Han pasado tres semanas de alegría. Ahora la Resurrección marcha rápida hacia la definitiva exaltación
del Cristo, hacia la Ascensión... Hoy empezamos a pensar ya en la separación, y nuestra alegría se
empaña con un halo de suave melancolía. Comenzamos levantando al Cielo gritos de Júbilo: "Cantad con
júbilo a Dios, toda la tierra, entonad salmos a su Nombre". Pero San Pedro nos recuerda luego que
somos extranjeros y peregrinos que todavía no hemos llegado a la Patria conquistada por la sangre de
Cristo (Epístola), y que, por tanto, debemos trabajar, caminar y vivir con espíritu de los que se han revestido
de Cristo. Reconociendo nuestra debilidad, pedimos a Dios que nos conceda, a todos los que llevamos
el nombre de cristianos, la gracia de rechazar cuanto se oponga a este nombre y de seguir cuanto con él
conviene (Oración). El primer peregrino es el mismo Cristo, que nos habla ya en el Evangelio de su próxima partida. Pronto va a privarnos de su presencia para poder enviarnos el Espíritu Santo, en el cual
encontrarán los Apóstoles, y todos los nacidos y resucitados en Cristo, el valor necesario para llevar dignamente
el nombre cristiano.
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