jueves, 12 de abril de 2012

Las declaraciones del Obispo de São Carlos, Dom Paulo Sérgio Machado.

Tomado de Roma Aeterna.

Gracias a nuestros siempre atentos y vigilantes amigos de Secretum meum mihi nos enteramos de la aparición, en un boletín diocesano brasileño, del artículo escrito por el obispo de São Carlos, Dom Paulo Sérgio Machado, contra los católicos que desean recuperar los usos litúrgicos de la forma extraordinaria del rito romano y que es, velis nolis, un ataque en sordina pero despiadado al motu proprio Summorum Pontificum del Santo Padre Benedicto XVI. Que un prelado católico entre en liza con semejante espíritu de discordia y falta de caridad es francamente vergonzoso, pero, por desgracia no sorprende a quienes hemos padecido durante décadas una persecución velada pero efectiva por parte de nuestros pastores por el sólo hecho de reivindicar el derecho –reconocido por el Papa– a dar culto a Dios según el uso legado por la Tradición y que el proprio Concilio Vaticano II reconoció como legítimo y digno de promoverse por todos los medios. Publicamos a continuación nuestro comentario (en rojo) al artículo mencionado (cuyo texto va en negro). Nuestro reconocimiento al blog Fratres In Unum, por haber dado la voz de alerta publicando el texto en portugués y a Secretum meum mihi por darnos a conocer la traducción española.



El regreso a la Edad Media

Por: Dom Paulo Sérgio Machado, obispo de São Carlos (São Paulo, Brasil).
31 de marzo de 2012.

Ya el título es engañoso. Para empezar, no dice qué entiende por Edad Media, pero, a la luz del artículo, sin duda el obispo le da una connotación negativa, admitiendo el prejuicio iluminista de una suerte de “Edad de las Tinieblas” (ampliamente desmentido por los historiadores contemporáneos). Pero, hablando de materia litúrgica, debería más bien alegrarse de ese retorno al Medioevo, ya que fue a este respecto una época de “creatividad” y de “libertad”, a la que puso fin la codificación tridentina (por motivos que no es del caso desarrollar aquí). Ahora bien, si recuperar el Misal Romano promulgado en 1570 por san Pío V y nuevamente publicado en 1962 por el beato Juan XXIII es un retorno a la Edad Media, nos tememos que Dom Paulo Sérgio Machado no tiene muchas nociones sobre los períodos de la Historia. En 1570 hacía más de un siglo que aquélla había terminado...


No consigo entender cómo, en pleno siglo XXI, existan personas que quieren el regreso de la Misa en latín con el sacerdote celebrando “de espaldas al pueblo”, usando los pesados ornamentos “romanos”.



La misa en latín, “de espaldas al pueblo” y usando las “pesadas vestiduras romanas” puede referirse perfectamente al rito romano ordinario o de Pablo VI tanto como al rito romano extraordinario o “tridentino”. La edición típica vaticana del Novus Ordo está en latín; no hay en él ninguna rúbrica que obligue al celebrante a oficiar necesariamente vuelto versus populum y no se impone ningún estilo determinado de ornamentos, por lo cual los “romanos” (pesados o no) son compatibles con la forma ordinaria.

Por otra parte, refiriéndonos a la liturgia del usus antiquior no queremos ningún regreso, pues no se trata de que vuelva algo que se había ido (el propio papa Benedicto XVI admite que el misal tradicional nunca fue abrogado y permaneció en principio siempre vigente). Simplemente reclamamos que no se nos siga privando abusivamente de nuestra herencia litúrgica, a la que tenemos perfecto derecho.


Estamos celebrando en este año el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II, cuando ya sentimos la necesidad de la realización un Vaticano III, y resulta que nos encontramos con gente que quiere volver al pasado.
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La conmemoración del cincuentenario del Concilio Vaticano II coincide precisamente con una época de revisión de sus interpretaciones y alcances a la luz de la experiencia acumulada a lo largo de todos estos años, la cual no es precisamente positiva en aspectos fundamentales de la vida de la Iglesia (si no, ahí están las estadísticas que muestran: descenso de las vocaciones sacerdotales, deserciones en el clero, abandono de la práctica en los fieles, vacilaciones masivas en el dogma, contestación de la moral católica, etc.). Si la aplicación del Vaticano II ha demostrado ser más problemática que satisfactoria y se requiere una franca revisión de la hermenéutica con la que se la ha llevado a cabo, ¿cómo se puede pensar en un Vaticano III? Plantearlo siquiera, máxime por parte de un obispo, es una irresponsabilidad y, además, un retorno al pasado: ya en 1967, el cardenal Leo Suenens de Malinas abogaba por un Vaticano III al juzgar que las reformas del Segundo eran superficiales. Curiosamente, desde el lado integrista también se propuso la convocatoria de un Vaticano III, pero en sentido inverso al del purpurado belga: en mayo de 1971, el abbé de Nantes organizó en París una campaña bajo el eslogan “Mañana el Vaticano III” para la cual movilizó a la Liga de la Contrarreforma Católica. Como se ve el obispo de São Carlos no es original y además nos retrotrae a los años salvajes del postconcilio, que tantos dolores de cabeza provocaron a Pablo VI. ¿Quién, pues, quiere volver al pasado


Y lo más preocupante es que se trata de personas que frecuentan la universidad, personas que han entrado en la universidad, pero en las que la universidad no ha entrado. Creo que es hora de que nuestros científicos inventen un dispositivo para “abrir cabezas”.


¿Qué quiere decir el obispo con esto? ¿Qué los que deseamos el rito tradicional somos personas obtusas y faltas de inteligencia? Aparte del insulto gratuito, el argumento se vuelve en su contra: si gente preparada y con estudios superiores se siente atraída por la antigua liturgia de la Iglesia y desea rendir culto a Dios con ella, es más bien porque dicha liturgia eleva el espíritu y abre las inteligencias a la experiencia de lo sagrado. Cuanto más educada es una persona, mayor es su receptividad a lo que es un tesoro de la cultura de Occidente, que ha inspirado a grandes artistas de todas las ramas del Arte a lo largo de la Historia y que ha ejercido fascinación sobre espíritus selectos de fuera de la Iglesia, no pocos de los cuales acabaron convirtiéndose a la fe católica precisamente por la belleza de la liturgia.

Y, por otra parte, no es cierto que sólo las personas con estudios superiores desean volver a dar culto a Dios en la forma tradicional: mucha gente sin mayor preparación intelectual intuye la riqueza que ella encierra y desea beneficiarse de ella, a lo que tienen perfecto derecho


El “desconfiómetro” ya está superado, quizás porque esas personas sospechan que están “fuera de línea”, “fuera de época”". Quieren a toda costa, volver al pasado. Viven de milagros y apariciones, de devociones y pietismo, ya felizmente superados.
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¿Qué significa ese galimatías del “desconfiómetro”? En todo caso, cabe desconfiar cuando se impone por la fuerza un rito completamente nuevo y se proscribe ilegalmente el venerable rito antiguo en nombre de ventajas pastorales que, al cabo, no se ven por ninguna parte, pues resulta que desde que se implantó la reforma litúrgica postconciliar por diktat, el panorama de la práctica religiosa se ha vuelto desolador. Quizás estamos “fuera de línea” y “fuera de época”: desde luego no es la nuestra la línea de la decadencia del culto y la desaparición del sentido de lo sagrado, ni nos interesa estar al día en una época que sacrifica lo permanente a lo efímero; la esencia a la moda. Y no, señor obispo, no queremos volver a toda costa al pasado: queremos simplemente recuperar la memoria que prelados como Vd. nos arrebataron a golpe de báculo, queremos gozar tranquilamente de la herencia de la Tradición que nos escamotearon. Queremos que el rito romano clásico sea nuestro presente.

Y en cuanto a eso de que vivimos “de milagros y apariciones, de devociones y pietismo, ya felizmente superados” es una apreciación totalmente gratuita y subjetiva de Dom Paulo Sergio Machado. En primer lugar, milagreros y aparicionistas (lo mismo que escépticos de lo sobrenatural) los hay en todos los campos, también en el de los fieles que asisten a la liturgia postconciliar. Para apreciar y amar el usus antiquior no hacen falta milagros ni apariciones: se basta éste a sí mismo por su valor intrínseco. Lo que no quiere decir, por otra parte, que creer en milagros y apariciones sea malo: si es en conformidad con el juicio de la Iglesia sobre tales fenómenos y dándoles el justo lugar que les corresponde como revelaciones privadas, que no suplantan la Revelación oficial, son incluso cosa buena y provechosa para quienes en ellos creen.

En segundo lugar, ¿a qué se refiere el señor obispo cuando habla de “devociones y pietismo ya felizmente superados”? ¿Tiene algo en contra de la piedad privada? Las visitas al Santísimo, el rosario, la devoción de los Primeros Viernes, la de los Cinco Sábados, la Hora Santa, el Viacrucis, la comunión espiritual, las letanías, los escapularios, etc., ¿le parecen mal? Porque si es así se pone en contra de lo que piensa Roma, que, a través de la Congregación para el Culto Divino, publicó en 2002 un “Directorio sobre la piedad popular y la liturgia” donde se citan como proemio estas palabras del beato Juan Pablo II:

“La religiosidad popular, que se expresa de formas diversas y diferenciadas, tiene como fuente, cuando es genuina, la fe y debe ser, por lo tanto, apreciada y favorecida. En sus manifestaciones más auténticas, no se contrapone a la centralidad de la Sagrada Liturgia, sino que, favoreciendo la fe del pueblo, que la considera como propia y natural expresión religiosa, predispone a la celebración de los Sagrados misterios”.

Además, es falso y tendencioso decir que quienes queremos el rito romano clásico vivimos de “devociones y pietismo felizmente superados”. Vivimos principalmente de la fe, del santo sacrificio de la misa y de los sacramentos y, sólo en segundo lugar, de las devociones particulares que cada uno tenga a bien tener. Quizás en el pasado se substituyera a menudo la devoción privada a la oración pública de la Iglesia por la desidia de los párrocos en explicar el sentido de las ceremonias del culto al pueblo y por la comodidad de éste en no esforzarse por aprender a tener sentido litúrgico. Pero ello no autoriza a juzgar en bloque a los fieles afectos alusus antiquior, cuya cultura religiosa es, sin duda más ilustrada gracias a los medios con los que se cuenta hoy en día. La misa tradicional suele hoy ser seguida activamente por la mayoría de los que a ella asisten, respondiendo al sacerdote en latín y siguiendo atentamente lo que se desarrolla en el altar. Pocos son actualmente los que rezan otras cosas durante su celebración y aún en este caso, ¿quién es nadie para juzgar sin conocer las circunstancias particulares de cada uno?

Lo del pietismo no se comprende porque que se sepa, los afectos al rito romano clásico no somos protestantes


Imaginemos a un sacerdote que celebra en latín en una capilla rural. “Dominus vobiscum” “Et cum spiritu tuo”. El pueblo sencillo pensará que el sacerdote es preso de locura o, como mínimo, que está maldiciendo.


No hace falta imaginar la celebración en latín en capillas rurales. Fue una realidad hasta los años sesenta del siglo pasado y, a menos que el sacerdote no se hubiera tomado la molestia de catequizar a sus fieles, éstos no pensaban que estuviera loco o echando maldiciones, sino que seguían por lo común la santa misa con sencilla unción. Las palabras del obispo son ofensivas al pueblo, al que no cree lo suficientemente inteligente como para llegar a comprender el rito de la misa ni capaz de seguirlo. Curiosamente, cuando se dio la práctica proscripción de la misa antigua y se impuso la nueva, fueron precisamente los fieles de zonas rurales los que se quedaron mayormente perplejos.


Recuerdo el tiempo de mi infancia, cuando la misa era en latín. Las señoras piadosas, sin entender nada, rezaba el rosario. No tengo nada en contra del rosario (es más: rezo el rosario todos los días), pero el rosario es un rezo, no una celebración.

Pero eso no era culpa de las señoras piadosas, sino del párroco o sacerdote, que no se tomaba la molestia de explicar las sagradas ceremonias, como, en cambio, había ordenado el concilio de Trento que se hiciera. Así pues, lo malo no era el rito en sí, sino la indolencia de sus ministros en hacerlo comprensible y accesible al pueblo. Ahora bien, rezar el rosario durante la misa, dadas esas circunstancias, no era una solución desacertada, pues el rosario es el Evangelio resumido de la Vida, Pasión, Muerte y Gloria de Jesús, que es precisamente lo que se renueva en el sacrificio del altar.



Sólo falta defender el regreso de las famosas “mantillas” que cubrían las cabezas de las mujeres. Y yo pregunto: ¿por qué no las de los hombres? Sería hasta bonito ver a los hombres con “mantillas de encaje”. Pero difícilmente se encontraría a quienes las quisieran usar. A no ser algunos “cabezas de viento” que andan por ahí pretendiendo enseñar el Padre nuestro al párroco.

El antiquísimo y tradicional uso de las mantillas para cubrirse las mujeres la cabeza en la iglesia no es hoy imperativo, pero tampoco está prohibido, por lo tanto, es libre decisión de cada una. Nadie puede obligar a ninguna mujer a llevar mantilla en la iglesia ni impedírselo sea la celebración que fuere: tanto en rito tradicional como en rito moderno. En cuanto a la peculiar propuesta del obispo referente a que los hombres lleven mantilla, simplemente no es tradición cristiana y, de acuerdo con las reglas de trato social, los hombres deben descubrirse cuando están bajo techo. En cuanto a lo que dice de los “cabezas de viento”, no somos nosotros los que pretendemos saber más que nuestros párrocos; más parece que es dom Paulo Sérgio el que pretende enmendarle la plana al Papa, escribiendo este feroz ataque contra su motu proprio“Summorum Pontificum”.


Pero queda la pregunta: ¿qué hay detrás de todo esto? ¿Sólo nostalgia? Pienso que no. Es más que eso: es un deseo morboso, miedo a lo nuevo, aversión al cambio. Es lo que podríamos llamar —para usar una expresión francesa— “laissez faire, laissez passer”, un “dejar de hacer para ver si funciona”. Se trata de un intento de mantener el “status quo”, aunque ese “status quo” beneficie sólo a una media docena. Y los otros que se condenen.


Aquí el único nostálgico morboso, el que tiene miedo a lo nuevo y el que intenta mantener a toda costa el “status quo” es precisamente el obispo. Dom Paulo Sérgio Machado es un nostálgico de los tiempos postconciliares cuando se apabullaba, se ofendía o simplemente se ignoraba a los fieles que querían seguir rindiendo culto a Dios según el rito romano clásico, arbitrariamente suprimido en la casi totalidad del mundo católico, a pesar de que nunca fue abrogado. Tiene miedo a la nueva situación de “pax litúrgica” instaurada por el papa Benedicto XVI con su motu proprio “Summorum Pontificum”, porque sabe que muchos sacerdotes y fieles (sobre todo jóvenes, que no han conocido las controversias del pasado reciente), accediendo al rito antiguo y teniendo libertad de elección podrían pasar a él tranquilamente. Y defiende a capa y espada (por lo que se ve en su vehemente requisitoria contra el derecho reconocido por el Papa a los fieles de dar culto a Dios según la liturgia romana antigua) el “status quo” anterior de dictadura litúrgica en el que durante prácticamente cuatro décadas estuvieron cómodamente instalados los obispos mientras los laicos, cuya voz se suponía que debía ser escuchada en la Iglesia del postconcilio, eran hechos callar. Como al obispo de São Carlos no le gusta el motu proprio, esos “ignorantes” que queremos “la misa en latín”, “de espaldas” y “con pesadas casullas romanas”, que nos condenemos, ¿verdad? Eso antes de cumplir la voluntad del Papa netamente expresada en el motu proprio Summorum Pontificum, en la carta a los obispos que lo acompaña y en la instrucción Universae Ecclesiae.


Para estos puritanos el infierno está lleno de gente, cuando en realidad, es el cielo el que está lleno, porque Dios quiere la salvación de todos. Y no sólo la de apenas una minoría moralista que ve el pecado en todo y para quien el diablo es más poderoso que Dios.


Efectivamente, Dios quiere la salvación de todos, pero no todos se salvan desgraciadamente porque la salvación es un asunto que el Señor ha dejado a la libre elección de los hombres: “Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti”. Dios no condena; se condena el hombre. Infierno y Paraíso son dos lugares destinados a las almas que, en el momento de la muerte deciden su destino eterno. Pero así como podemos con seguridad afirmar la salvación de determinadas personas, no es lícito presumir la condenación de ninguna, porque nadie sabe lo que pasa entre el pecador y Dios en el instante supremo y la misericordia divina es infinita. Si hay gente obsesionada con el infierno y que manda a él alegremente a los prójimos, ciertamente no es porque a ello le induzca el rito romano clásico: justamente es todo lo contrario. Siempre se han encargado misas a los sacerdotes por los vivos y los difuntos, es decir, en última instancia por la salvación de las almas. Cuando el usus antiquior era todavía universalmente vigente muchos eran los encargos y fundaciones de misas por parte de particulares; con el Novus Ordo, en cambio, la gente ya no es tan generosa, en parte porque ya no se insiste en el valor propiciatorio del santo sacrificio y también porque el número de misas celebradas ha disminuido mucho, lo cual es un dato objetivo.

En cuanto a lo de que la salvación está reservada a “una minoría moralista que ve el pecado en todo y para quien el diablo es más poderoso que Dios”, se trata nuevamente de una apreciación subjetiva y gratuita del señor obispo. ¿De dónde saca semejante conclusión? Con pocos católicos afectos a la liturgia antigua debe haber tratado personalmente –si es que con alguno– porque la visión de un mundo en que todo es inexorablemente pecado y en que el demonio es más fuerte que Dios (luego Dios no sería Dios, sino el demonio) no es sencillamente católica. El pecado y el mal existen ciertamente en el mundo, pero también existe el bien y existe la gracia, que vence al pecado y trasciende el mal. El puritanismo moralista y maniqueo no ha sido nunca católico, sino calvinista.


“Rasgad vuestro corazón y no vuestras vestiduras”, dice el profeta. Gente que se preocupa por lavar las copas, las tazas, y no a las mentes y los corazones. Es la vieja posición de los fariseos —que todavía hoy son muchos— que criticaban a Jesús por sanar en Sábado. Recuerdo la historia de una persona que, al oír la noticia de que "Juan había asesinado a Pedro el Viernes Santo", dijo: “¿por qué no dejó para matarlo el sábado?” Para esta persona el día era lo más importante.
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Llamar “fariseos” a los católicos que simplemente queremos poder dar culto a Dios en paz según un rito legítimamente reconocido por la Iglesia es no sólo una temeridad, sino una falta total de justicia y caridad, especialmente grave viniendo de un obispo. ¿Qué razones tiene para juzgar de nuestra intención y declararnos sin más hipócritas? ¿Cómo sabe si nuestra devoción está de acuerdo o no con nuestra conducta?

Cabe preguntarse si no es más bien al contrario. ¿No hace él como los escribas y los fariseos y como los príncipes de los sacerdotes, que eran los que imponían cargas a los demás y exigían obediencia ciega? Esa misma obediencia que nos han impuesto con prepotencia desde la Jerarquía durante cuatro décadas, negándonos nuestro derecho. Recuerde, además, Dom Paulo Sérgio Machado a la hora de hacer símiles, que en tiempos de Jesucristo los escribas, los fariseos y los príncipes de los sacerdotes eran el poder religioso establecido y Jesús, sus apóstoles y seguidores, la minoría inconformista. Hoy, ¿quién está de qué lado? Los obispos son los que tienen el poder y los “inconformistas” somos nosotros, pues nuestra adhesión alusus antiquior parece ser contraria al establishment oficial. Pero nos cuidaremos bien, a diferencia de lo que hace Dom Paulo Sérgio, de llamarlo a él y a los obispos que como él se comportan “raza de víboras”.


Termino citando a dos pensamientos que hacen pensar: “El pasado es una lección para meditar, no para repetir” (Mário de Andrade, autor de Macunaíma), “Toma del altar del pasado el fuego, no las cenizas” (Jean Jures, líder socialista francés).

Ciertamente, el “pasado es una lección para meditarse, no para reproducirse”. Estamos completamente de acuerdo. No queremos en absoluto ninguna vuelta al pasado, sino vivir nuestra liturgia de siempre en el presente y en el espíritu actual impreso por el papa Benedicto XVI. No queremos volver a un pasado en el que la liturgia era en muchas ocasiones una cosa rutinaria. No queremos volver a un pasado en el que no se explicaba a los fieles el significado de las sagradas ceremonias. No queremos volver a un pasado en el que no se cuidaba el ars celebrandi y el valor de belleza en la liturgia. Tampoco, por supuesto, queremos volver al pasado de proscripción y de penalidades que tuvimos que sufrir por el solo hecho de querer conservar un rito venerable y perfectamente legítimo. Ni al pasado de abusos litúrgicos sin cuento, de escándalos y profanaciones a vista y paciencia de los que, por el contrario, tenían el deber de vigilar para que no se dieran aquéllos. Ni al pasado de la “autodemolición” de la Iglesia, denunciada por el papa Pablo VI y que el propio cardenal Virgilio Noè refirió especialmente a la aplicación de la reforma litúrgica postconciliar (de la que fue uno de los fautores). Lecciones son, por otra parte, que han de meditarse para que no se repitan los mismos errores ni las mismas injustas situaciones.

También concordamos con la cita de Jaurès: “Toma del altar del pasado el fuego, no las cenizas”. Ahora no sirve de nada maldecir lo que estuvo mal y lo que ya no tiene remedio, ni las persecuciones, ni las humillaciones, ni los malos ratos, ni los disgustos, ni los sufrimientos sobrellevados durante cuarenta años. Ya no son sino cenizas y ofrecidos están a Dios como penitencia por nuestras dejaciones e indolencias. Lo verdaderamente importante es tomar el fuego vivo que ha rescatado el Santo Padre de los rescoldos del pasado para encender los corazones en el celo de la casa de Dios que los consuma y hacer de la santa liturgia el lugar privilegiado de nuestro encuentro con Jesucristo en su Iglesia, tanto en la forma ordinaria como en la extraordinaria, que, por mucho que le pese al obispo de São Carlos, son ambas dos expresiones legítimas de la misma “lex orandi”.


O Retorno à Idade Média

Por Dom Paulo Sérgio Machado, bispo de São Carlos, SP – 31 de março de 2012

Não consigo entender como, em pleno século XXI, existam pessoas que querem a volta da Missa em latim, com o padre celebrando “de costas para o povo”, usando os pesados paramentos “romanos”.

Estamos celebrando, neste ano, os cinqüenta anos da abertura do Concílio Vaticano II, quando já sentimos a necessidade da realização de um Vaticano III e encontramos gente que quer retornar ao passado. E, o que é mais preocupante, são pessoas que freqüentaram a universidade, que entraram na universidade, mas a universidade não entrou neles. Penso que é hora de os nossos cientistas inventarem um aparelho para “abrir cabeças”. O “desconfiômetro” já está ultrapassado, mesmo porque estas pessoas não desconfiam que estão “fora de linha”, “fora de época”. Querem, a todo custo, a volta ao passado. Vivem de milagres e aparições, de devoções e pieguismo já, felizmente, ultrapassados.

Imaginemos um padre celebrando em latim numa capelinha rural. “Dominus vobiscum”. “Et cum spiritu tuo”.O nosso povo simples vai pensar que o padre está maluco ou, pelo menos, que o está xingando. Lembro-me de meu tempo de criança, quando a missa era em latim. As senhoras piedosas, não entendendo nada, rezavam o terço. Não tenho nada contra o terço -aliás eu rezo o rosário todos os dias- mas terço é reza, não é celebração.

Só falta defenderem a volta às famosas “mantilhas” que cobriam as cabeças das mulheres. E eu pergunto: por que não a dos homens? Seria até bonito ver os homens de “mantilhas rendadas”. Difícil seria encontrar quem as quisesse usar. A não ser alguns “cabeças de vento” que andam por aí querendo ensinar o pai posso ao vigário.

Mas, persiste a pergunta, o que está por detrás disso? Um saudosismo? Penso que não. É mais do que isso: é um desejo mórbido, um medo do novo. Uma aversão à mudança. É o que poderíamos chamar de -para usar uma expressão francesa – um “laissez faire, laissez passer”, um “deixa estar para ver como é que fica”. É uma tentativa de manter o “status quo”, mesmo que esse “status quo” beneficie a uma meia dúzia. E os outros é que se danem.

Para esses puritanos o inferno está cheio de gente; quando na verdade, cheio está o céu, porque Deus quer salvação de todos. E não apenas de uma minoria moralista que vê pecado em tudo e para quem o capeta é mais poderoso do que Deus. “Rasgai os vossos corações e não as vossas vestes”, diz o profeta. Gente que se preocupa em lavar os copos, as taças, e não as mentes e os corações. É a velha posição dos fariseus – que ainda hoje são muitos - que criticavam Jesus por curar no dia de sábado. Lembro-me da história de uma pessoa que, ouvindo a notícia de que o João havia assassinado Pedro na sexta feira santa, disse: “por que ele não deixou para matar no sábado?“ Para esta pessoa o dia era o mais importante.

Termino citando dois pensamentos que fazem pensar: “O passado é uma lição para se meditar, não para se reproduzir” (Mário de Andrade — autor de Macunaíma); “Leve do altar do passado o fogo, não as cinzas” (Jean Jures — líder socialista francês).

Nosso agradecimento ao leitor Dionisio Lisbôa pela indicação.

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