jueves, 30 de septiembre de 2010

San Jerónimo, Presbítero, Confesor y Doctor.

El IV siglo después de Cristo, que tuvo su momento importante en el 380 con el edicto del emperador Teodosio que ordenaba que la fe cristiana tenía que ser adoptada por todos los pueblos del imperio, está repleto de grandes figuras de santos: Atanasio, Hilario, Ambrosio, Agustín, Crisóstomo, Basilio y Jerónimo. Este último nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año 340; estudió en Roma y allí fue bautizado. Su espíritu es enciclopédico: su obra literaria nos revela al filósofo, al retórico, al gramático, al dialéctico, capaz de pensar y escribir en latín, en griego, en hebreo; escritor rico, puro y robusto al mismo tiempo. Al se debe la traducción al latín del Antiguo y del Nuevo Testamento, que llegó a ser, con el título de Vulgata, la Biblia oficial del cristianismo.
Jerónimo es de una personalidad fortísima: en cualquier parte a donde va suscita entusiasmos o polémicas. En Roma fustiga los vicios y las hipocresías y también preconiza nuevas formas de vida religiosa, atrayendo a ellas a algunas mujeres influyentes patricias de Roma, que después lo siguen en la vida eremítica de Belén.
La huida de la sociedad de este desterrado voluntario se debió a su deseo de paz interior, no siempre duradero, porque de vez en cuando reaparecía con algún nuevo libro. Los rugidos de este “león del desierto” se hacían oír en Oriente y en Occidente. Sus violencias verbales iban para todos. Tuvo palabras duras para Ambrosio, para Basilio y hasta para su amigo Agustín que tuvo que pasar varios tragos amargos. Lo prueba la correspondencia entre los dos grandes doctores de la Iglesia, que se conservan casi en su totalidad. Pero sabía suavizar sus intemperancias de carácter cuando el polemista pasaba a ser director de almas.
Cuando terminaba un libro, iba a visitar a las monjas que llevaban vida ascética en un monasterio no lejos del suyo. El las escuchaba, contestando sus preguntas. Estas mujeres inteligentes y vivas fueron un filtro para sus explosiones menos oportunas y él les pagaba con el apoyo y el alimento de una cultura espiritual y bíblica. Este hombre extraordinario era consciente de sus limitaciones y de sus propias faltas. Las remediaba dándose golpes de pecho con una piedra. Pero también se daba cuenta de sus méritos, tan es así que la larga lista de los hombres ilustres, de los que hizo un breve pero precioso resumen (el De viris illustribus) termina con un capítulo dedicado a él mismo.
Murió a los 72 años, en el 420, en Belén.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Dedicación de San Miguel, arcángel.

La gloria de San Miguel, Gran Jefe.
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Desde el Antiguo Testamento, se le menciona como tal: “En aquel tiempo se levantará Miguel, el Gran Jefe, que defiende a los hijos de tu pueblo” (Dn 12, 1).
Su nombre glorioso aparece en todas las oraciones solemnes de la Iglesia: al principio de la Misa en el “yo confieso”, en el ofertorio, en el prefacio, en el canon, al final del Santo Sacrificio. Tiene su Misa propia el 29 de septiembre; la Misa de los difuntos lo menciona; la Iglesia lo invoca en el Sacramento de la Extremaunción, en la oración de los agonizantes, en los exorcismos, en los sacramentales, en las letanías, etc.
El Papa León XIII compuso un exorcismo especial para conseguir la protección de San Miguel.
San Pío X declara: “Debemos creer firmemente que la lucha actual se terminará por el triunfo y el socorro de este arcángel bendito”.
Pío XI pedía rezar a San Miguel, por la conversión de Rusia. El 8 de mayo de 1940, Pío XII proclama que es urgente, más que nunca, acudir a la protección de San Miguel, recordando que es el protector y defensor de la Iglesia; el proveedor del Paraíso, ya que es el encargado de presentar las almas a Dios; el ángel de la paz; el vencedor de Satanás. Y el 8 de mayo de 1945, pidió avanzar con el estandarte del Arcángel repitiendo su grito: “¡Quién como Dios!”.
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Apariciones de San Miguel Arcángel.
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Numerosas son las intervenciones del Arcángel en la historia del mundo. En Francia, por ejemplo, sabemos cómo este jefe de los ángeles ayudó a una humilde campesina analfabeta, de 16 años, Santa Juana de Arco, a liberar el país del ocupante inglés. La crónica religiosa, habla también de las apariciones de San Miguel en el Monte Gargan, en el sur de Italia, donde una basílica conmemora el acontecimiento y numerosos peregrinos rinden un culto a este arcángel.
En el año 590, cuando la peste asolaba la ciudad de Roma, el Papa San Gregorio Magno, levantó súplica al Arcángel, que se le apareció anunciándole el fin del flagelo. En el año 709, San Miguel, se apareció en el monte que lleva su nombre en Francia; ahí también se le dedicó una basílica que atrae numerosos peregrinos.
De todas estas manifestaciones, una se merece una atención especial. El Emperador Constantino, en guerra contra su rival Maxencio, se veía en peligro de perder la batalla, cuando se le apareció San Miguel mostrándole, en pleno mediodía, una cruz luminosa en el cielo, que llevaba esta inscripción: “Por esta señal vencerás”.
El emperador, hizo poner la cruz sobre el estandarte que las tropas llevaban a la batalla, y venció a su enemigo, en la puerta de Roma, el 27 de octubre del año 312. Maxencio, huyendo ante él, cayó en el Tíber y se ahogó. Constantino, vencedor, entró triunfalmente en Roma, a la cabeza de sus legiones, con la cruz que lo precedía y publicó el decreto que daba libertad a la Iglesia. Además, quiso que la primera estatua, que le erigió el senado, lo representara con la cruz en la mano y con la misma inscripción: “Por esta señal, vencerás”.
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La grandeza de San Miguel.
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Cuando Lucifer fue echado del cielo por su pecado de orgullo, San Miguel ocupó su lugar y se convirtió en Jefe de todos los ángeles buenos. Es lo que dice el Arcángel San Gabriel al profeta Daniel: “Miguel, primero de los principales jefes”; la Iglesia también lo nombra habitualmente como Jefe de la Milicia Celestial.
Dios ha marcado a San Miguel con el sello de su grandeza, lo que le permite ejercer su primacía sobre los nueve coros de los ángeles: Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Virtudes, Potencias, Principados, Arcángeles y Ángeles. La autoridad de San Miguel, como lo escribe San Bruno, es tan extensa, que le corresponde dar a cada hombre su Ángel Custodio, encargado de guardarlo, guiarlo y defender de todo mal, físico y moral, siempre que la persona esté atenta y coopere a sus santas inspiraciones.
Mientras el demonio ronda como león rugiente acechando a su presa, buscando a quien devorar, San Miguel, siempre vigilante y como padre atento, manda a los ángeles alrededor de los fieles, para que rechacen los asaltos del enemigo infernal.
Su amor para los fieles supera al de los ángeles, porque no le basta mandar a los ángeles, sino que él mismo vela sobre las necesidades particulares de cada uno de los fieles y los defiende, por lo que Daniel lo llama “El Vigilante”
San Miguel Arcángel, ruega por nosotros.

martes, 28 de septiembre de 2010

Actualización de la Galería de Fotos.



Hemos actualizado la Galería de Fotos con la Santa Misa Tridentina recién pasada correspondiente al Domingo XVIII después de Pentecostés, donde además celebramos los 53 años de ordenación sacerdotal de nuestro Capellán Msr. Jaime Astorga Paulsen. Las fotos se pueden ver linkeando sobre la imagen.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Aniversario Sacerdotal Msr. Jaime Astorga Paulsen

Con la Santa Misa correspondiente al XVIII domingo después de Pentecostés llevada a efecto en el Oratorio de la Parroquia Santa Bárbara de Casablanca, celebramos los 53 años de ordenación sacerdotal de nuestro apreciado Msr Jaime Astorga Paulsen, posteriormente tuvimos una pequeña convivencia en la sede de Una Voce Casablanca, adjunto algunas fotos.
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Msr. Astorga con el equipo litúrgico de Una Voce Casablanca

Señor mío y Dios mío.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Domingo XVIII después de Pentecostés.

"Yo te absuelvo de tus pecados": Cristo mismo es quien por boca de su sacerdote, depositario del poder de las llaves, perdona, Palabra viva del Padre.
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Reflexión
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“Me he alegrado en lo que me han dicho: Iremos a la casa del Señor”
-Salmo 121-

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Estos versos del Salmo 21 forman parte del Introito y del Gradual de la misa de este domingo. A través de ellos llegan hasta nosotros los ecos de la alegría que invade a la Iglesia por el misterio de la obra redentora llevada a cabo por Nuestro Señor Jesucristo.
La alegría de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, es la alegría de todos sus miembros.
La alegría de la Iglesia es la alegría de cuantos estamos aquí, convocados y reunidos en torno al altar de Dios, participando activamente en los sagrados misterios, “renovando la bendita Pasión de nuestro Señor Jesucristo, de su Resurrección del sepulcro, como también de su gloriosa Ascensión a los cielos”.
¿Cómo no vamos a alegrarnos cuando somos llamados e invitados a la casa del señor, si es Dios mismo quien nos invita como a hijos muy amados para dispensarnos los dulces frutos de su misericordia?
Es cierto que la llamada del Señor nos invita a acudir alegres y fervorosos al templo que es casa de Dios y casa de los hijos de Dios. Pero, hemos de pensar que sobre todo la casa de Dios es su Santa Iglesia que Él mismo ha fundado y establecido en el mundo como instrumento de salvación para todo el género humano.
Nuestra alegría es así mucho más profunda, al descubrirnos hijos de Dios y miembros de la Iglesia, que por pura gracia es nuestra casa, nuestro hogar espiritual, familia de los hijos de Dios redimidos por la Sangre Preciosa de su Hijo Jesucristo.
El gozo verdadero del cristiano brota de la conciencia clara de su filiación divina, de su confianza plena en la misericordia de Dios, cuya Providencia dirige suavemente nuestras vidas. Es gracias a esta conciencia que podemos distinguir entre los goces efímeros y pasajeros que no sacian nuestro corazón, y esa otra alegría que es interior, que nace en lo profundo del alma y que es duradera porque su origen está en Dios.
El Señor da la paz y la alegría a cuantos confían en Él. Por eso, cuanto mayor sea nuestra confianza en Dios y en su misericordia, mayor será también nuestra alegría y la paz de nuestro corazón.
Abundando, aún más en esta idea del salmo 121, diremos que la casa de Dios en medio del mundo es su propio Hijo nuestro Señor Jesucristo. A eso mismo se refería el Señor cuando el santo evangelio nos refiere sus palabras en las que Él hablaba del templo de su cuerpo.
Nuestro Señor Jesucristo es el templo santo de Dios en medio del mundo, porque en Él “habita la plenitud de la divinidad”, y quien ha visto a Cristo “ha visto al Padre”.
El Corazón amable de nuestro Salvador y Redentor, que es un horno encendido de caridad, es verdaderamente “casa de Dios” y “refugio seguro” para todos nosotros pobres pecadores.
Efectivamente, en el Sacratísimo Corazón de Jesús, encontramos las fuentes del perdón y de la gracia, las fuentes vivas de la misericordia y el remanso de paz que nuestros pobres corazones buscan y anhelan ansiosamente.
El santo evangelio de este domingo nos presenta el relato del paralítico que algunos le presentaron a Jesús en la ciudad de Cafarnaúm. Y el Señor, que todo lo conoce, vio la fe de aquella gente, e invitando al paralítico a que tuviese confianza le perdonó sus pecados.
¡Cuánto le agrada al Señor que acudamos a Él!
Acudir a Jesús por medio de la oración, acudir a Jesús por medio de los sacramentos, especialmente el sacramento del perdón, que por ello mismo es el sacramento de la alegría. Acudir a su presencia para manifestarle humildemente nuestras necesidades físicas, morales o espirituales. Todo esto es siempre una manifestación de fe en Jesucristo. Y el Señor nunca deja sin premio ni sin respuesta la fe de cuantos acuden a Él.
Esto nos ha de animar y mover a acercarnos con toda la frecuencia posible al Señor. Hemos de convencernos cada vez más de lo valiosa que es la fe a los ojos de Dios.
Así también, la fe debería ser para nosotros el mayor tesoro, nuestra mayor riqueza, nuestra arma más poderosa.
La fe es la llave que abre el Corazón misericordioso de Dios.
La santa fe es el imán que atrae sobre nosotros todas las gracias divinas y el torrente de sus misericordias.
Es únicamente por la fe que se produce el milagro maravilloso del perdón y de la reconciliación con el Señor.
Sintamos como dirigida a cada uno de nosotros particularmente la misma invitación que hizo el Señor al paralítico de Cafarnaúm: “¡Confía, hijo!”.
Pidamos a la Virgen Santísima que aumente en nosotros la confianza en su Hijo. Que Ella nos obtenga la gracia de una fe más pura y más firme.
Que María, Madre de misericordia, sostenga nuestra oración confiada: ¡Señor, yo creo, pero aumenta mi fe!
P. Manuel María de Jesús

sábado, 25 de septiembre de 2010

Catecismo en ejemplos: Del Sacramento del Orden.

Lección de lógica.
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Un sacerdote viajaba con dos oficiales imbuídos en las preocupaciones del siglo. El más joven de éstos refirió algunos desórdenes verdaderos o supuestos, que en su concepto comprometián irremediablemente a todo el clero. El eclesiástico se desentendió de esto, y como si nada oyese continuó leyendo su diario. Momentos después, cual si hablase consigo mismo, el sacerdote exclamó: "Algunos oficiales acaban de cometer odiosas violencias; así comprometen a la oficialidad y a la armada entera."
¡Ah! Señor, respondió vivamente el militar de mayor grado, vuestra consecuencia es exagerada; la censura que merece la conducta de algunos subalternos no puede extenderse a todo un cuerpo tan honorable como la armada.
Sin embargo, señor, es la consecuencia que, hace un momento, habéis deducido vosotros, por los procedimientos de un sacerdote, respecto a todo el clero.
El capitán, hombre de buen sentido, después de un instante de perplejidad, replicó: "Tenéis razón, señor, nos ha faltado la lógica; servíos aceptar mis excusas."
El más joven reconoció a su vez el error y le habló en seguida amistosamente de otros asuntos. (Lefort).

viernes, 24 de septiembre de 2010

Creo en la comunión de los santos.

Los bienes espirituales comunes de la Iglesia son: los infinitos méritos de Jesucristo, los sobrantes de la Santísima Virgen María y de los santos, las indulgencias, las oraciones, las preces públicas y los ritos exteriores, con todos los cuales, como con otros tantos vínculos sagrados, se unen los fieles a Nuestro Señor Jesucristo y entre sí.
¡Qué consolador es este pensamiento, que todos los miembros de la Iglesia pertenecemos a una gran familia, cuya cabeza es Cristo! En esa gran familia cristiana hay comunicación y participación de sus bienes y males, de sus goces y alegrías, de sus penas y tribulaciones.
Una parte de los miembros de la Iglesia ya han obtenido el triunfo y la corona: forma la Iglesia triunfante; otra parte se purifica más y más, como el oro en el crisol, para entrar a esa región de luz y felicidad que es la gloria, en la que nada manchado puede entrar: forma la Iglesia paciente; finalmente los que luchamos las batallas del Señor en esta tierra, como soldados de Cristo, hasta conseguir el premio de la gloria formamos la Iglesia militante.
Tratemos de ver la belleza y significado de unión de los fieles con Cristo por la vida sobrenatural de la gracia, así como los sarmientos participan de la savia de la vid. Consúltese el Evangelio de S. Juan (XV, 4) y las cartas de San Pablo (Rom XII, 4-5; Col I, 18; 1ª. a los Cor XII, 12-15, etc) para comprender la magnífica doctrina teológica sobre nuestra incorporación a Cristo, centro de nuestra piedad y religión.
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Vida litúrgica. Fiesta de Todos los Santos y La conmemoración de los fieles difuntos.
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El 1ero. de noviembre, la Iglesia nos manda echar una mirada al cielo, nuestra futura patria, para ver allí con S. Juan esa multitud incontable de santos inscritos en el libro de la vida. Forman ese majestuoso cortejo que alaba al Cordero sin mancilla, Cristo (Epístola), cuantos acá en la tierra se deshicieron de los bienes caducos y fueron mansos, mortificados, justicieros, misericordiosos, puros, pacíficos y perseguidos por Cristo (Evangelio).
La Fiesta de Todos los Difuntos nos trae, como naturalmente, a la memoria, el recuerdo de las almas santas que, cautivas en el purgatorio, para expiar en él sus culpas veniales o bien para satisfacer la pena temporal debida por sus pecados están sin embargo confirmadas en gracia y, algún día entrarán en el cielo.
La liturgia de los difuntos es tal vez la más hermosa y consoladora de todas (Lefebvre).
Las almas del Purgatorio, declara el Concilio de Trento, son socorridas por los sufragios de los fieles, y señaladamente por el sacrificio del altar. (Fuente: Compendio de la Doctrina Cristiana, 1939).

jueves, 23 de septiembre de 2010

San Pío de Pietrelcina.


"Ánimo y no temas la ira de Lucifer. Recordad siempre: que es una buen señal cuando el enemigo se agita y ruge alrededor vuestro, ya que esto demuestra que él no está dentro de ti".
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San Pío de Pietrelcina, ora pro nobis.
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El santoral de la forma ordinaria del Rito Romano nos recuerda hoy su memoria.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

La Virgen María en la Historia de Chile, III.

Arturo Prat y la Virgen del Carmen.
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El día 11 de mayo de 1979, don Arturo Prat antes de zarpar para la guerra, en la que hallaría la inmortalidad por su arrojo y patriotismo, escribió una carta a su tía doña Clara Prat. En ella se manifiestan sus íntimos sentimientos cristianos y marianos y su devoción a la Virgen del Carmen.
En uno de sus párrafos, la carta dice así:
“Antes de salir, y a pedido de algunas señoras de Valparaíso, toda la tripulación y los oficiales –incluso yo- recibimos el escapulario del Carmen, en cuya protección confiamos para que nos saque con bien de esta guerra”.
“También me acompaña a bordo la Virgen del mismo nombre y San Francisco. Con tanto protector, creo se puede tener confianza en el éxito”.
De acuerdo al inventario de los objetos hallados junto a su cadáver en el Huáscar y enviados a su viuda, don Arturo Prat Chacón murió con el escapulario del Carmen en el pecho.
Dicho escapulario fue entregado solemnemente, el 16 de julio de 1963, en manos del Señor Cardenal Arzobispo de Santiago, don Raúl Silva Henríquez, por la familia del héroe nacional, para conservarse en el Museo Histórico de Maipú.
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Dagoberto Godoy y la Virgen.
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El pionero de la aviación chilena que el 12 de diciembre de 1918 cruza por primera vez los Andes con un aparato monomotor, llevaba en su avión una medalla de la Virgen. El mismo narra lo siguiente:
“Lo primero que hice antes de probar el motor y antes de controlar los instrumentos, fue sacarme la medalla de la Virgen y colgarla en el tablero de instrumentos. Luego probé el motor, me elevé, tomé altura y seguí subiendo, subiendo. Enfrente los Andes y me dirigí hacia la cordillera. Era la primera vez en la historia que se hacía esto. No se había cruzado nunca la cordillera volando… Era una ruta inexplorada, nadie sabía cómo era aquello. Me interné en la cordillera y comencé a ver lo grandioso y difícil que era la empresa. Aquello parecía que no terminaba…Cuando sentí más miedo por los barquinazos de viento, quise devolverme. Pero al ver la medalla de la Virgen que golpeteaba, me dije: Sigo adelante porque la Virgen es mi copiloto y Ella me está acompañando. Esto fue lo que me dio seguridad para continuar la travesía”.
Así, bajo la mirada de María, cumplió su hazaña Dagoberto Godoy.
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La Cofradía del Carmen.
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En los libros de la célebre Cofradía del Carmen de Concepción, en la época de 1812, se puede decir que estaban inscritas todas las personas notables y casi todo el pueblo de la ciudad sureña.
Entre esos nombres está el de don Manuel Bulnes, General y después Presidente de la República.
Los socios de la Cofradía debían rezar diariamente algunas preces, confesarse y comulgar el tercer domingo de cada mes y llevar puesto el escapulario del Carmen.
Dentro de las costumbres de la época, estas eran manifestaciones de fe cristiana y del acendrado amor a la Virgen que siempre se ha dado en el corazón de los chilenos.

martes, 21 de septiembre de 2010

La Virgen María en la Historia de Chile, II.

El General San Martín y la Virgen del Carmen.
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El General San Martín, héroe de la Independencia americana, envía a la Virgen del Carmen dos banderas tomadas al enemigo. Las envía desde Lima al Gobernador de Mendoza con estas palabras: “Como un tributo de consideración que le presentan las tropas de mi mando”. Dispone que sean colocadas a los pies de Ntra. Sra. del Carmen de Mendoza, Patrona y Generala del Ejército de Los Andes. Las llevó personalmente su ayudante O`Brien.
Como San Martín, sobresalen también otros caudillos de la Independencia por su devoción a la Virgen del Carmen.
El General Juan Gregorio Las Heras, gran colaborador de San Martín en Chile y Perú, recibió de este, al final de sus campañas, un cuadro de la Virgen del Carmen, que le había acompañado en Chacabuco y Maipú. Santiago de Chile admiraba al General Las Heras, ya anciano y retirado, pero vistiendo uniforme de gala, llevando las andas de la Virgen del Carmen en la procesión del 16 de julio.
En cuanto al célebre guerrillero chileno José Miguel Neira, empezó siendo bandolero, pero el General San Martín supo atraerlo a su causa, transformándolo en héroe de la resistencia. Sobre su pecho llevó siempre la carta de San Martín y el escapulario de la Virgen del Carmen.
Finalmente, el General José Antonio Bustamante, que tan valiente actuación tuvo en Maipú, llevaba a todas partes la imagen de la Virgen del Carmen, y el escapulario al cuello. En el lecho de muerte dijo a su mujer: “Coloca muy cerca, que yo la vea, la imagen de mi Madre del Carmen. Ella, que me ha dado valor en las batallas y me ha salvado en trances muy difíciles, me dará hoy las fuerzas que tanto necesito”.
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Monseñor Jara y la Virgen del Pilar.
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En el Santuario de Ntra. Sra. del Pilar de Zaragoza (España), flamean las banderas de las 19 repúblicas hispanoamericanas junto a la bandera española. Este hecho se debe a la iniciativa de un obispo chileno y la ceremonia de entrega de las banderas se realizó el 29 de noviembre de 1908.
Fue por propuesta de Monseñor Jara, entonces Obispo de San Carlos de Ancud. Secundaron su iniciativa 90 prelados de las 19 naciones y, en representación de todos, acudieron a Zaragoza, Mons. Jara y los obispos argentinos de La Plata y Córdova, con otros representantes de las 19 repúblicas. Llevaron banderas de seda guarnecidas con franjas de oro.
Primeramente acudieron a Roma para que el Papa las bendijese y luego las llevaron al Santuario de Zaragoza. Dichas banderas fueron bendecidas personalmente nada menos que por el que hoy es San Pío X.
Las banderas se colocaron en el Pilar, detrás de la verja de la capilla. El 20 de mayo del año siguiente, 1909, se añadió a ellas una bandera española ofrecida por el Capitán General de Zaragoza, en nombre de su Majestad el Rey y fue costeada por suscripción popular.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Catecismo en ejemplos: Del Sacramento de la Eucaristía.

Ciudad del Santísimo Sacramento.
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Este es el nombre que se da a la ciudad de Turín, a consecuencia del siguiente público y solemne milagro. En la tarde del 6 de junio de 1453, pasaban por Turín, conduciendo un asno cargado de mercancías, unos ladrones cuyo oficio no era conocido. Venían de Exilles, plaza fuerte, vecina a Susa, y entregada a saco después de graves desórdenes de guerra. Despojada hasta la misma iglesia, la custodia con la Hostia Sagrada y otros objetos robados eran llevados sobre aquel asno. Cuando los ladrones llegaron a Turín, al pasar cerca de la iglesia de San Silvestre, el asno se detiene, se alebresta y cae en tierra. En vano furiosos le golpean los conductores. El asno no se mueve. En tales momentos rómpese la carga, la custodia se eleva en el aire y la Santa Hostia aparece resplandeciente y más hermosa que el sol a la vista de los circunstantes. El Obispo Luis de Romañano, acude con el clero seguido de una muchedumbre inmensa de pueblo. Llegado allí se abre la custodia y cae; mas la Hostia Divina queda radiante y suspendida en el aire.
La multitud llena de asombro y religioso sentimiento exclama: ¡Señor, quedad con nosotros! ¡Nuevo prodigio!. La Hostia Santa poco a poco desciende hasta posarse en un cáliz que el Obispo tiene en las manos y en el cual con toda solemnidad la conduce a la catedral. En el lugar donde se efectuó el prodigio erigióse la iglesia intitulada Corpus Domini. He aquí el origen de la singular devoción que en Turín se tiene al Santísimo Sacramento. (Don Bosco, Storia Ecclesiastica).

domingo, 19 de septiembre de 2010

Díliges Dóminum Deum tuum ex toto corde tuo, et in tota ánima tua...

Domingo XVII después de Pentecostés.
II clase, verde. Gloria, Credo y prefacio de la Santísima Trinidad
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"Amarás a Dios y a tu prójimo": el gran precepto de la antigua Ley que alcanza su perfección en la caridad cristiana, don del Espíritu.
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"Amarás al Señor tu Dios; amarás a tu prójimo."
El gran mandamiento es el amor. En amar a Dios y a los hermanos consiste toda la ley y los profetas, como nos lo recuerda el evangelio de hoy.
En la epístola, en que san Pablo inculca el deber de la caridad fraterna, no se pone otro fundamento: "Se os ha llamado a una sola esperanza. Uno solo es el Señor, una la fe, uno el bautismo; uno solo el Dios y Padre de todos..." La fe en Dios, que se comunica a los hombres y los consagra a un mismo destino sobrenatural, fundamenta la caridad cristiana.
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La Biblia y la Liturgia de este día.
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Sobre el primer mandamiento: Levítico 19.18,34 - Deuteronomio 6.4-5; 10.12-13. Ver el domingo después de la Ascensión (caridad fraterna).
Sobre el Mesías, hijo y Señor de David, acudir a lo que se dijo en el primer domingo de Adviento sobre la expectación mesiánica de Israel. Leer igualmente, los salmos 2; 88; 109 (utilizado por Mateo en el evangelio del día) y Hebreos 1.
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Introito
Salmo 118.137,124,1
Justus, es Dómine, et rectum
judícium tuum: fac cum
servo tuo secúndum miseri-
córdiam tuam. Ps. Beáti im-
maculáti in via: qui ámbulant
in lege Dómini. V/ Glória.

sábado, 18 de septiembre de 2010

La Virgen María en la Historia de Chile.

Don Pedro de Valdivia y la Virgen.
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Don Pedro de Valdivia y los continuadores de su obra fueron hombres de mucha y piedad. En repetidas ocasiones, Valdivia recalca que toda su labor la hizo con el auxilio y valimiento de Dios nuestro Señor, de la Virgen María y del Apóstol Santiago. Pero era su devoción a la Reina del Cielo la que más brillaba en sus manifestaciones de piedad.
Según la tradición, la Virgen que se venera hoy en la Iglesia de San Francisco, en la alameda Bernardo O`Higgins, de Santiago, la trajo don Pedro de Valdivia desde el Perú. Se le rinde culto con el nombre de Nuestra Señora del Socorro, nombre que le pusieron los españoles en Santiago el 20 de septiembre de 1543, al llegar del Perú el “socorro” traído por el capitán don Alonso de Monroy, porque atribuyeron a la Virgen la llegada de la tan esperada ayuda. En efecto, en la plaza principal de la quemada y semidestruida ciudad de Santiago, habían estado implorando protección a la Virgencita traída por Valdivia.
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La Virgen del Rosario de Andacollo.
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Según una tradición popular, la imagen de la Virgen del Rosario de Andacollo la llevaron a La Serena los primeros conquistadores desde Perú. Al ser destruida la ciudad por los indios en 1549, la escondieron en las montañas de Andacollo, junto a los bosques del río Coquimbo. Allí la habrían encontrado los indios que iban a buscar leña. Hasta aquí la leyenda.
La historia nos dice que en 1575 existía la iglesia de las minas de Andacollo, con el título de Nuestra Señora del Rosario. En 1668 no había imagen y se encargó a Lima, con limosnas de los habitantes del lugar. A su llegada fue recibida solemnemente en 1676, con típicas danzas indias, que continúan hoy celebrando las distintas compañías de “chinos”. En 1789 se construye un nuevo templo, que será inaugurado en 1860.
La imagen de madera de cedro, de un metro de altura, lleva en sus manos un rosario de cuentas de oro. Entre los milagros más antiguos, el que dio fama al santuario, fue en 1860, la curación de una mujer tullida llamad Rosario Galleguillos, que llevaba cuatro años en cama con una enfermedad incurable. Se conserva el acta auténtica ordenada por el obispo de entonces, Monseñor Juan Donoso. La Virgen fue coronada canónicamente el 26 de diciembre de 1901.
Lo más típico de Andacollo son las danzas de los “chinos”. Los peregrinos comienzan a llegar de todo el país el 24 de diciembre. El 25 bailan por turnos las diversas compañías de “chinos” ante la imagen colocada en la puerta del santuario. Y el 26 la fiesta llega a su apogeo.
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El voto de O`Higgins.
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El 14 de marzo de 1818, en la Catedral de Santiago, tiene lugar la ceremonia religiosa, memorable para la independencia de Chile, conocida con el nombre de Voto de O`Higgins.
Un mes antes de la victoria de Maipú, para implorar la protección de la Virgen, el Director Supremo don Bernardo O`Higgins resuelve “declarar y jurar solemnemente, por Patrona y Generala de las armas de Chile, a la Santísima Reina de los Cielos, María Santísima, con el título del Carmen, esperando con la más alta confianza, que bajo su augusta protección triunfarán nuestras armas… y que para monumento de la determinación pública y obligatoria, y con segura esperanza de la victoria, hace voto solemne el pueblo de erigir una capilla dedicada a la Virgen del Carmen, que sirva de distinguido trofeo a la posteridad… en el mismo lugar en que se verificase el triunfo de las armas y de la Patria”.
Obtenida la victoria, San Martín, vencedor, envía su bastón de General a la Virgen del Carmen, “como distintivo del mando supremo que tiene sobre dicho ejército”.
Finalmente, el 15 de septiembre del mismo año 1818, se coloca la primera piedra del Templo Votivo a la Virgen del Carmen en el mismo campo de batalla, celebrándose una gran romería nacional. El Jefe de Granaderos, don José Matías Zapiola, allí presente, escribe: “El entusiasmo era indescriptible. El Supremo Director, don Bernardo O`Higgins, con toda su escolta y Estado Mayor, deba ejemplo de piedad reconocimiento a la Patrona Jurada de las Armas Chilena, que había sellado allí la independencia de Chile y de toda América”.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Impresión de las Sagradas Llagas de San Francisco.

En 1224 ocurrió el hecho histórico de su estigmatización. El mayor y más admirable milagro de todos es el de las sagradas llagas que el Señor en el cuerpo de este gran prodigio celestial imprimió para que no solamente su purísima alma, sino también su cuerpo fuese un vivo y perfecto retrato de Jesucristo. (…) Dos años antes que muriese el santo padre, se recogió al monte de Alvernia, para darse más a la oración y ayunar como solía la cuaresma de San Miguel. Regalóle aquella vez el Señor, e ilustróle extraordinariamente, y revelóle que abriese el libro de los Evangelios; porque allí le diría lo que pensaba obrar en él y por él. En cumplimiento de lo que Dios le mandaba, hecha primero oración, tomó del altar el libro de los Evangelios, y díjole a su compañero que le abriese tres veces: abrióle, y todas las tres veces hallaron la historia de la Pasión del Señor (la de Mateo, la de Marcos y la de Juan). Luego entendió el santo que Dios quería que así como había imitado en sus acciones a Cristo nuestro Salvador en vida, así antes que muriese, se había de conformar con El en las aflicciones y dolores. Vino el día de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que es el 14 de septiembre; y estando orando aquella mañana al lado del monte, y con el corazón abrasado de amor de Dios y transportado en el Señor, vio que bajaba del cielo un serafín con seis alas encendidas y resplandecientes, con un vuelo muy ligero se ponía en el aire cerca de donde estaba, y entre las alas le apareció un hombre crucificado, clavadas las manos y los pies en la cruz. Las dos alas del serafín se levantaban sobre la cabeza del crucificado, las dos cubrían todo el cuerpo y las otras dos se extendían para volar. En esta visión se imprimieron en las manos, pies y costado del seráfico padre las llagas de la misma figura que él las había visto en aquel serafín. Quedaron unos como clavos de carne dura, cuyas cabezas eran redondas y negras, y en las manos se echaban de ver en las palmas y en los pies, por la parte alta del empeine: las puntas eran largas y excedían a la demás carne y estaban retorcidas y como redobladas con martillo: la llaga del costado derecho era como una cicatriz colorada, de la cual manaba muchas veces sangre que mojaba la túnica… (Así lo cuenta San Buenaventura).
La verdad histórica de esta estigmatización está probada por miles de testigos. Francisco intentó ocultar sus llagas y clavos de carne, pero hubo de enseñarlos a varios religiosos de su Orden, a algunos cardenales y al propio Papa, Alejandro IV, que, en un sermón en el que se encontraba San Buenaventura, confirmó que había visto y tocado cada una de las cinco heridas del cuerpo de Francisco. A su muerte, quiso quedar desnudo en el suelo a imitación de Cristo y así le contemplaron sus religiosos y constataron sus llagas. Después se llevó el cuerpo a San Damián, para devoción de Santa Clara y sus monjas que tuvieron ocasión de besar con veneración sus cinco heridas. Luego lo llevaron a la iglesia de San Gregorio, donde había aprendido sus primeras letras, y allí se puede decir que todos los habitantes de Asís, al enterarse que “el santo había muerto”, se acercaron para verle por última vez y observaron sus cinco llagas que estaban la descubierto.
A Francisco se le reveló el momento exacto de su muerte y por eso pidió que se le trasladase del convento de Fuen-Colomba, donde se hallaba postrado, “a una choza de la Porciúncula junto a Nuestra Señora de los Ángeles; y luego que llegó allí mandó que le quitasen la túnica y le tendiesen en el suelo para morir con la mayor pobreza, imitando a Jesucristo, que murió desnudo en el árbol de la Cruz. Luego exhortó a los que allí estaban, al amor de Dios, que guardasen exactamente la Regla, observando una perfecta pobreza y que profesasen una tierna devoción a María Santísima. Mandó después que le leyesen la Pasión de nuestro Redentor Jesucristo, y después comenzó el mismo a rezar con voz lánguida el Salmo 141; al llegar al último versículo: “Libra, Señor, mi alma de la prisión de este cuerpo para que confiese tu Santo Nombre”, expiró dulcemente…” (Croisset). Era la noche del 3 al 4 de octubre de 1226, precisamente la hora en la que le había sido revelado que moriría.
(Fuente: Francisco Ansón: Santos del siglo XIII y su época).

jueves, 16 de septiembre de 2010

Actualización de la Galería de Fotos.


Hemos actualizado la Galería de Fotos con la celebración recién pasada correspondiente al Domingo XVI después de Pentecostés, donde además conmemoramos el 3º aniversario de la entrada en vigor del Motu Proprio "Summorum Pontificum" de Su Santidad Benedicto XVI felizmente reinante y veneramos la reliquia de la Santa Cruz. Las fotos se pueden ver linkeando sobre la imagen.

Otras fotos se pueden ver también haciendo clik AQUI.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Nuestra Señora de los Siete Dolores.

Oh Madre, fuente de amor, hazme sentir tu dolor para que llore contigo: y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en El que conmigo.
Quiso el Señor asociar a su Madre a la obra de la Redención, haciéndola partícipe de su dolor supremo. Al celebrar hoy este sufrimiento corredentor de María, nos invita la Iglesia a ofrecer, por la salvación propia y la ajena, los mil dolores, casi siempre pequeños, de la vida, y las mortificaciones voluntarias. María, asociada a la obra de salvación de Jesús, no sufrió sólo como una buena madre que contempla a su hijo en los mayores sufrimientos y en la misma muerte. Su dolor tiene el mismo carácter que el de Jesús: es un dolor redentor. El sufrimiento de María, la esclava del Señor, purísima y llena de gracia, eleva sus actos hasta el punto de que todos ellos, en unión profundísima con su Hijo, tienen un valor casi infinito.
Nunca comprenderemos del todo la inmensidad de su amor por Jesús, causa de sus dolores. Por eso la Liturgia aplica a la Virgen dolorosa, como al mismo Jesús, las palabras de profeta Jeremías: Oh vosotros, cuantos por aquí pasáis, mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor, al dolor con que soy atormentada.
El dolor de Nuestra Señora era mayor por su eminente santidad. Su amor a Jesús le permitió sufrir los padecimientos de su Hijo como propios: “Si hieren con golpes el cuerpo de Jesús, María siente todas estas heridas; si atraviesan con espinas su cabeza, María se siente desgarrada por las puntas; si le presentan hiel y vinagre, María apura toda su amargura; si extienden su cuerpo en la cruz, María sufre toda esa violencia”. Cuanto más se ama a una persona más se siente su pérdida…
El mayor dolor de Cristo, el que le sumió en profunda agonía en Getsemaní, el que le hizo sufrir como ningún otro, fue el conocimiento profundo del pecado como ofensa a Dios y de su maldad frente a la santidad de Dios. Y la Virgen penetró y participó más que ninguna otra criatura en este conocimiento de la maldad y de la fealdad del pecado, que fue causa de la Pasión. Su corazón sufrió una mortal agonía causada por el horror al pecado, a nuestros pecados. María se vio anegada en un mar de dolor….
Al considerar que nuestros pecados no son ajenos, sino parte activa, en este dolor de Nuestra Madre, le pedimos hoy que nos ayude a compartir su dolor, a sentir un profundo horror a todo pecado, a ser más generosos en la reparación por nuestros pecados y por los que todos los días se cometen en el mundo.
(Fuente: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios).

martes, 14 de septiembre de 2010

Exaltación de la Santa Cruz.

Por la Pasión de Nuestro Señor, la Cruz no es un patíbulo de ignominia, sino un trono de gloria. Resplandece la Santa Cruz, por la que el mundo recobra la salvación. ¡Oh Cruz que vences! ¡Cruz que reinas! ¡Cruz que limpias de todo pecado! Aleluia.
La fiesta que hoy celebramos tiene su origen en Jerusalén en los primeros siglos del cristianismo. Según un antiguo testimonio, se comenzó a festejar en el aniversario del día en que se encontró la Cruz de Nuestro Señor. Su celebración se extendió con gran rapidez por Oriente y poco más tarde a la Cristiandad entera. En Roma tuvo gran solemnidad la procesión que, antes de la Misa, para venerar la Cruz, se dirigía desde Santa María la Mayor a San Juan de Letrán.
A principios del siglo VII los persas saquearon a Jerusalén, destruyeron muchas basílicas y se apoderaron de las sagradas reliquias de la Santa Cruz, que serían recuperadas pocos años más tarde por el emperador Heraclio. Cuenta una piadosa tradición que cuando el emperador, vestido con las insignias de la realeza, quiso llevar personalmente el Santo Madero hasta su primitivo lugar en el Calvario, su peso se fue haciendo más y más insoportable. Zacarías, Obispo de Jerusalén, le hizo ver que para llevar a cuestas la Santa Cruz debería despojarse de las insignias imperiales e imitar la pobreza y la humildad de Cristo, que se había abrazado a ella desprendido de todo. Heraclio vistió entonces unas humildes ropas de peregrino y, descalzo, pudo llevar la Santa Cruz hasta la cima del Gólgota.
Es posible que desde niños aprendiéramos a hacer el signo de la Cruz en la frente, en los labios y en el corazón, en señal externa de nuestra profesión de fe. En la Liturgia, la Iglesia utiliza el signo de la Cruz en los altares, en el culto, en los edificios sagrados. Es el árbol de riquísimos frutos, arma poderosa, que aleja todos los males y espanta a los enemigos de nuestra salvación: Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, pedimos todos los días al signarnos. La Cruz, enseña un Padre de la Iglesia, “es el escudo y el trofeo contra el demonio. Es el sello para que no nos alcance el ángel exterminador, como dice la Escritura (cfr. Ex 9, 12). Es el instrumento para levantar a los que yacen, el apoyo de los que se mantienen en pie, el bastón de los débiles, la guía de quienes se extravían, la meta de los que avanzan, la salud del alma y del cuerpo, la que ahuyenta todos los males, la que acoge todos los bienes, la muerte del pecado, la planta de la resurrección, el árbol de la vida eterna”. El Señor ha puesto la salvación del género humano en el árbol de la Cruz, para que donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la Vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido.
La Cruz se presenta en nuestra vida de muy diferentes maneras: enfermedad, pobreza, cansancio, dolor, desprecio, soledad… Hoy podemos examinar en nuestra oración nuestra disposición habitual ante esa Cruz que se muestra a veces difícil y dura, pero que si la llevamos con amor, se convierte en fuente de purificación y de Vida, y también de alegría. ¿Nos quejamos con frecuencia ante las contrariedades? ¿Damos gracias a Dios también por el fracaso, el dolor y la contradicción? ¿Nos acercan a Dios estas realidades, o nos separan de El?
(Fuente: Francisco Fernández Carvajal: Hablar con Dios)

lunes, 13 de septiembre de 2010

La foto del día.

Veneración

Reliquia

Asperges

El día de ayer, Domingo XVI después de Pentecostés, hemos celebrado la Santa Misa Tridentina en el Oratorio de la Casa de Pastoral de la Parroquia Santa Bárbara de Casablanca. Dado que mañana 14 de septiembre celebramos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, hemos también contado con una reliquia de la Cruz, disponiendo su veneración al grupo de fieles que nos acompaña en las celebraciones, esto después de la Santa Misa. AMDG.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Domingo XVI después de Pentecostés.

Reflexión
Domingo XVI después de Pentecostés.
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En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
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El Santo Evangelio de la Missa de hoy nos habla de una virtud que constituye el fundamento de todas las demás, la humildad; es tan necesaria que Jesús aprovecha cualquier circunstancia para ponerlo de relieve. En esta ocasión, el Señor es invitado a un banquete en casa de uno de los principales fariseos. Jesús se da cuenta de que los comensales iban eligiendo los primeros puestos, los de mayor honor. Quizás cuando ya estaban sentados y se puede conversar, el Señor expone una parábola que termina con estas palabras: cuando seas invitado, ve a sentarte en el último lugar, para que cuando llegue el que invitó te diga: amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy honrado ante todos los comensales. Porque todo el que se ensalza será humillado; y el que se humilla será ensalzado.
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Nos recuerda esta parábola la necesidad de estar en nuestro sitio, de evitar que la ambición nos ciegue y nos lleve a convertir la vida en una loca carrera por puestos cada vez más altos, para los que no serviríamos en muchos casos, y que quizá, más tarde, habrían de humillarnos. La ambición, una de las formas de soberbia, es frecuente causa de malestar íntimo en quien la padece. “Por qué ambicionas los primeros puestos?, ¿para estar por encima de los demás?”, nos pregunta san Juan Crisóstomo, porque en todo hombre existe el deseo –que puede ser bueno y legítimo- de honores y de gloria. La ambición aparece en el momento en el que se hace desordenado este deseo de honor, de autoridad, de una condición superior o que se considere como tal.
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La verdadera humildad no se opone al legítimo deseo de progreso personal en la vida social, de gozar del necesario prestigio profesional, de recibir el honor y la honra que a cada persona le son debidos. Todo esto es compatible con una honda humildad; pero quien es humilde no gusta de exhibirse. En el puesto que ocupa sabe que no está para lucir y ser considerado, sino para cumplir una misión cara a Dios y en servicio a los demás.
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Nada tiene que ver esta virtud con la timidez, la pusilanimidad o la mediocridad. La humildad nos lleva a tener plena conciencia de los talentos que el Señor nos ha dado para hacerlos rendir con corazón recto; nos impide el desorden de jactarnos de ellos y de presumir de nosotros mismos; nos lleva a la sabia moderación y a dirigir a Dios los deseos de gloria que se esconden en todo corazón humano: Non nobis, Domine, non nobis. Sed nomini tuo da gloriam: No para nosotros, sino para Ti, Señor, sea toda la gloria. La humildad hace que tengamos vivo en el alma que los talentos y virtudes, tanto naturales como en el orden de la gracia, pertenecen a Dios, porque de su plenitud hemos recibido todo. Todo lo bueno es de Dios; de nosotros es propio la deficiencia y el pecado. Por eso, “la viva consideración de las gracias recibidas nos hace humildes, porque el conocimiento engendra el reconocimiento”. Penetrar con ayuda de la gracia en lo que somos y en la grandeza de la bondad divina nos lleva a colocarnos en nuestro sitio; en primer lugar ante nosotros mismos: “¿acaso los mulos dejan de ser torpes y hediondas bestias porque están cargados de olores y muebles preciosos del príncipe?”. Esta es la verdadera realidad de nuestra vida: ut iumentum factus sum apud te, Domine, dice la Sagrada Escritura: somos como el borrico, como un jumento, que su amo, cuando Él quiere, lo carga de tesoros de mucho valor.
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Para crecer en la virtud de la humildad es necesario que, junto al reconocimiento de nuestra nada, sepamos mirar y admirar los dones que el Señor nos regala, los talentos de los que espera el fruto. (…) Humildad es reconocer nuestra poca cosa, nuestra nada, y a la vez sabernos “portadores de esencias divinas de un valor inestimable”.
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(…) La humildad da consistencia a todas las virtudes. De modo particular, el humilde respeta a los demás, sus opiniones y sus cosas; posee una particular fortaleza, pues se apoya constantemente en la bondad y en la omnipotencia de Dios: cuando me siento débil, entonces soy fuerte, proclamaba San Pablo. Nuestra Madre Santa María, en la que hizo el Señor cosas grandes porque vio su humildad, nos enseñará a ocupar el puesto que nos corresponde ante Dios y ante los demás. Ella nos ayudará a progresar en esta virtud y a amarla como un don precioso.
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Que así sea.
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En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

sábado, 11 de septiembre de 2010

La autoridad doctrinal y el magisterio de la Iglesia.

El fiel católico, aún el menos instruido, puede decir:
“Aprendí mi religión de labios de mi párroco, quien puso en mis manos y me explicó un librito llamado catecismo. Lo que él me enseña se remonta hasta mi Obispo, quien envió a mi párroco con este librito; por mi Obispo esta enseñanza se remonta hasta el Papa, quien envió a mi Obispo; por el Papa esta misma enseñanza se remonta hasta San Pedro quien la recibió de Jesucristo.
“Mi religión es la misma que San Pedro enseñaba y tenía de Jesucristo; pues bien, si el párroco que me instruye, cambiase algo de la doctrina católica, los otros sacerdotes y aun los fieles, lo denunciarían al Obispo; y si mi Obispo cambiase algo, los otros Obispos, o también los sacerdotes o los simples fieles, lo denunciarían al Papa, y este guardián vigilante e infalible de la fe, lo separaría de la Iglesia”.
“En consecuencia, un cambio en la fe es hoy imposible, también ha sido imposible en todo tiempo por las misma razones. Por consiguiente, mi religión es la que Jesucristo enseñó”.
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El fiel católico, aún el más instruido, puede decir:
“Negar un solo artículo de mi fe, sería negar la autoridad infalible de la Iglesia”.
“Negar la autoridad infalible de la Iglesia sería negar la infalible eficacia de las palabras de Jesucristo que se la comunicó”.
“Negar la infalible eficacia de las palabras de Jesucristo, sería negar su divinidad que probó con milagros”.
“Negar la divinidad de Jesucristo, sería negar al mismo Dios”.
“Negar a Dios sería negar la razón, que victoriosamente reconoce su existencia”.
“Ahora bien, a menos de ser loco, no puedo negar la razón; en consecuencia estoy absolutamente cierto de que todo lo que la Iglesia me enseña, Dios me lo enseña; de manera que si, por imposible, la Iglesia me indujese a error, asistiríame el derecho de decir a Dios: Señor, soy vos quien me ha engañado”.
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El fiel católico puede decir:
“Supuesto que estoy cierto de que, al creer lo que me enseña la Iglesia, creo lo que Dios enseña, también y, por las mismas razones estoy cierto de que, al hacer lo que manda la Iglesia, hago lo que Dios quiere que haga. Ahora bien: el hacer la voluntad de Dios, ¿no es marchar infaliblemente hacia el cielo?”. (Fuente: Compendio de Doctrina Cristiana, 1939).

viernes, 10 de septiembre de 2010

Organización y gobierno de la Iglesia.

“Donde está Pedro allí está la Iglesia; donde está la Iglesia, allí está Cristo”, y “no puede tener nadie a Dios por Padre si no tuviere a la Iglesia por madre”. Así lo afirman taxativamente los Santos Padres de la Iglesia, fieles intérpretes de la tradición y del dogma cristiano. ¡Oh Silla Romana, Sede y Cátedra de Pedro! Tú eres la única infalible, y desde la Cumbre del Vaticano dictas leyes y enseñas a guías a los pueblos, por el rumbo que lleva a la felicidad y a la vida” (Lefebvre).
Lecturas bíblicas: Figuras de la Iglesia. Arca de Noé (Gen. VI, 14-22). Barca de Pedro (S. Lucas V, 1-11).
Fundación de la Iglesia. Confesión de S. Pedro (S. Mateo XVI, 13-19). Jesús confiere el primado a Pedro (S. Juan XXI, 15-17). Infalibilidad del Papa: Concilio Vaticano (Historia de la Iglesia).
Liturgia. La Cátedra de S. Pedro en Roma (18 de enero), San Pedro y San Pablo (29 de junio).
Jesucristo es el Jefe y Cabeza de su Iglesia; pero como había de llegar un día en que debía de subir a los cielos, delegó sus divinos poderes a un hombre, ya que por medio de ellos quiere Dios, después de la Encarnación, comunicar con nosotros. Este hombre a quien Jesucristo constituyó “Príncipe” de las almas (Misa de la Cátedra de S. Pedro) y sobre quien “edificó su Iglesia” (Evangelio) fue S. Pedro, quien constituido en Vicario suyo, se sentará en su infalible Cátedra, teniendo en sus manos las llaves, símbolo de su suprema autoridad.
El culto de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo radica en las bases mismas del catolicismo, y si llegare a disminuir en los pueblos y en las almas, no sería sin gran detrimento del catolicismo (D. Gueránguer).
Al sucesor de San Pedro se le llama Papa, del griego pappas, que significa Padre.
Se le llama Vicario de Cristo, porque vicario, del latín vices ágere, significa hacer las veces de otro.
Se le llama Pontífice, del latín pontifix, de póntem fácere, que significa hacer puente. “El Pontífice, dice San Bernardo, es un puente entre Dios y nosotros”.
Aplicaciones prácticas. Vivamos siempre adheridos a la cátedra de Pedro, cátedra de la verdad, seguros de que vamos por buen camino a la puerta del cielo, en la cual está el Príncipe de los Apóstoles para franquearnos la entrada.
Me estimaré feliz de pertenecer a la Iglesia Católica.
Amaré al Papa y lo veneraré como Representante de Cristo en la tierra; respetaré y reverenciaré a los obispos y todo el clero.
(Fuente: Compendio de la Doctrina Cristiana, L. Ramírez Silva, S.J. 1939).

jueves, 9 de septiembre de 2010

Notas o caracteres de la Iglesia.

La denominación de Iglesia Católica ya se encuentra en la carta que San Ignacio Mártir, obispo de Antioquía (+ 107) escribió a los fieles de Esmirna, y en varios otros escritos del 1º y 2º siglo del cristianismo.
Jesucristo Nuestro Señor fundó una sola Iglesia, del mismo modo que no enseñó más que una sola fe, ni instituyó más que una sola cabeza suprema.
La Iglesia de Jesucristo es visible. Jesucristo compara su Iglesia con una ciudad edificada sobre una montaña, que en todas partes se descubre con facilidad (S. Mateo V, 14).
Lo invisible en la Iglesia es la vida interior de la gracia, que con las dichas partes visibles guarda la misma relación que el alma con el cuerpo; por lo que también se llama el alma de la Iglesia.
Ya el 2º Concilio ecuménico decía el año 381: “Creo que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica”.
La verdadera Iglesia de Jesucristo debe tener estas notas. Jesucristo dijo:
-“Todo reino dividido en partidos contrarios quedará destruido” (S. Lucas XI, 17).
-“Santifícalos en la verdad” (S. Juan XVII, 17). San Pablo añade: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1ª. Tesal. IV, 3).
-“Id, pues, e instruid a todas las naciones… y estad ciertos de que yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos” (S. Mateo XXVIII, 19 y 20).
-“Como mi Padre me envió, así os envío también a vosotros” (S. Juan XX, 21).
La Iglesia Católica se llama también romana porque reconoce al Pontífice de Roma por su legítimo Jefe y Vicario de Jesucristo.
Contra la santidad de la Iglesia no pueden alegarse los abusos y defectos de algunos particulares, porque no nacen de su doctrina u organización, ni jamás han sido autorizados ni aprobados por ella. Nuestro Señor mismo comparó a su Iglesia con un campo en que crecen juntos el trigo y la cizaña y con una red que contiene peces buenos y malos (S. Mateo XIII, 24 y sigs. Y 47 y sigs.).
Estúdiese, finalmente, con la mayor precisión posible cómo, a ninguna de las iglesias no católicas, convienen las notas o caracteres distintivos de la verdadera Iglesia de Jesucristo.
(Fuente: Compendio de Doctrina Cristiana de R.P. Luis Ramírez Silva, S. J., 1939).

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Armoniosa síntesis de la Iglesia Católica.

La Iglesia Católica es obra de la Santísima Trinidad: de Dios Padre como su primer principio y origen de todo bien; de Jesucristo como su Fundador y Salvador, y del Espíritu Santo como de su Santificador.
La Santísima Virgen es su Reina; los ángeles, sus protectores; los santos, sus intercesores; los Patriarcas, su tronco; los Profetas, sus oráculos; los Apóstoles, su fundamento.
El Papa es su Jefe visible; los cardenales, sus consejeros; los Obispos, sus Pastores; los sacerdotes, su voz; los diáconos, sus ecónomos; los subdiáconos, sus servidores.
Los mártires son sus testigos y los Doctores, su luz; los confesores la fortifican y las órdenes religiosas la sostienen; las santas vírgenes son su ornamento y los fieles sus hijos.
El bautismo es su cuna; la confirmación, su fuerza; la Sagrada Eucaristía, su alimento; la penitencia y la extremaunción, su remedio; el orden y el matrimonio, su semillero.
Los mandamientos de Dios son sus muros; sus propios mandamientos, sus antemurales; los consejos evangélicos, sus defensas exteriores.
El cuerpo adorable de Jesucristo es su tesoro; la infalibilidad, su signo distintivo. El Evangelio es su garantía; la unidad, su centro; la universalidad, su sello. Las Sagradas Escrituras son su demostración; la Tradición, su estabilidad.
Los concilios son su dignidad; la verdad, su guía; la dulzura, su espíritu; la oración, su escudo; la paciencia, su triunfo.
La fe es su puerta; la esperanza, su camino; la caridad, su término. La gracia de Jesucristo es su riqueza, y la castidad, su flor; la justicia, su esplendor; la prudencia, su ojo; la fortaleza, su brazo; la templanza, su cuerpo.
Los justos constituyen su alegría; el pecado excita su aversión. Los pecadores son el objeto de su conmiseración; los judíos, sus testimonios vivientes; la conversión de todos, el objeto de sus incesantes plegarias; la extensión de sus miembros es su deseo; la glorificación de Dios, su propia gloria.
La Santísima Trinidad es el objeto de su adoración; el Hombre Dios inmolado, su sacrificio; las ceremonias litúrgicas, su atavío.
La tierra es su hogar de destierro; la Cruz su herencia; el Cielo, su patria.
Los escándalos son su dolor; el arrepentimiento su consuelo; el perdón de los pecados, su liberalidad.
Jesucristo es su esposo; su presencia perpetua en la Eucaristía su alegría, su honor, su consuelo.
El fin del mundo será el día de su coronación.
Lucha en la tierra, sufre en el purgatorio, triunfa en el cielo. (Mons. Sylvain).
(Fuente: Luis Ramírez Silva, S.J.: Compendio de la Doctrina Cristiana. Santiago de Chile. 1939).

lunes, 6 de septiembre de 2010

domingo, 5 de septiembre de 2010

Domingo XV después de Pentecostés.

(II clase, verde) Gloria, Credo y prefacio de la Santísima Trinidad.
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La Iglesia, de la que es figura la viuda de Naím, se perfila en el horizonte: el Salvador hace que revivan a la gracia sus hijos sumergidos en la muerte del pecado, como hizo se levantara el hijo de la madre en lágrimas.
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La liturgia de este domingo está, toda ella, impregnada de los sentimientos de confianza que animan a la Iglesia en su oración. Los cánticos de la misa son gritos de llamada a la misericordia divina, en los cuales, no obstante, se mezcla también la acción de gracias, ya que es muy grande la seguridad de que oirá Dios a su pueblo.
El evangelio recuerda la infinita bondad de Cristo. Ella se revela con toda su hermosura divina y humana en la resurrección del hijo de la viuda de Naím, símbolo de tantas resurrecciones logradas por la Iglesia para sus hijos, sepultados en la muerte del pecado.
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Reflexión
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Contemplamos en el Evangelio de la Santa Misa la llegada de Jesús a una pequeña ciudad llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de un grupo numeroso de gentes que le siguen. El milagro que allí ocurre es, a la vez, un gran ejemplo de los sentimientos que hemos de tener ante las desgracias de los demás. Debemos aprender de Jesús.
Jesucristo viene a salvar lo que estaba perdido, a cargar con nuestras miserias para aliviarnos de ellas, a compadecerse de los que sufren y de los necesitados. El no pasa de largo; se detiene –como lo vemos en el Evangelio de la Misa de hoy-, consuela y salva. “Jesús hace de la misericordia uno de los temas principales de su predicación. Son muchos los pasos de la enseñanza de Cristo que ponen de manifiesto el amor-misericordia bajo un aspecto siempre nuevo. Basta tener ante los ojos al Buen Pastor en busca de la oveja extraviada o la mujer que barre la casa buscando la dracma perdida”. Y El mismo nos enseñó con su ejemplo constante la manera de comportarnos ante el prójimo, y de modo singular ante el prójimo que sufre.
Y lo mismo que el amor a Dios no se reduce a un sentimiento, sino que lleva a obras que lo manifiesten, así también nuestro amor al prójimo debe ser un amor eficaz. Nos lo dice San Juan: No amemos de palabra y con la lengua, sino con obras y de verdad. Y “esas obras de amor –servicio- tienen también un orden preciso. Ya que el amor lleva a desear y procurar el bien a quien se ama, el orden de la caridad debe llevarnos a desear y procurar principalmente la unión de los demás con Dios, pues en eso está el máximo bien, el definitivo, fuera del cual ningún otro bien parcial tiene sentido”. Lo contrario –buscar en primer lugar, para uno mismo o para los otros, los bienes materiales- es propio de los paganos o de aquellos cristianos que dejaron entibiar su fe, la cual poco cuenta en su modo de actuar diario.
Junto a la primacía del bien espiritual sobre cualquier bien material, no debe olvidarse el compromiso que todo cristiano de conciencia recta tiene para promover un orden social más justo, pues la caridad se refiere también, aunque secundariamente, al bien material de todos los hombres.
La importancia de la caridad en la atención a las necesidades materiales del prójimo –que supone la justicia y la informa- es tal que el mismo Jesucristo, al hablar del juicio, declaró: venid, benditos de mi Padre… porque yo tuve hambre, y me disteis de comer;… tuve sed, y me disteis de beber… Y enseguida, el Señor señala la condenación de quienes omitieron esas obras. Pidamos al Señor una caridad vigilante, porque para conseguir la salvación y alcanzar nuestro fin es necesario “reconocer a Cristo, que nos sale al encuentro, en nuestros hermanos los hombres”. Todos los días nos sale al paso: en la familia, en el trabajo, en la calle…
En el encuentro con aquella mujer de Naín se pone de manifiesto que Jesús se hace cargo inmediatamente del dolor y comprende los sentimientos de aquella madre que ha perdido a su único hijo. Jesús comparte el sufrimiento de aquella mujer. Para amar es necesario comprender y compartir.
Nosotros le pedimos hoy al Señor que nos dé un alma grande, llena de comprensión, para sufrir con el que sufre, alegrarnos con quienes se alegran… y procurar evitar ese sufrimiento si nos es posible, y sostener y promover la alegría allí donde se desarrolla nuestra vida. Comprensión también para entender que el verdadero y principal bien de los demás, sin comparación alguna, es la unión con Dios, que les llevará a la felicidad plena del Cielo.
Pidamos al Corazón Sacratísimo de Jesús y al de su Madre Santa María que jamás permanezcamos pasivos ante los requerimientos de la caridad. De este modo, podremos invocar confiadamente a Nuestra Señora, con palabras de la liturgia: Recordare, Virgo Mater… Acuérdate, Virgen Madre de Dios, mientras estás en su presencia, ut loquaris pro nobis bona, de decirle cosas buenas en nuestro favor y por nuestras necesidades.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Visitas al Santísimo Sacramento XXII.

Oh Jesús, que un día curaste al enfermo de la mano seca, cura mis manos secas por el pecado:
-Haz que sean manos puras, no manchadas con sucios pecados.
-Haz que sean manos limosneras, y no empobrecidas con el dinero del avaro.
-Haz que sean manos caritativas, y no marcadas con injusticias y daños.
-Haz que sean manos afanosas, ennoblecidas por el trabajo.
-Haz que sean manos suplicantes, que se levantan unidas al cielo y ante el Sagrario.
-Haz que sean manos apostólicas, para escribir y propagar tu nombre sacrosanto, y semejantes a las tuyas sacerdotales, que bendecían, consagraban y perdonaban los pecados.
*
Oh Jesús, que un día dijiste: “Bienaventurados los que lloran”:
-Que mis ojos derramen lágrimas de contrición para que se purifique mi alma.
-Que derramen lágrimas de resignación, para que se alivie mi alma.
-Que derramen lágrimas de compasión, para que se ablande mi alma.
-Que derramen lágrimas de agradecimiento, para que se enardezca mi alma.
-Que derramen lágrimas de alegría, para que se anime mi alma.
-Que derramen lágrimas de amor, para que se enamore de ti mi alma.
*
Oh Jesús, me parece que estás en el Sagrario como un día sobre el pesebre:
-Que yo haga mullida la dureza de las pajas con la ternura de mi cariño y entusiasmo.
-Que yo caliente el frío de tus miembros ateridos con el ardor de mi celo abrasado.
-Que yo seque las lágrimas de tus ojos con el llanto doloroso de mis pecados.
-Que yo alegre la soledad en que te abandonan, acompañándote como San José y tu Madre te acompañaron.
-Que yo ahuyente el olvido en que te hallas, como los ángeles, con la alabanza de mis labios.
-Que yo alivie la pobreza en que vives, ofreciéndote el tesoro de mis buenas obras, como los pastores y los magos.
(R. P. Saturnino Junquera, S.J.)

viernes, 3 de septiembre de 2010

San Pío X, Papa y Confesor.

San Pio X, Papa y Confesor (III clase, blanco) Gloria y prefacio común.
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Glorioso Papa de la Eucaristía, San Pío X, que te has empeñado en “restaurar todas las cosas en Cristo”. Obtenme un verdadero amor a Jesucristo, de tal manera que sólo pueda vivir por y para Él. Ayúdame a alcanzar un ardiente fervor y un sincero deseo de luchar por la santidad, y a poder aprovechar todas las riquezas que brinda la Sagrada Eucaristía. Por tu gran amor a María, madre y reina de todo lo creado, inflama mi corazón con una tierna y gran devoción a ella.
Bienaventurado modelo del sacerdocio, intercede para que cada vez hayan más santos y dedicados sacerdotes, y se acrecienten las vocaciones religiosas. Disipa la confusión, el odio y la ansiedad, e inclina nuestros corazones a la paz y la concordia, a fin de que todas las naciones se coloquen bajo el dulce reinado de Jesucristo. Amén.
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jueves, 2 de septiembre de 2010

Visitas al Santísimo Sacramento XXI.

Oh Jesús, que estás viéndome desde el sagrario:
-Mírame con aquellos ojos de ternura, con que miraste al joven del Evangelio.
-Mírame con aquellos ojos de misericordia, con que miraste a la multitud hambrienta y a los enfermos.
-Mírame con aquellos ojos de afabilidad, con que miraste a la hemorroísa, a la viuda limosnera del gazofilacio y a Zaqueo.
-Mírame con aquellos ojos de perdón, con que miraste después de las tres negaciones a Pedro.
-Mírame con aquellos ojos de amor, con que miraste desde la cruz a Juan y a tu Madre, al hacer tu testamento.
-Mírame con ojos benignos, no con aquellos ojos de angustia con que miraste a Judas, o con aquellos ojos de ira, con que miraste a los mercaderes del templo.

Oídos misericordiosos de Jesús, escuchadme:
-Yo os digo como el hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo junto a la piscina de Betsaida: “…ayudadme…”
-Yo os digo como el padre del joven poseso: “Creo, Señor”: ayudad mi incredulidad.
-Yo os digo como las hermanas de Lázaro: “El que amas está enfermo”; curadme.
-Yo os digo como los discípulos de Emaús: “Quedaos con nosotros, que cae la tarde”.
-Yo os digo como el buen ladrón: “Acordaos de mí cuando estuviereis en vuestro reino”.
-Oídos pacientes de Jesús, que escucháis tantas blasfemias e injurias de los hombres, yo repito las mismas palabras que oí en la cruz de vuestros labios: “Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen”.

Oh Jesús, ¿qué te daré por cuanto tú me has dado?
-¿Qué por tu ejemplo?
-¿Qué por tu doctrina?
-¿Qué por tu Madre?
-¿Qué por tu vida?
-¿Qué por tu Corazón?
-¿Qué por tu Eucaristía?

Oh Jesús, por las impiedades de todas las leguas irreligiosas, que confiese tu fe la mía.
Oh Jesús, por los insultos de todas las lenguas blasfemas, que cante tus glorias la mía.
Oh Jesús, por las altanerías de todas las lenguas soberbias, que se humille ante ti la mía.
Oh Jesús, por las manchas de todas las lenguas impuras, que sea siempre casta la mía.
Oh Jesús, por los daños de todas las lenguas egoístas, que sea caritativa la mía.
Oh Jesús, por las faltas de todas las lenguas locuaces, que sepa callar la mía.
(R. P. Saturnino Junquera, S.J.).

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Visitas al Santísimo Sacramento, XX.

Oh Jesús, ¿cómo te pagaré cuánto por mí has hecho?
-Te hiciste pobre para enriquecerme.
-Te hiciste pequeño para ensalzarme.
-Te hiciste débil para fortalecerme.
-Te hiciste siervo para libertarme.
-Te hiciste niño para atraerme.
-Te hiciste hombre para divinizarme.
Ojos piadosos de Jesús, que mirasteis compasivos a los desgraciados y a los pecadores, que yo sea compasivo.
Ojos agradecidos de Jesús, que os elevasteis al cielo para dar gracias a vuestro Eterno Padre, que yo sea agradecido.
Ojos despiertos de Jesús, que para orar os pasabais las noches en vela, que yo ande siempre vigilante y apercibido.
Ojos llorosos de Jesús, que llorasteis sobre la ciudad deicida, que yo llore mis pecados.
Ojos vendados de Jesús, que fuisteis cubiertos en son de burla con un sucio trapo, que yo vende mis ojos para las malas lecturas y espectáculos.
Ojos moribundos de Jesús, que os eclipsasteis con tinieblas de muerte, que se iluminen los míos el día del juicio con resplandores celestiales.
Oh Jesús, que lloraste sobre las pajas del pesebre y en el madero dela cruz, junto al sepulcro de Lázaro y ante las ruinas de Jerusalén, ¿cuántas veces habrás llorado por mi alma? Las lágrimas de tus ojos:
-son perlas que me adornan.
-son voces que me llaman.
-son quejas que me conmueven.
-son ascuas que me abrasan.
-son lluvia que me fecundan.
-son ríos que me lavan.
(Fuente: R. P. Saturnino Junquera, S.J.).