Nunca ponderaremos lo suficiente la relevancia que el Año Litúrgico tiene en la vida de la Iglesia. Como la sucesión de las estaciones estimula y regula la renovación vital del mundo físico, la contemplación y vivencia de los sucesivos tiempos litúrgicos inciden en la actualización, interiorización y proyección del mensaje de Cristo, tanto desde una perspectiva individual como comunitaria. Su pone una espiral ascendente hacia la cima de la perfección: el Adviento es la siembra en la esperanza; la Navidad, los primeros brotes en la fe; la Cuaresma, el crecimiento en la caridad con el riego y la poda necesarios; la Pascua, la floración gozosa derivada del injerto en la victoria de Cristo; el Tiempo Ordinario postpentecostal es la siega y el barbecho estival en el que se degustan todos los episodios de la historia de la salvación en su globalidad, actualizándolos en la vida del mundo presente.
La liturgia y los ejercicios de piedad cuaresmales tienen como fin primordial ayudar a los fieles individual y comunitariamente a preparar, vivir y actualizar el misterio de Cristo Salvador que se inmola por nosotros en la Cruz y nos invita a participar en su labor redentora. La Cuaresma es un periodo de cuarenta días que la Iglesia propone a los fieles para bien disponerse a la participación en la Pascua, piedra angular de la historia salvífica de Dios[1], que va desde el Miércoles de Ceniza hasta la Misa de la Cena del Señor exclusive, por lo que sus notas dominantes son la conversión y la penitencia. San Benito de Nursia, en el siglo V, recomienda en el capítulo XLIX de su Regla a sus monjes que se entreguen a la oración "acompañada de lágrimas" de arrepentimiento o de fervor.
El cuarenta se usa en la Biblia como número redondo de totalidad[2], a menudo con un sentido de periodo modelo de purificación en la aflicción: el diluvio duró cuarenta días (Gn. VII, 4); la peregrinación de Israel por el desierto duró cuarenta años (Ex. XVI, 35); cuarenta días le da Jonás de plazo a Nínive para su conversión (Jon. III, 4); cuarenta días manda el Señor a Ezequiel que permanezca recostado sobre el lado derecho, como símbolo de lo que había de durar el sitio tras el que Jerusalén sería arrasada; durante cuarenta días ayunan Moisés (Ex.XXIV, 18) en el Sinaí y Elías en el Horeb (I Re. XIX, 8) para ser purificados antes de presentarse a Dios; Jesús se prepara para su misión pública cuarenta días en el desierto (Mc. I, 13; Mt. IV, 2; Lc. IV, 2). Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 540): "La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto".
El primer testimonio de observancia cuaresmal se remonta al siglo II[3]. El ayuno cuadragesimal se documenta a comienzos del siglo IV y aparece en el canon 5 del Concilio de Nicea del 325[4]. El Obispo Serapión de Thmuis en el 331 afirma que la cuaresma es una práctica general en Oriente y Occidente, y en el 384 aparece atestiguada en Roma[5]. En un principio comenzaba el I Domingo, incluyendo los domingos, hasta el Jueves Santo. En el siglo VII se data el inicio el Miércoles de Ceniza, pues al no incluirse los domingos como días de ayuno, completar así, sumando cuatro, los cuarenta, aceptado oficialmente por el Papa Gregorio II (+750); queda así éste como caput jejunii -cabeza del ayuno- éste y como caput quadragesimae -cabeza de la cuaresma- el I Domingo.
Ramón de la Campa Carmona.
[1].N(ormas) U(niversales sobre el) A(ño) L(itúrgico y el) C(alendario) 21-III-1969, nº 27.
[2].Vid. J. Mateos, & F. Camacho: Evangelio, figuras y símbolos, Ediciones El Almendro, Córdoba 1989, 83 ss.
[3].San Ireneo de Lyon al Papa San Víctor I ca. 190 habla del tema con ocasión de la controversia sobre la fecha de la Pascua, en: Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, V 24 12 s.; vid. G. Prado: Curso Popular de Liturgia, FAX, Madrid 1935, p. 316; J. Pascher, El Año Litúrgico, B.A.C., Madrid 1965, p. 43. En la segunda mitad del siglo III la Pascua iba precedida siempre de dos días de ayuno como preparación: Viernes y Sábado Santo; vid. N. M. Denis-Boulet: El Calendario Cristiano, Casal i Vall, Andorra 1961, p. 86.
[4].Vid. J. Cavagna: La liturgia y la vida cristiana, Luis Gili, Barcelona 1935; p. 54. A. Azcárate:La flor de la liturgia, Buenos Aires 1951, p. 487. Pascher, pp. 43 s.
[5].Vid. Denis-Boulet, cit., p. 87.
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