jueves, 10 de diciembre de 2009

Mérito de las obras buenas.

Las obras buenas por razón del mérito pueden ser vivas, muertas y mortificadas.
Vivas, son las que se hacen en gracia de Dios.
Mientras dura la gracia de Dios son dignas de mérito y de premio eterno.
Muertas, son las que se hacen en pecado mortal.
Nunca tendrán mérito ni premio.
¡Cuán triste cosa es vivir en pecado mortal! En tal estado, aunque se hagan obras muy buenas, no se conseguirá por ellas premio alguno en la eternidad.
No obstante, cuantas más buenas obras hace un pecador, más fácil es que consiga la gracia de la conversión.
Mortificadas, son las obras buenas hechas en gracia de Dios, si sobreviene el pecado mortal.
Mientras dura el pecado mortal son como muertas; pero, si se recobra la gracia de Dios, son de nuevo vivas.
Para que las obras buenas sean meritorias, deben hacerse con la recta intención de agradar a Dios.
Las obras buenas no tiene todas el mismo mérito, sino que unas son mucho más meritorias que otras; y aun puede suceder que una sola tenga más mérito que muchas otras juntas.
Las obras buenas pueden ser obligatorias y no obligatorias o supererogatorias.
Obligatorias, son las que están mandadas bajo pena de culpa, como oír Misa en los días festivos.
Supererogatorias, las que no son de obligación, como el oír Misa diariamente.
Las obras buenas más recomendadas por Dios en la Sagrada Escritura son:
1º- la oración, o sea los actos relativos al culto divino, como la santa Misa, etc.
2º- el ayuno o las obras de mortificación.
3º- la limosna, o las obras de caridad y misericordia.
Las verdaderas riquezas son las obras buenas hechas en gracia de Dios.
La magnitud del galardón debe excitarnos a practicar muchas buenas obras.
Una buena obra y el menor acto de virtud es cosa más grande y gloriosa que todas las hazañas de los más célebres conquistadores, que las negociaciones más importantes y que la conquista o el gobierno de un imperio.
La fe nos lo enseña y la razón misma lo convence, porque todo esto no es más que la gloria de la criatura, mientras que las buenas obras y los actos de virtud procuran la gloria del Criador.
De aquí es menester inferir que no hay ninguna comparación, ninguna proporción entre lo uno y lo otro.
Esta verdad bien comprendida ¡qué alientos infunde en las almas buenas para practicar todas aquellas obras que pueden contribuir a la gloria de Dios! ¡Qué fervor en todos los ejercicios de piedad! ¡Qué desprecio de todo lo que no es Dios, ni dice relación de su gloria!
Cuando leo en el Evangelio que no quedará sin premio un vaso de agua fría dado a un pobre, digo para mi: pues ¿qué será de otras infinitas buenas obras de más importancia que me son fáciles, si las hago por Dios, el cual me promete en recompensa un bien infinito por una eternidad?
Peso despacio estas tres cosas: un bien infinito, una eternidad y una acción de un instante que tan fácil me es, y quedo sorprendido al ver mi ceguedad: ¿no debería dedicarme sin tregua a aprovechar cuidadosamente todos los instantes de mi vida para emplearlos en buenas obras? ¡Un bien infinito por tan poca cosa!¡Una bienaventuranza eterna por un momento tan breve de trabajo!
Poco después de haber muerto una persona muy piadosa, se apareció radiante de gloria a otra, y le dijo:
“Soy sumamente feliz; pero, si algo pudiera desear, sería el volver a la vida y padecer mucho, a fin de merecer más gloria”; añadiendo, que quisiera padecer hasta el día del juicio todos los dolores que había padecido durante su última enfermedad, para lograr solamente la gloria que corresponde al mérito de una sola Ave María.
Tomado de Devocionario (1931). GALO MORET Pbro. S.

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