4. Miércoles Santo. El apóstol Judas, contrata hoy la venta de su Maestro, y los primates del pueblo discurren en el Sanhedrín sobre la manera de hacerlo prisionero. ¡Ya comienza el gran drama, ya se inician los misterios!
En la Misa, antes de la epístola reglamentaria, se intercala una lectura del profeta Isaías, que antiguamente estaba dirigida a los catecúmenos que celebraban hoy el sexto escrutinio. En lugar del Evangelio se canta la historia de la Pasión según San Lucas, en la misma forma que el domingo y el martes.
Al atardecer, tiene lugar en las iglesias el:
Oficio de Tinieblas. El oficio de Tinieblas no es otra cosa que los maitines y laudes del Jueves, Viernes y Sábado Santo, anticipados a la víspera correspondiente, al acercarse las tinieblas de la noche, para que pueda asistir a ellas aun el pueblo trabajador.
El oficio del miércoles recorre la Pasión entera del Señor; y el del jueves insiste sobre su Muerte y su larga Agonía; y el del viernes celebra sus Exequias y su Sepultura.
Este oficio presenta casi todas las características de un funeral: salmos, antífonas y responsorios lúgubres y lamentables, ningún himno, ninguna "doxología"; tonos severos y sin acompañamiento de ningún instrumento músico; altares desnudos y con velas amarillas, como si fueran catafalcos; al fin, casi absoluta oscuridad, y el canto grave del "Miserere".
El conjunto literario es de lo más bello y sublime que atesora la liturgia, y lo mismo podemos decir de la parte musical.
Las Lecciones del I Nocturno están sacadas de los "Trenos" o "Lamentaciones" de Jeremías, por cuya boca deplora la Iglesia, con acentos desgarradores, la ruina y desolación de Jerusalén, es decir, de la humanidad prevaricadora; y para imprimir a sus quejas un sentimiento más hondo y penetrante, ha revestido la letra de estos trenos con una melodía plañidera y melancólica, muy parecida, si es que no es la misma, a la que cantan los judíos.
Durante estos oficios, hay en el presbiterio un tenebrario o candelabro triangular con quince velas escalonadas de cera amarilla, las cuales se van apagando una tras otra al fin de cada salmo de maitines y laudes, empezando por el ángulo derecho inferior, quedando encendida solamente la más alta, que en algunos sitios suele ser blanca. Mientras se canta el "Benedictus" apáganse también las velas del altar, y el templo queda casi en completa oscuridad, máxime cuando, durante el "Miserere" final, a la única vela encendida del tenebrario se la oculta detrás del altar. Terminado el "Miserere", el clero y los fieles producen un leve ruido de manos, de libros y matracas, que cesa repentinamente al aparecer la luz del cirio oculto detrás del altar.
Todos estos detalles un tanto dramáticos tienen su significado. El apagamiento sucesivo de las velas del Tenebrario y del altar, recuerda el abandono y defección casi general de los discípulos y amigos del Señor, al tiempo en que era atormentado por los judíos. La, única vela encendida representa a Jesucristo. Se le oculta tras el altar, para significar su sepultura y su desaparición momentánea de este mundo, reapareciendo con nuevo brillo el día de su Resurrección. El ruido final imita las convulsiones y trastornos que sobrevinieron a la naturaleza en el trance de la muerte del Salvador.
En la Misa, antes de la epístola reglamentaria, se intercala una lectura del profeta Isaías, que antiguamente estaba dirigida a los catecúmenos que celebraban hoy el sexto escrutinio. En lugar del Evangelio se canta la historia de la Pasión según San Lucas, en la misma forma que el domingo y el martes.
Al atardecer, tiene lugar en las iglesias el:
Oficio de Tinieblas. El oficio de Tinieblas no es otra cosa que los maitines y laudes del Jueves, Viernes y Sábado Santo, anticipados a la víspera correspondiente, al acercarse las tinieblas de la noche, para que pueda asistir a ellas aun el pueblo trabajador.
El oficio del miércoles recorre la Pasión entera del Señor; y el del jueves insiste sobre su Muerte y su larga Agonía; y el del viernes celebra sus Exequias y su Sepultura.
Este oficio presenta casi todas las características de un funeral: salmos, antífonas y responsorios lúgubres y lamentables, ningún himno, ninguna "doxología"; tonos severos y sin acompañamiento de ningún instrumento músico; altares desnudos y con velas amarillas, como si fueran catafalcos; al fin, casi absoluta oscuridad, y el canto grave del "Miserere".
El conjunto literario es de lo más bello y sublime que atesora la liturgia, y lo mismo podemos decir de la parte musical.
Las Lecciones del I Nocturno están sacadas de los "Trenos" o "Lamentaciones" de Jeremías, por cuya boca deplora la Iglesia, con acentos desgarradores, la ruina y desolación de Jerusalén, es decir, de la humanidad prevaricadora; y para imprimir a sus quejas un sentimiento más hondo y penetrante, ha revestido la letra de estos trenos con una melodía plañidera y melancólica, muy parecida, si es que no es la misma, a la que cantan los judíos.
Durante estos oficios, hay en el presbiterio un tenebrario o candelabro triangular con quince velas escalonadas de cera amarilla, las cuales se van apagando una tras otra al fin de cada salmo de maitines y laudes, empezando por el ángulo derecho inferior, quedando encendida solamente la más alta, que en algunos sitios suele ser blanca. Mientras se canta el "Benedictus" apáganse también las velas del altar, y el templo queda casi en completa oscuridad, máxime cuando, durante el "Miserere" final, a la única vela encendida del tenebrario se la oculta detrás del altar. Terminado el "Miserere", el clero y los fieles producen un leve ruido de manos, de libros y matracas, que cesa repentinamente al aparecer la luz del cirio oculto detrás del altar.
Todos estos detalles un tanto dramáticos tienen su significado. El apagamiento sucesivo de las velas del Tenebrario y del altar, recuerda el abandono y defección casi general de los discípulos y amigos del Señor, al tiempo en que era atormentado por los judíos. La, única vela encendida representa a Jesucristo. Se le oculta tras el altar, para significar su sepultura y su desaparición momentánea de este mundo, reapareciendo con nuevo brillo el día de su Resurrección. El ruido final imita las convulsiones y trastornos que sobrevinieron a la naturaleza en el trance de la muerte del Salvador.
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