domingo, 22 de febrero de 2015

I Domingo de Cuaresma

En este domingo, primer día de Cuaresma, la estación tiene lugar en San Juan de Letrán, basílica dedicada al Salvador.
La escena de la tentación, que abre la vida pública de Jesús, proclama, de manera sorprendente, la transformación profunda que con su redención se va a introducir en el mundo. Allí donde sucumbió Adán, Cristo nuevo jefe de la humanidad, triunfa del poder de los demonios. En el momento de la pasión se arrojará fuera al príncipe de este mundo. Anticipadamente, pues, nos anuncia el evangelio de la tentación la victoria de Cristo. Con la colocación de este evangelio al principio de Cuaresma proclama la Iglesia que esta victoria debe ser también la nuestra. En nosotros y en nuestro derredor se prolongan la tentación, el combate y la victoria de Cristo; nuestro esfuerzo es el suyo, nuestras fuerzas las suyas, nuestro tiunfo en Pascua, será asimismo el suyo. Emprendamos, pues, confiadamente el combate, cuyo programa nos traza San Pablo en la Epístola de la Misa. Es una nueva consideración de toda nuestra vida cristiana. Animémonos con el pensamiento de que su progreso en nosotros será la continuación del triunfo de Cristo. La liturgia de Cuaresma es una liturgia de confianza. El salmo 90, salmo de la confianza, proporciona el tracto y todos los cantos de la misa de hoy, como igualmente los versos del oficio hasta el tiempo de Pasión. Los días de Cuaresma son días de salvación, tiempo propicio entre todos para enmendar nuestra vida. La Iglesia insiste sobre ello a fin de que en Pascua podemos celebrar el misterio de la pasión y resurrección del Señor con el alma y cuerpo purificado.

La Cuaresma, tiempo de adelantamiento espiritual.- "Hermanos, os exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios. Pues Él mismo dice: Al tiempo oportuno te oí, y en el día de la salvación te di auxilio. Llegado es ahora el tiempo favorable, llegado es ahora el día de la salvación". (II Cor., 6, 2). Nos impulsan a ello La Santa Iglesia, en la Epístola de la Misa, nos recuerda hoy estas palabras del Apóstol San Pablo, a los Corintios, a manera de aviso y exhortación elocuente para el primer domingo de Cuaresma. Con solícito tacto: En estos tiempos, que la humanidad se aparta cada vez más de las sagradas máximas del Evangelio, cuando el espíritu utilitario, cortando las alas de todo ideal, destruye las nobles aspiraciones que elevan y dignifican la vida, tórnase cada día más delicada y espinosa la misión maternal de la Iglesia. Cariñosa y solícita, ha de revestirse, ahora más que nunca, de la caridad infinita de Cristo, para guiar y conducir las almas por el camino de la salvación. "No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha que aún humea". (Is. 42, 3). Si bien atenuando el rigor de penitencias exteriores. En esa dulce misericordia del divino Redentor se ha inspirado la Iglesia para atenuar, en el decurso de los siglos, el primitivo rigor de los preceptos de penitencia cristiana, a la que está principalmente consagrado el tiempo cuaresmal. No obstante, con maternal prudencia, nos recuerda el espíritu de mortificación que debe animarnos en este tiempo, exhortándonos a no recibir en vano la gracia de Dios, antes bien, a prepararnos para celebrar debidamente la gran fiesta de Pascua, resucitando con Cristo a una vida nueva, verdaderamente cristiana. ¿Medios? La práctica de la virtud y la mortificación, especialmente del ayuno y de la abstinencia, tan atenuados ya; la oración y recepción de los Santos Sacramentos, la limosna y toda clase de buenas obras.
La Iglesia ha ordenado la celebración de este primer domingo de Cuaresma, uno de los más solemnes del año litúrgico, en la Basílica patriarcal de San Juan de Letrán, por ser ella la Madre y Maestra de todas las Iglesias de la Cristiandad, en la que los penitentes públicos eran reconciliados el Jueves Santo, y los catecúmenos recibían el Santo Bautismo la noche santísima de Pascua. Ciertamente era la Iglesia más indicada para celebrar en ella la Estación, ya que en la misma tantas veces fue promulgado el ayuno cuadragesimal por los grandes Pontífices San León y San Gregorio del Magno. El Introitode la Misa, así como todos los cantos de ella, están tomados del salmo noventa. Este salmo canta las gracias de protección y libertad que, en toda suerte de necesidades, hallan las almas fieles que se arrojan confiadamente en Dios. Por lo mismo, era el más propio para reanimar nuestra confianza en Dios en el auxilio divino, tan necesario en la Cuaresma para poder vencer los enemigos de Dios y de nuestra alma. El Señor nos promete en el Introito que la esperanza puesta en El, no será vana en manera alguna. En la Colecta la Iglesia implora para todos sus hijos el favor divino, suplicando que los ayunos y penitencias, no solamente los purifiqué, sino que les alcance poderosísimo socorro mediante el cual se multipliquen sus buenas obras. La Epístola es una persuasiva y poderosa exhortación del gran Apóstol para que nos aprovechemos de este santo tiempo que Cuaresma, procurando con buenas obras nuestra eterna salvación. Estos son los días que Dios nos concede para enmendar nuestros vicios y ejercitar todas las virtudes. A esta misma práctica de la penitencia, y para darnos ejemplos de qué manera habíamos de triunfar de nuestros espirituales enemigos, nos propone la liturgia en el Evangelio el ejemplo de Jesucristo ayunando rigurosísimamente 40 días y otras tantas noches, orando y venciendo con la palabra de Dios al enemigo que más se esfuerza para conseguir nuestra externa ruina. Como las fuerzas humanas no son suficientes por sí solas para obtener la purificación del alma, ni para restaurar el vigor perdido, por lo mismo suplicamos en el Poscomunión que esto lo obre en nosotros la gracia mediante la Eucaristía, verdadero alimento y salud de nuestras almas.
 

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