domingo, 27 de septiembre de 2009

Domingo XVII después de Pentecostés.

"Amarás a Dios y a tu prójimo": el gran precepto de la antigua Ley que alcanza su perfección en la caridad cristiana, don del Espíritu.
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Domingo XVII despues de Pentecostés (II clase, verde) Gloria, Credo y Prefacio de la Santísima Trinidad.
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Reflexión:
“Amar a Dios no es simplemente algo muy importante para el hombre: es lo único que importa absolutamente, aquello para lo que fue creado y, por tanto, su quehacer fundamental aquí en la tierra y, luego, su único quehacer eterno en el Cielo; aquello en lo que alcanza su felicidad y plenitud. Sin esto, la vida del hombre queda vacía. Verdaderamente acertadas fueron aquellas palabras que, después de una vida de muchos sufrimientos físicos, dejó escritas un alma que amó mucho al Señor: “lo que frustra una vida –escribió en una pequeña nota- no es el dolor, sino la falta de amor”. Este es el gran fracaso: no haber amado. Haber hecho quizás muchas cosas en la vida, pero no haber llevado a cabo lo que realmente importaba: el Amor a Dios.
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“Leemos hoy en el Evangelio de la Misa que, con ánimo de tentarle, de tergiversar sus palabras, se acercó a Cristo un fariseo y le preguntó: Maestro, ¿cuál es el principal mandamiento de la Ley? Quizá esperaba oír algo que le permitiera acusar a Jesús de ir contra la Escritura. Pero Jesús le respondió: Amarás la Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. Dios no pide para Sí un puesto más en nuestro corazón, en nuestra alma, en nuestra mente, junto a otros amores: quiere la totalidad del querer. No un poco de amor, un poco de la vida, sino que quiere la totalidad del ser. “Dios es Todo, el Único, lo Absoluto, y debe ser amado ex toto corde, absolutamente”, sin poner término ni medida.
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“Cristo, el Dios hecho hombre que viene a salvarnos, nos ama con amor único y personal, “es un amante celoso” que pide todo nuestro querer. Espera que le demos lo que tenemos, siguiendo la personal vocación a la que nos llamó un día y nos sigue llamando diariamente en medio de nuestros quehaceres y a través de las circunstancias –gratas o no- que suceden en cada jornada. “Dios tiene derecho a decirnos: ¿piensas en Mí?, ¿tienes presencia mía?, ¿me buscas como apoyo tuyo?, ¿me buscas como Luz de tu vida, como coraza…como todo?
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“Por tanto, reafírmate en este propósito: en las horas que la gente de la tierra califica de buenas, clamaré: ¡Señor! En las horas que llama malas, repetiré: ¡Señor!. Toda circunstancia nos debe servir para amarle con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente…, con la existencia entera. No sólo cuando vamos al templo a visitarle, a comulgar…, sino en medio del trabajo, cuando llega el dolor, el fracaso, o una buena noticia inesperada. Muchas veces hemos de decirle, en la intimidad de nuestro corazón: “Jesús, te amo”, acepto esta contradicción con paz por Ti, terminaré esta tarea acabadamente porque sé que a Ti te agrada, que no Te es indiferente el que lo ha de un modo u otro… Ahora, en nuestra oración, podemos decirle: Jesús, te amo…, pero enséñame a amarte; que yo aprenda a quererte con el corazón y con obras”.
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Fuente: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios. Tomo IV. Ediciones Palabra. 1987.

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