La Iglesia se siente perseguida por muchos y muy terribles enemigos; por ahí respira en todas las piezas de la misa de hoy, y por eso nos recuerda todavía a Job (ofert.) llagado y perseguido (ofert.) y a Mardoqueo odiado por Amán (Int.), por aquel calumniador, figura del demonio y de sus ministros infernales, contra los cuales hemos de luchar sin tregua, pues flotan por los aires, buscando alguno a quien dañar con sus maleficios (Ep.). No son seres de carne y sangre, dice el Apóstol, sino espíritus y espíritus malignos de tinieblas; y por eso mismo más temibles, si bien con una sola señal de la cruz podemos ahuyentar todo el infierno junto. Eso nos dice a las claras que nuestras armas contra ellos deben ser ante todo espirituales. Debe ser la oración perseverante y confiada. Armados con ella nos sentiremos todopoderosos contra el diablo, como se sentía Santa Teresa, como se sentían los Macabeos en la lucha contra los impíos perseguidores de su religión y de su pueblo. He aquí la armadura más sencilla.
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