domingo, 15 de febrero de 2015

Domingo de Quincuagésima.

En esta semana piensa la Iglesia de un modo especial en el gran Patriarca Abrahám, padre de los creyentes, así como Adán fue padre del género humano y Noé padre de la posteridad. Al querer Dios formarse para Sí un pueblo que fuese su pueblo escogido y "peculiar" en medio de las naciones idólatras (Gradual y Tracto), escogió a Abrahám para que fuese su cabeza, sacándole de Ur de los Caldeos. Abrahám es el tipo del creyente; y a impulsos de su fe nos dice San Pablo que obró en toda su vida. Por la fe obtuvo en su vejez a Isaac, y la fe fue la que le impulsó a obedecer al mandato divino, que le intimaba sacrificase a su querido hijo, "pensando que Dios era bastante poderoso para resucitarle de entre los muertos" (Heb 11). También Isaac es figura de Jesucristo, pues fue escogido para ser la gloriosa victima de su Padre. Y, en efecto, llevó sobre sus hombros el haz de leña, cuando iba a ser inmolado, como Jesús llevó sobre Sí la la Cruz, por la que tanta gloria mereció. Esta fe que obra milagros, y por que tanto sobresalió Abrahám y luego San Pedro, vémosla en el Evangelio de hoy obrar un estupendo milagro. Jesús dice al ciego curado: "Tu fe te ha salvado." Y obro precisamente este milagro a vista de sus Apóstoles, para que, al verle más tarde morir de la manera por Él anunciada, no dudasen de que había también de resucitar (San Gregorio, 2º Nocturno). Mas para que la fe obre milagros, ha de ser viva; y "no es viva, dice Santiago, si no va acompañada de obras". "Andemos pues en el amor, dice el Apóstol, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros a Sí mismo, como oblación a Dios y hostia en olor de suavidad". Sin la caridad para con Dios y con el prójimo nada nos serviría todo lo demás, ni aún el hacer milagros (Epístola). El mérito de nuestras obras, como también la luz que alumbra a nuestra alma, están en proporción directa con nuestra caridad. Dispongamos pues nuestra voluntad al desprendimiento de todo aquello que contraríe a la caridad divina en ella, a fin de que, después de haber entrevisto a Dios por la fe en la tierra, podamos "contemplarle cara a cara en el cielo" (Epístola), con toda la plenitud de nuestro amor. El carnaval (despedida de la carne) es una vergüenza para el pueblo cristiano. El loco frenesí con que tantos y tantos se entregan sin freno alguno a todo linaje de excesos y liviandades nos rebaja y nos humilla. Si en Cuaresma se hiciera alguna penitencia, todavía tendría disculpa esa bacanal; pero hoy día ¿quién se mortifica? Con bula o sin ella, raros son los que no se dispensan de obligación tan imperiosa como es la de la abstinencia y el ayuno. No hay bula que dispense de hacer penitencia; porque para entrar en el cielo sólo cabe una alternativa: o inocencia o penitencia. Los que nos preciamos de ser amantes e imitadores de Cristo Señor nuestro, no "nos divirtamos con el diablo, porque en ese caso tampoco podríamos gozarnos con Cristo" (San Pedro Crisólogo).
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