domingo, 25 de septiembre de 2011

XV Domingo después de Pentecostés.

Las lágrimas de la madre-Iglesia, simbolizadas en las de la pobre viuda de Naín, obtienen de Dios todos los días la resurrección de numerosos hijos, muertos por el pecado, a la vida sobrenatural de la gracia.
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Evangelio (San Lucas VII, 11-16)
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EN AQUEL TIEMPO: Iba Jesús a una ciudad llamada Naín he iban con Él sus discípulos y una gran muchedumbre. Y cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que sacaban a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda e iba con ella gran acompañamiento de gente de la ciudad. Luego que la vio el Señor, movido a compasión por ella, le dijo:
“No llores. Y acercóse, y tocó el féretro. Y los que lo llevaban se detuvieron. Dijo entonces: “Mancebo, a ti te digo, levántate.” Y se sentó el que había estado muerto, y comenzó a hablar. Y lo entregó a su madre. Con esto, sobrecogióles a todos gran miedo, y glorificaban a Dios, diciendo: ¡Un gran profeta ha surgido entre nosotros y Dios ha visitado a su pueblo!
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