jueves, 29 de mayo de 2014

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR.

I clase, blanco
Gloria, después del Evangelio se apaga el cirio, Credo y prefacio de la Ascensión.

La fiesta de la Ascensión es una de las más hermosas del año litúrgico, de una alegría dulce, suave y reposada, con dejos de santa tristeza que la hacen aún más simpática al corazón cristiano y contemplativo. Es la inauguración oficial del Cielo por Jesucristo. Lo conquistó Él con su muerte y resurrección y nos lo brinda a todos como premio regalado de una vida santa, ajustada a su divina Ley. Ir, pues, al Cielo, debe constituir nuestra ambición y nuestro ideal. Con la esperanza de ir a él y de gozar en él de goces inenarrables y eternos, debemos padecer con paciencia y hasta con amor las miserias de la tierra. ¡Arriba, pues, los corazones! ¡a vivir tan limpiamente, que merezcamos ver y amar a Dios para siempre y gozar con Él de la eterna bienaventuranza!
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El admirable misterio de la Ascensión sus circunstancias, los testigos que la presenciaron, todo cuanto se refiere a la verdad de este artículo de nuestra fe, lo hayamos expresamente consignado en Epístola de la Santa Misa.
El Salvador, a la vista de sus apóstoles y por su propia virtud, subió a los cielos en cuerpo y alma, para tomar posesión de su gloria y ser allí nuestro medianero o intercesor delante de su Padre celestial. El cuerpo terreno de Jesús está sublimado a la más encumbrada gloria de los cielos y su naturaleza humana está envuelta por los resplandores eternos del poder, de la gloria y de la majestad divina. El Evangelio testifica también la verdad de este misterio, enseñándonos, además, la misión que Jesucristo expresamente confió a sus Apóstoles, y como éstos la cumplieron. Terminado el Evangelio, se apaga el cirio Pascual para dar a entender que Jesucristo resucitado no mora ya visiblemente en la tierra. Por medio de las Oraciones pedimos al señor, como fruto práctico de la fiesta, que podamos habitar con el corazón en el cielo, en donde está nuestro verdadero tesoro.
Para celebrar dignamente la fiesta de la Ascensión, hemos de hacer tres cosas: 1º adorar a Jesucristo en el cielo como medianero y abogado nuestro; 2º despegar enteramente nuestro corazón de este mundo como lugar de destierro, y aspirar únicamente al cielo, nuestra verdadera patria; 3º determinarnos a imitar a Jesús en la humildad, en la mortificación y en los padecimientos para tener parte en su gloria.
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