Tras la comunión la misa se concluye con la ablución de los vasos sagrados, la oración de
conclusión llamada postcommunio, la bendición final y el último evangelio.
El misal romano de S. Pío V prescribe de manera muy detallada el modo cómo deben recogerse
las partículas y cómo han de purificarse el corporal, la patena, el ciborio y los dedos del
celebrante.
Con el nombre de partículas se designan los fragmentos que se desprenden de las hostias después
de la consagración; lo cual sucede sobre todo en el momento de la fracción. Dichas partículas
deben ser consideradas como consagradas. La presencia real de Cristo se realiza en dichas
partículas en tanto que las mismas conservan las cualidades y la apariencia del pan.
Es imposible determinar exactamente a partir de qué dimensión se puede y se debe considerar
una partícula como especie sacramental, por eso en la práctica hay que poner gran cuidado en no
dejar caer ni perderse ninguna de dichas partículas, incluso las más pequeñas pues, como
acabamos de decir, no puede determinarse con certeza a partir de qué dimensión una partícula
deja de ser objeto de la presencia real.
El misal de Pablo VI ha simplificado las prescripciones del misal anterior, conservando sólo lo
esencial. Es de lamentar que con frecuencia la simplificación haya degenerado en negligencia. La
autoridad eclesiástica no ha cesado de recordar a los fieles el respeto y la veneración debidos a las
partículas consagradas. (Por ejemplo declaración de la sagrada congregación para la doctrina de la
fe, 2 de mayo 1972).
Terminadas las abluciones y vueltos a cubrir los vasos sagrados el celebrante abandona el medio
del altar, pues la acción sacrificial ha terminado. Puesto en el lado de la epístola entona una
oración conclusiva. Vuelve de nuevo al medio del altar desde donde una vez que el diácono (o él
mismo) anuncia el final de la misa imparte a los fieles la bendición. Acto seguido se traslada al
lado del evangelio donde recita, como oración de acción de gracias, el prólogo del evangelio de
san Juan.
* * * * * *
La falta de tiempo nos impide prolongar nuestra “visita” y contemplar con más detalle éstas
últimas estancias, tan ricas y antiguas cómo las precedentes. Hoy solo podíamos efectuar una
visita de turistas, un poco apresurada. Espero, sin embargo que haya servido para descubrir o
para recordar la belleza y el valor de éste monumento espiritual y cultural que es la forma
tradicional de la misa romana.
Con el motu proprio Summorum Pontificum Benedicto XVI ofrece a la Iglesia de mañana la
posibilidad de aprovechar las riquezas de su pasado litúrgico. En medio del materialismo
ambiente la liturgia tradicional aporta el sentido de lo sagrado. De cara al subjetivismo y al
egocentrismo, la actitud de adoración. Frente a un naturalismo y un racionalismo que reduce y
cierra los horizontes de la humanidad, la liturgia inmemorial abre las puertas a la trascendencia.
No puedo terminar sin expresar mi agradecimiento a la asociación “Una Voce Sevilla”, que
aporta con su labor una contribución valiosa al renacimiento litúrgico auspiciado por Benedicto
XVI.
Rvdo. P. D. José Calvín Torralbo (FSSP)
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