Toda la liturgia de este domingo es una exhortación a la confianza plena en Dios. El introito, gradual, ofertorio y comunión, están inspirados en el salmo de confianza "Qui habitat in adjutorio Altíssimi", Salmo que cantado enteramente en el tracto de la Misa, inspirará los responsorios breves y versillos de toda la Cuaresma, dándonos alientos a sostener con valentía el buen combate. Además ¿no es este combate el mismo, la lucha de Jesús que se prolonga continuamente en nosotros? Esto sin duda alguna es lo que la Iglesia quiere darnos a entender, al mostrarnos en el Evangelio de hoy a Jesús luchando denodadamente con Satanás al prepararse para su vida de ministerio público. Es su misión peculiar derrotar al demonio, como nos dirá en el Evangelio del sábado de Pasión; y al mostrarnos la escena presente, quiere que veamos el fundamento en que se ha de basar nuestra confianza en medio de la lucha. Cristo ha triunfado y la Iglesia nos enseña que también nosotros podemos vencer, porque en definitiva, en nosotros y en derredor nuestro, se libra el combate de Cristo, y por lo que se lucha es por la victoria misma de Cristo: nuestro valor es el suyo; pero quiere que en esta obra de salvación todos colaboremos con Él. Emprendamos, pues, llenos de confianza, el buen combate cuyo programa nos traza el Apóstol en la Epístola. Animémonos con el pensamiento de que nuestro progreso en la vida cristiana, es la continuación del triunfo de Cristo en nosotros. El combate que sostenemos para ello, el mismo que Jesús inauguró al comienzo de su vida pública. Verdad es que debiéramos ser siempre delante de Dios cual conviene lo seamos en la fiesta de Pascua; más como esa fortaleza es de pocos, ya que la flaqueza de la carne nos arrastra a que mitiguemos una observancia muy austera, y que las distintas ocupaciones de la vida dividen nuestra solicitud, de ahí que necesariamente el polvo mundanal manche aun a los corazones religiosos. Resulta, pues, utilísima para nuestra salvación esta divina institución de la Cuaresma a fin de que estos ejercicios de cuarenta días nos ayuden a recobrar la pureza de nuestras almas, redimiendo por medio de piadosas obras y de ayunos las culpas cometidas en los otros tiempos del año. Más para no dar a nadie el más leve motívo de descontento o escándalo, procuremos que nuestro modo de obrar no esté en desacuerdo con nuestro ayuno, porque de nada aprovecha cercenar al cuerpo la comida, si es que el alma no se aparta del pecado. "En este tiempo favorable, en estos días de salud", purifiquémonos con la Iglesia (Oración colecta) "por el ayuno, la castidad, la asiduidad en meditar y oir la divina palabra y por una sincera caridad" (Epístola).
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