la mano como un medio de mostrar dos cosas:
1. Que ellos creían que no había tal “transubstanciación” y que el pan usado para la comunión era solo pan corriente. En otras palabras, que la Presencia Real de Jesucristo en la Eucaristía era solo una “superstición papista”, y que el pan es solo pan y cualquiera puede manejarlo.
2. Su creencia en que el ministro de la comunión no es en nada fundamental diferente de un laico.
Pero es enseñanza católica que el Sacramento del Orden da a un hombre un poder espiritual, sacramental, que imprime una marca indeleble en su alma y lo hace fundamentalmente diferente de los laicos. El ministro protestante, por lo tanto, es solo un hombre ordinario que dirige los himnos, lee las lecciones y da sermones para mover las convicciones de los creyentes. Él no puede cambiar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, él no puede bendecir, él no puede perdonar los pecados. Él no puede hacer nada de lo que un hombre normal no pueda hacer. El establecimiento de la comunión en la mano por los protestantes fue su forma de mostrar su rechazo por la creencia en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, su rechazo del Sacerdocio Sacramental – en suma, de mostrar su rechazo por el Catolicismo en conjunto. Por ese motivo, la Comunión en la mano cobró un significado distintivamente anti-católico. Fue una práctica reconocidamente anti-católica arraigada en la incredulidad en la Presencia Real de Cristo y en el sacerdocio. Así, si la imitación es la forma más sincera de la adulación, no es exagerado preguntar ¿por qué nuestros modernos hombres de iglesia imitan a los autoproclamados infieles que rechazan la esencia sacramental de las enseñanzas del Catolicismo? Esta es una pregunta que esos hombres de Iglesia, intoxicados por el espíritu liberal del Vaticano II aún deben contestar satisfactoriamente.
Tomado de fsspx.mx
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