viernes, 29 de junio de 2018

SAN PEDRO Y SAN PABLO, APOSTOLES.

SAN PEDRO Y SAN PABLO, APOSTOLESAño Litúrgico - Dom Prospero Gueranger



SAN PEDRO Y SAN PABLO, APOSTOLES Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger
LA RESPUESTA DE AMOR. — "¿Simón, hijo de Juan; me amas?" He aquí el momento en que se escucha la respuesta que el Hijo del Hombre exigía del pescador de Galilea. Pedro no teme la triple interrogación del Señor. Desde aquella noche en que el gallo fué menos solícito para cantar que el primero de los Apóstoles para renegar de su Maestro, continuas lágrimas cavaron dos surcos en sus mejillas; ha luido el dia en que cesen estas lágrimas. Desde el patíbulo en que el humilde discípulo ha pedido le claven cabeza abajo, su corazón generoso repite, por fin sin miedo, la protesta que, desde la escena de las orillas del lago de Tiberíades, ha consumido silenciosamente su vida: "¡Sí, Señor, tú sabes que te amo!'"
EL AMOR, CARACTERÍSTICA DEL SACERDOCIO NUEVO.— El amor es la característica que distingue el sacerdocio de los tiempos nuevos del ministerio de la ley de servidumbre. El sacerdote judio, impotente, temeroso, no sabía sino derramar sangre de victimas simbólicas sobre un altar simbólico también. Jesús, Sacerdote y Víctima a la vez, exige más de aquellos a quienes llama a participar de la prerrogativa que le hace Pontífice eterno según el orden de Melquisedec "No os llamaré en adelante siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; sino que os he llamado mis amigos porque os he comunicado todo lo que he recibido del Padre. Como mi Padre me ha amado, así os amo yo; permaneced en mi amor".
Ahora bien, para el sacerdote admitido de esta manera a la unión con el Pontífice eterno, el amor no es completo, si no se extiende a la humanidad rescatada en el gran Sacrificio. Y nótese que para él es más estricta la obligación, común a los cristianos, de amarse como miembros de una misma Cabeza; pues por su sacerdocio se hace partícipe de la Cabeza, y con esta participación, la caridad debe tener en él algo del carácter y grandeza del amor que esa Cabeza tiene a sus miembros. Y ¿cuánto mayor será, si, al poder que tiene de inmolar a Cristo mismo, y al deber que le obliga a ofrecerse con él en el secreto de los Misterios, la plenitud del Pontificado le añade la misión pública de dar a la Iglesia el apoyo que necesita y la fecundidad que el Esposo celestial espera de ella? Entonces es cuando, según la doctrina sostenida siempre por los Papas, por los Concilios y por los Padres, el Espíritu Santo le adapta a su misión sublime, identificando enteramente su amor con el del Esposo cuyas obligaciones asume y cuyos derechos ejerce.
EL AMOR DE SAN PEDRO. — Al confiar a Simón hijo de Juan la humanidad redimida, el primer cuidado del Hombre-Dios fué asegurarse de que sería fiel vicario de su amor'; de que, habiendo recibido más que los otros, le amaría más que todos; de que, siendo heredero del amor de Jesús para los suyos que estaban en el mundo, los debía amar, como El, hasta el fin. Por esto, la exaltación de Pedro a las cumbres de la Jerarquía sagrada, concuerda en el Evangelio con el anuncio de su martirio siendo Sumo Pontífice, tenía que seguir hasta la cruz al Jerarca supremo.
Ahora bien, la santidad de la criatura y, a la vez, la gloria de Dios Creador y Salvador, tienen su completa realización en el Sacrificio, que junta al pastor y al rebaño en un mismo holocausto.
Por este fin último de todo pontificado y de toda jerarquía, Pedro recorrió toda la tierra, después de la Ascensión de Jesús. En Joppe, cuando estaba aún al principio de sus correrías apostólicas, se apoderó de él un hambre misteriosa: "Levántate, Pedro; mata y come", le dijo el Espíritu; y al mismo tiempo una visión simbólica ponía ante sus ojos los animales de la tierra y las aves del cielo. Eran los gentiles que debía reunir, en la mesa del banquete divino, con los fieles de Israel. Vicario del Verbo, se haría participante de su inmensa hambre; su caridad, como fuego devorador, se asimilaría los pueblos; y, ejerciendo su título de jefe, llegaría un día en que, verdadera cabeza del mundo, haría de esta humanidad, ofrecida como presa a su avidez, el cuerpo de Cristo en su propia persona. Entonces, nuevo Isaac, o más bien verdadero Cristo, verá levantarse delante de él la montaña en donde Dios mira, esperando el sacrificio.
EL MARTIRIO DE SAN PEDRO. — Miremos también nosotros, pues ha llegado a ser presente ese futuro, y, como en el Viernes Santo, participamos en el desenlace que se anuncia. Participación dichosa, toda triunfal: aquí, el deicida no mezcla su nota lúgubre al homenaje del mundo, y el perfume de inmolación que ahora sube de la tierra, no llena los cielos sino de suave alegría. Se diría que la tierra, divinizada por la virtud de la hostia adorable del Calvario, se basta a sí misma. Pedro, simple hijo de Adán, y, con todo eso, verdadero Sumo Pontífice, avanza llevando el mundo: su sacrificio va a completar el de Jesucristo, que le invistió con su grandeza; la Iglesia, inseparable de su Cabeza visible, le reviste también con su gloria. Por la virtud de esta nueva cruz que se levanta, Roma se hace hoy la ciudad santa. Mientras Sión queda maldita por haber crucificado un día a su Salvador, Roma podrá rechazar al Hombre-Dios, derramar su sangre en sus mártires: ningún crimen de Roma prevalecerá sobre el gran hecho que ahora se realiza; la cruz de Pedro le ha traspasado todos los derechos de la de Jesús, dejando a los judíos la maldición; ahora Roma es la verdadera Jerusalén.
EL MARTIRIO DE SAN PABLO. — Siendo tal la significación de este día, no es de maravillar que el Señor la haya querido aumentar aun más, añadiendo el martirio del Apóstol Pablo al sacrificio de Simón Pedro. Pablo, más que nadie, había prometido con sus predicaciones la edificación del cuerpo de Cristo; si hoy la Iglesia ha llegado a este completo desenvolvimiento que la permite ofrecerse en su Cabeza como hostia de suavísimo olor, ¿quién mejor que él merecía completar la oblación?' Habiendo llegado la edad perfecta de la Esposa, ha acabado también su obra. Inseparable de Pedro en los trabajos por la fe y el amor, le acompaña del mismo modo en la muerte; los dos dejan a la tierra alegrarse en las bodas divinas selladas con su sangre, y suben juntos a la mansión eterna, donde se completa la unión.
VIDA DIVINA. — San Pedro después de Pentecostés organizó con los otros apóstoles la Iglesia de Jerusalén, luego las de Samaria y Judea, y recibió en la Iglesia al centurión Cornelio, el primer pagano convertido. Habiendo escapado milagrosamente de la muerte que le tenía preparada el Rey Herodes Agripa, dejó Jerusalén y se dirigió a Roma donde fundó, alrededor del año 42, la Iglesia que sería más tarde el centro de la Catolicidad. Desde Roma emprendió varias excursiones apostólicas. Hacia el año 50 se encuentra en Jerusalén para el concilio que decidió la admisión de los gentiles en la Iglesia, sin obligarlos a las observancias de la ley mosaica. Partió luego a Antioquía, al Ponto, Galacla, Capadocia, Bitinia, y a la provincia de Asia. Un incendio destruyó Roma hacia el año 64, y acusando Nerón a los cristianos de tal catástrofe, los hizo encarcelar en masa. Muchos cientos, quizá millares, fueron condenados a muerte con diversos tormentos: unos crucificados, otros quemados vivos, otros fueron entregados a las bestias en el anfiteatro, otros decapitados. San Pedro, encarcelado, según antigua tradición, en la cárcel Mamertina, fué crucificado con la cabeza abajo en los jardines de Nerón, sobre la colina del Vaticano, y allí mismo fué enterrado. No se conoce la fecha exacta de su martirio: se debe colocar entre el año 64 y el 67.
LA FIESTA DEL 29 DE JUNIO. — Después de las grandes solemnidades del año Litúrgico y de la fiesta de San Juan Bautista, no hay otra más antigua y universal en la Iglesia que la de los dos principes de los Apóstoles. Muy pronto Roma celebró su triunfo en la fecha misma del 29 de Junio, que los viera subir al cielo. Este uso prevaleció luego sobre el de algunos lugares, que habían puesto la fiesta de los Apóstoles en los últimos días de Diciembre. Fué ciertamente un hermoso pensamiento el hacer así de los padres del pueblo cristiano el cortejo del Emmanuel, a su venida al mundo. Pero, como ya hemos visto, las enseñanzas de este día tienen ellas solas, una importancia preponderante en la economía del dogma cristiano; son el complemento de toda la obra del Hijo de Dios; la cruz de Pedro da estabilidad a la Iglesia, y señala al espíritu de Dios el centro inmovible de sus operaciones. Roma estuvo inspirada cuando, reservando al discípulo amado el honor de velar por sus hermanos cerca del pesebre del Niño Jesús, guardaba el solemne recuerdo de los príncipes del apostolado en el día escogido por Dios para consumar sus trabajos y coronar juntamente con su vida el ciclo de los misterios.
EL RECUERDO DE LOS DOCE APÓSTOLES. — Pero no debemos olvidar en tan gran día a los otros operarios del padre de familia, que también regaron con sus sudores y su sangre todos los caminos del mundo, para acelerar el triunfo y reunir a los convidados al festín de las bodas'. Gracias a ellos se predicó entonces definitivamente la ley de gracia por todas las naciones, y la buena nueva resonó en todos los idiomas y en todos los confines de la tierra. Por eso, la fiesta de San Pedro, completada de un modo especial por el recuerdo de su compañero de martirio, Pablo, fué considerada desde muy antiguo como la del colegio entero de los Apóstoles. Se creyó antiguamente que no se podía separar de su glorioso jefe a aquellos a quienes el Señor habla unido tan estrechamente en la solidaridad de su obra común. Sin embargo de eso, con el tiempo se fueron consagrando sucesivamente fiestas a cada uno de ellos, y la del 29 de Junio quedó dedicada exclusivamente a los dos príncipes puyo martirio ilustró este día. Y muy pronto la Iglesia romana, creyendo que no podia celebrarlos convenientemente a los dos en un mismo día, dejó para el día siguiente el honrar más explícitamente al Doctor de las naciones.
MISA
Mientras el Pontífice se dirige al altar rodeado de los diversos Ordenes de la Iglesia, los cantores entonan el Introito, alternándolo con los versos del Salmo CXXXVIII. Este Salmo está elegido principalmente para honrar a los santos Apóstoles, por razón de las palabras del versículo diecisiete: "Por mí, tus amigos, oh Dios, son honrados hasta el exceso; su poder sobrepasa todo límite."
INTROITO
Ahora sé verdaderamente que el Señor envió a su Angel, y me libró de la mano de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos. — Salmo: Señor, me probaste y me conociste: tú conociste mi caída y mi resurrección. V. Gloria al Padre.
La Colecta que termina cada una de las Horas del Oficio Divino, es la fórmula principal de oración que emplea la Iglesia todos los días. En ella se debe buscar su idea. La que sigue, nos indica que la Iglesia quiere celebrar hoy juntamente a los dos Apóstoles y no separarlos en su piedad agradecida.
COLECTA
Oh Dios, que consagraste el día de hoy con el martirio de tus Apóstoles Pedro y Pablo: da a tu Iglesia el seguir en todo el precepto de aquellos de quienes recibió el principio de la religión. Por nuestro Señor.
EPISTOLA
Lección de los Hechos de los Apóstoles. (XII, 1-lD.
En aquellos días comenzó el rey Herodes a perseguir a algunos de la Iglesia. Y mató con la espada a Santiago, el hermano de Juan. Y, viendo que agradaba a los judíos, se propuso prender también a Pedro. Y eran los días de los Acimos. Habiéndole, pues, prendido, le metió en la cárcel, entregándolo a cuatro piquetes de guardas para custodiarlo, queriendo entregárselo al pueblo después de Pascua. Así que Pedro era guardado en la cárcel. Y la Iglesia hacía sin descanso oración a Dios por él. Y, cuando Herodes había de entregarlo, en aquella misma noche estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas: y los guardias, delante de la puerta, guardaban la cárcel. Y he aquí que se apareció el Angel del Señor: y brilló la luz en la habitación: y, tocándole en el costado a Pedro, le despertó, diciendo: Levántate veloz. Y cayeron las cadenas de sus manos. Y díjole el Angel: Cíñete, y cálzate tus sandalias. Y así lo hizo. Y díjole: Ponte tu vestido, y sigúeme. Y, saliendo, le siguió: y no sabía que era verdad lo que hacía el Angel, antes creía ver una visión. Y, habiendo pasado la primera y la segunda guardia, llegaron a la puerta de hierro que conduce a la ciudad: la cual se les abrió al punto. Y, habiendo salido, atravesaron un barrio: y, acto continuo, se apartó el Angel de él. Y Pedro, vuelto en si. dijo: Ahora sé verdaderamente que el Señor envió a su Angel, y me libró de la mano de Herodes y de toda expectación del pueblo de los judíos.
PARTIDA A ROMA. — Es difícil recordar con la insistencia con que lo hace la Liturgia de este día, el relato de la cautividad de S. Pedro en Jerusalén. Varias Antífonas y todos los Capítulos del Oficio están sacados de él; el Introito lo cantaba poco ha; y la Epístola relata enteramente ese episodio, que tanto le interesa hoy a la Iglesia. Es fácil descubrir el secreto de esta preferencia. En esta fiesta, la muerte de Pedro confirma a la Iglesia en sus augustas prerrogativas de Soberana, de Madre y de Esposa; pero ¿cuál fué el principio de estas grandezas, sino el momento, solemne entre todos, en que el Vicario de Jesucristo, sacudiendo sobre Jerusalén el polvo de sus pies, volvió hacia Occidente su vista, y trasladó a Roma los derechos de la sinagoga repudiada? Ahora bien, este gran acontecimiento tuvo lugar a la salida de Pedro de la prisión de Herodes. Y saliendo de la ciudad, dicen los Hechos, se fué de allí, a otro lugar. Este otro lugar, según el testimonio de la historia y de la tradición, era la ciudad que había de llamarse la nueva Sión; era Roma, a donde llegaba Simón Pedro algunas semanas después. Por eso la gentilidad, haciendo suya la palabra del ángel, cantaba esta noche en uno de los responsos de Maitines: "Levántate, Pedro y ponte tus vestidos: ármate de fortaleza para salvar a las naciones, porque han caído de tus manos las cadenas."
EL SUEÑO DE PEDRO. — Pedro, la víspera del día en que tenía que morir, dormía tranquilamente, del mismo modo que, en otro tiempo, lo hacia Jesús en la barca a punto de sucumbir. La tempestad y toda clase de peligros no dejarán de amenazar siempre a los sucesores de Pedro. Pero no se verá nunca, en la nave de la Iglesia, el pavor que se apoderó de los compañeros del Señor, en la barca que agitaba el huracán. Faltaba entonces a los discípulos la fe, y su ausencia era la causa de sus miedos. Pero desde la venida del Espíritu Santo, esta fe preciosa, de donde dimanan todos los dones, no puede faltar a la Iglesia, Ella da a los jefes la tranquilidad del Maestro; mantiene en el corazón del pueblo fiel la oración ininterrumpida, cuya humilde confianza triunfa silenciosamente del mundo, de los elementos y de Dios mismo. Si sucede que, cuando la nave de Pedro bordea los abismos, parece que el piloto duerme, la Iglesia no imitará a los discípulos cuando estaban en la tormenta del lago de Genesaret. No se hará juez del tiempo y de los medios de la Providencia, ni se creerá con derecho a reprender al que debe vigilar por todos, acordándose que, para salvar sin alboroto las más peligrosas situaciones, posee un medio mejor y más seguro, y no ignorando que, si la intercesión no falta, el ángel del Señor vendrá cuando se necesite, a despertar a Pedro y romper sus cadenas.
PODER DE LA ORACIÓN.— ¡Oh! ¡Cuántas almas, sabiendo orar, son más poderosas, con su sencillez ignorada, que la política y los soldados de todos los Herodes del mundo! La comunidad reunida en la casa de María, madre de Marcos era muy poco numerosa; pero oraba día y noche; por dicha no se conocía allí el naturalismo fatal, que con engañoso pretexto de no tentar a Dios, rehusa pedirle lo imposible, cuando está en juego el interés de su Iglesia. Ciertamente, las precauciones de Herodes Agripa para no dejar escapar a su prisionero, honraban a su prudencia, y por cierto que la Iglesia pedía lo imposible pidiendo la libertad de Pedro, hasta el punto que los que rogaban entonces, siendo escuchados, no daban crédito a lo que veían. Pero su fortaleza fué precisamente esperar contra toda esperanza lo que ellos mismos miraban como locura y someter, en su oración, el juicio de la razón a las solas miras de la fe.
El Gradual canta el poder prometido a los compañeros e hijos del Esposo; también ellos vieron que numerosos hijos reemplazaban a los padres que dejaron para seguir a Jesús; el Verso del Alleluia celebra la piedra que sostiene a la Iglesia, en este día en que la ve afirmarse para siempre en su lugar predestinado.
GRADUAL
Los constituirás príncipes sobre toda la tierra: se acordarán de tu nombre, Señor. V. Por tus padres te han nacido hijos: por eso te alabarán los pueblos.
Aleluya, aleluya. V. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Mateo. (XVI, 13-19).
En aquel tiempo fué Jesús a la región de Cesarea de Filipo, y preguntó a sus discípulos diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Y ellos dijeron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elias; y otros, que Jeremías o uno de los Profetas. Díjoles Jesús: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Y, respondiendo Jesús, díjole: Bienaventurado eres tú, Simón, hijo de Jonás: porque no te ha revelado esto la carne y la sangre, sino mi Padre, que está en los cielos. Y yo te digo a ti, que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y te daré a ti las llaves del reino de los cielos. Y todo cuanto atares sobre la tierra, será atado también en los cielos: y todo cuanto desatares sobre la tierra, será desatado también en los cielos.
CONFESIÓN DE SAN PEDRO. — La alegría hace recordar a Roma aquel momento dichoso en que, por primera vez, la humanidad dió al Esposo su título divino: ¡Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo! El amor y la fe hacen a Pedro en este momento la mayor y la más antigua lumbrera de los teólogos, como le llama San Dionisio en su libro de los "Nombres divinos." El primero, efectivamente, tanto con relación al tiempo como por la plenitud del dogma, solucionó el problema cuya insoluble resolución fué el esfuerzo supremo de la teología de los siglos proféticos.
DIGNIDAD DE SAN PEDRO. — ¿Eres, oh Pedro, más sabio que Salomón? Y lo que el Espíritu Santo declaró sobre toda ciencia, ¿será el secreto de un pobre pescador? Así es. Nadie conoce al Hijo sino el Padre pero el Padre mismo reveló a Simón el misterio de su Hijo, y la palabra que da testimonio de El, no puede admitir réplica. Porque no es una añadidura falsa a los dogmas divinos: oráculo de los cielos salido de los labios humanos, eleva a su dichoso intérprete por encima de la carne y de la sangre. Como Cristo, de quien le alcanza ser Vicario, esa palabra tendrá como única misión ser aquí abajo un eco flel del cielo, dando a los hombres lo que recibe; la palabra del Padre. Es todo el misterio de la Iglesia, de la tierra y de la del cielo, y contra ella nunca prevalecerá el infierno.
Continúan los ritos del Sacrificio. Mientras los ecos de la Basílica repiten las palabras del Credo que predicaron los Apóstoles y que se apoya en Pedro, la Iglesia se ha levantado para llevar sus ofrendas al altar. A la vista de este largo desfilar de pueblos y de sus reyes que se suceden durante los siglos, ofreciendo sus dones y rindiendo homenaje al pescador crucificado, el coro canta con nueva melodía el versículo del Salmo que, en el Gradual, ha ensalzado la supereminencia de este principado creado por Cristo en favor de los mensajeros de su amor.
OFERTORIO
Los constituirás príncipes sobre toda.la tierra: se acordarán de tu nombre, Señor, en toda progenie y generación.
Los frutos de la tierra no tienen, en sí mismos, nada que los haga aceptos al cielo. Por eso, la Iglesia en la Secreta, pide la intervención de la oración apostólica para hacer aceptable su ofrenda; esta oración de los Apóstoles es, hoy y siempre, nuestro refugio seguro y el remedio de nuestras miserias.
Esto mismo manifiesta el Prefacio que sigue. El Pastor eterno no puede abandonar a su rebaño, sino que continúa guardándole por medio de los santos Apóstoles, pastores también, y siempre guías, en lugar suyo, del pueblo cristiano.
SECRETA
Apoye, Señor, estas hostias, que te ofrecemos para ser consagradas a tu nombre, la oración apostólica, por la cual nos concedas ser purificados y protegidos. Por nuestro Señor.
PREFACIO
Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable, el suplicarte humildemente, Señor, que no dejes, Pastor eterno, a tu rebaño: sino que, por tus santos Apóstoles, lo guardes con continua protección: para que sea gobernado por los mismos rectores que elegiste para pastores suyos y vicarios de tu obra. Y, por eso, con los Angeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del ejército celeste, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar: Santo, santo, santo...
La Iglesia experimenta, en el santo banquete, la estrecha relación del misterio de amor y de la gran unidad católica fundada sobre la piedra. Así canta de nuevo:
COMUNION
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
La Poscomunión vuelve a tratar sobre el poder de la oración apostólica, como salvaguardia de los cristianos a los que nutre el alimento celestial.
POSCOMUNION
A los que has saciado. Señor, con este celestial alimento, guárdalos, por la intercesión apostólica, de toda adversidad. Por nuestro Señor.
FUNDAMENTO DE LA IGLESIA.— ¡Oh Pedro, saludamos el glorioso sepulcro donde descansas! A nosotros, hijos de este Occidente, que quisiste elegir, a nosotros toca, antes que a todos, celebrar con amor y fe las glorias de este día. Sobre ti debemos edificar; porque queremos ser los habitantes de la ciudad santa. Seguiremos el consejo del Señor edificando sobre roca nuestras construcciones terrenas, para que resistan a la tempestad y puedan ser mansión eterna. ¡Cuán grande es para contigo, que te dignas sostenernos así, nuestro agradecimiento, sobre todo en este siglo insensato, que, pretendiendo construir de nuevo el edificio social, ha querido edificarlo sobre la arena inconsistente de las opiniones humanas, y no ha hecho sino multiplicar las miserias y las ruinas! ¿Acaso no es la piedra angular la que han desechado los arquitectos modernos? ¿Y no se revela su virtud en que, al desecharla, chocan contra ella y se estrellan?.
DEVOCIÓN A SAN PEDRO. — Ya que la eterna Sabiduría, oh Pedro, edifica su casa sobre ti, ¿en qué otra parte podremos hallarla? De Jesús, subido a los cielos, es de quien tienes palabras de vida eterna. En ti se continúa el misterio de Dios hecho hombre y que vive entre nosotros. Nuestra religión, nuestro amor al Emmanuel, son incompletos si no llegan hasta ti. Y, habiendo tú mismo vuelto a juntarte con el Hijo del hombre a la derecha del Padre, el culto que te tributamos por tus divinas prerrogativas, se extiende al Pontífice sucesor tuyo, en quien, por ellas, continúas viviendo; culto real, que se tributa a Cristo en su Vicario, y que, por tanto, no puede avenirse con la distinción, demasiado sútil, entre la Sede de Pedro y el que la ocupa. En el Pontífice romano, tú eres siempre el único pastor y sostén del mundo. Si el Señor dijo: "Nadie va al Padre, sino por Mí", sabemos que nadie llega al Señor, sino por ti. ¿Cómo los derechos del Hijo de Dios, Pastor y Obispo de nuestras almas pueden padecer menoscabo en estos homenajes de la tierra agradecida? No podemos celebrar tus grandezas, sin que al momento, dirigiendo nuestros pensamientos a Aquel de quien tú eres como el signo sensible, como un augusto sacramento, tú no nos digas, así como a nuestros padres, por la inscripción de tu antigua estatua: Contemplad al Dios Verbo, piedra divinamente tallada en oro, sobre la cual estando asentado, no soy conmovido.
Tomado de Católicos Alerta.

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