miércoles, 30 de junio de 2010

Conmemoración de San Pablo, Apóstol.

“Scio cui crédidi, et certus sum, quia potens est depósitum meum serváre in illum diem, justus judex” (Sé de quién me he fiado; y cierto estoy de que es poderosos para guardar mi depósito hasta aquel día (postrero) el justo Juez). 2 Tim. 1, 12.
“¿Qué he de hacer, Señor?, preguntó San Pablo en el momento de su conversión. La respondió Jesús: Levántate, entra en damasco y allí se te dirá lo que has de hacer. El perseguidor, transformado por la gracia, recibirá instrucción cristiana y el bautismo por medio de un hombre –Ananías-, según las vías ordinarias de la Providencia. Y enseguida, teniendo a Cristo como lo verdaderamente importante de su vida, se dedicará con todas sus fuerzas a dar a conocer la Buena Nueva, sin que le importen los peligros, las tribulaciones y sufrimientos y los aparentes fracasos. Sabe que es un instrumento elegido para llevar el Evangelio a muchas gentes: Aquel que me escogió desde el seno materno y me llamó a su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles.
“El apostolado fue en San Pablo, y lo es en cada cristiano que vive su vocación, parte de su vida o, mejor, su vida misma; el trabajo se convierte en apostolado, en deseos de dar a conocer a Cristo, y lo mismo el dolor o el tiempo de descanso…, y a la vez este celo apostólico es el alimento imprescindible del trato con Jesucristo. Conocer al Señor con intimidad lleva forzosamente a comunicar este hallazgo: es la señal cierta de tu entregamiento. Cuando seguir a Cristo es una realidad, llega “la necesidad de expandirse, de hacer, de dar, de hablar, de transmitir a los demás el propio tesoro, el propio fuego…” ¡Ay de mí si no evangelizara!, exclama el Apóstol.
“San Pablo exhorta Timoteo y a todos nosotros a hablar de Dios opportune et importune, con ocasión y sin ella; es decir, también cuando las circunstancias son adversas. Pues vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros a la medida de sus pasiones para halagarse el oído. Cerrarán sus oídos a la verdad y se volverán a los mitos. Parece como si el Apóstol estuviera presente en nuestros tiempos. Pero tú -señala a Timoteo, y en él a cada cristiano-, sé sobrio en todo, sé recio en el sufrimiento, esfuérzate en la propagación del Evangelio, cumple perfectamente tu ministerio.
“Es sorprendente, dichosamente sorprendente, la infatigable labor apostólica del Apóstol. Y quien verdaderamente ama a Cristo sentirá la necesidad de darlo a conocer, pues –como dice Santo Tomás de Aquino- lo que admiran mucho los hombres lo divulgan luego, porque de la abundancia del corazón habla la boca”.
Fuente: Francisco Fernández C.: Hablar con Dios, Ediciones Palabra. 1992.

martes, 29 de junio de 2010

Los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.

“Et ego dico tibi, quia tu es Petrus, et super hanc petram aedificábo Ecclésiam meam, et portae inferí non praevalébunt adversus eam…” (Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas (los poderes) del infierno no prevalecerán contra ella…). Sequéntia sancti Evangélii secúndum Mathaeum 16, 13-19.
“Desde los comienzos, “la situación de Pedro en la iglesia es la de roca sobre la que está construido un edificio”. La Iglesia entera, y nuestra propia fidelidad a la gracia, tiene como piedra angular, como fundamento firme, el amor, la obediencia y la unión con el Romano Pontífice; “en Pedro se robustece la fortaleza de todos”, enseña San León Magno. Mirando a Pedro y a la Iglesia en su peregrinar terreno, se le pueden aplicar las palabras del mismo Jesús: cayeron las lluvias y los ríos se salieron de madre, y soplaron los vientos y dieron ímpetu sobre aquella casa, pero no fue destruida porque estaba construida sobre roca, la roca que, con sus debilidades y defectos, eligió un día el Señor: un pobre pescador de Galilea, y quienes después había de sucederle.
“El encuentro de Pedro con Jesús debió de impresionar hondamente a los testigos presentes, familiarizados con las escenas del Antiguo Testamento. Dios mismo había cambiado el nombre del primer Patriarca: Te llamarás Abraham, es decir, Padre de una muchedumbre. También cambió el nombre de Jacob por el de Israel, es decir, Fuerte ante Dios. Ahora el cambio de nombre de Simón no deja de estar revestido de cierta solemnidad, en medio de la sencillez del encuentro: “Yo tengo otros designios sobre ti”, viene a decirle Jesús.
“Cambiar el nombre equivalía a tomar posesión de una persona, a la vez que le era señalada su misión divina en el mundo. Cefas no era nombre propio, pero el Señor lo impone a Pedro para indicar la función de Vicario suyo, que le será revelada más adelante con plenitud. Nosotros podemos examinar hoy en la oración cómo es nuestro amor con obras al que hace las veces de Cristo en la tierra: si pedimos cada día por él, si difundimos sus enseñanzas, si nos hacemos ecos de sus intenciones, si salimos con prontitud en su defensa cuando es atacado o menospreciado. ¡Qué alegría damos a Dios cuando nos ve que amamos, con obras, a su Vicario aquí en la tierra!
“San Agustín afirma que el celo apasionado de San Pablo anterior a su encuentro con Cristo era como una selva impracticable que, siendo un gran obstáculo, era sin embargo el indicio de la fecundidad del suelo. Luego el Señor sembró allí la semilla del Evangelio y los frutos fueron incontables. Lo que sucedió con Pablo puede ocurrir con cada hombre, aunque hayan sido muy graves sus faltas. Es la acción misteriosa de la gracia, que no cambia la naturaleza sino que la sana y purifica, y luego la eleva y la perfecciona.
“San Pablo estaba convencido de que Dios contaba con él desde el mismo momento de su concepción, desde el seno materno, repite en diversas ocasiones. En la Sagrada Escritura encontramos cómo Dios elige a sus enviados incluso antes de nacer; se pone así de manifiesto que la iniciativa es de Dios y antecede a cualquier mérito personal. El Apóstol lo señala expresamente: Nos eligió antes de la constitución del mundo, declara a los primeros cristianos de Efeso. Nos llamó con vocación santa, no en virtud de nuestras obras, sino en virtud de su designio, concreta aún más a Timoteo.
“Todos nosotros hemos recibido, de diversos modos, una llamada concreta para servir al Señor. Y a lo largo de la vida nos llegan nuevas invitaciones a seguirle en nuestras propias circunstancias, y es preciso ser generosos con el Señor en cada nuevo encuentro”.
Fuente: Francisco Fernández C.: Hablar con Dios, Ediciones Palabra.1992

lunes, 28 de junio de 2010

El sacrificio de Cristo.

Cristo es el agente principal. Por su poder se obra la transubstanciación, y cuando el celebrante lo ofrece, es El, Pontífice y Víctima, el que se ofrece a sí mismo, pues los sacerdotes no ejercen sino un sacerdocio ministerial, participación del de Jesús.
La Santa Misa es el verdadero sacrificio porque hay una verdadera Víctima, la Víctima del Calvario, gloriosa y eternamente reinante en el Cielo, que se ofrece sensiblemente, se inmola místicamente y el Padre Celestial la acepta indefectiblemente.
La Víctima se ofrece sensiblemente, bajo las especies de pan y vino, en la Consagración por la transubstanciación; se inmola místicamente, porque, por fuerza de las palabras, aparece representada la muerte del Señor, el cuerpo y la sangre separados en apariencia: no es una inmolación cruenta, sino una imagen, o sea, una representación de inmolación, lo que se llama una inmolación mística o incruenta; el Padre Celestial la acepta indefectiblemente, porque al obrar el prodigio de la transubstanciación, acepta la Víctima bajo las especies sacramentales.
El celebrante y los fieles, participan del sacrificio, recibiendo en sus pechos el don infinito, Cristo Jesús, inmolado en el Altar.
La Santa Misa es, por lo tanto, representación y conmemoración del Sacrificio del Calvario; es una oblación nueva por parte de la Iglesia, esencialmente dependiente de la oblación de Cristo, para aplicar los infinitos méritos de su Pasión y Muerte. La Víctima de la Misa es la misma de la Cena y del Calvario, con la diferencia accidental de que Cristo en la Cena, ofrece a la Víctima que va a ser inmolada, y el sacerdote en la Misa ofrece a la Víctima ya inmolada en la Cruz.
La Santa Misa es sacrificio latréutico, o sea, de adoración, eucarístico o de gratitud y acción de gracias por los beneficios recibidos, propiciatorio para el perdón de los pecados propios y ajenos, de los vivos y de los difuntos, e impetratorio en cuanto que Cristo ruega al Padre, que en atención a sus méritos, se digne conceder a los hombres sus dones naturales o sobrenaturales, para todas las necesidades de la vida.
Jesucristo, sacerdote principal, víctima y altar, es el que, por medio del sacerdocio ministerial, adora, da gracias, aplaca y demanda gracias y favores para nosotros.
La Santa Misa, por tanto, es la práctica de piedad más digna y excelsa, la oración excelentísima del cristiano.

domingo, 27 de junio de 2010

Quinto Domingo después de Pentecostés.


El es nuestra paz: la sacamos de la cruz y del altar, para dárnosla mutuamente, con gesto de amor y perdón.
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(II clase, verde) Gloria, Credo y prefacio de la Santísima Trinidad.
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La epístola y el evangelio inculcan fuertemente el deber de la caridad fraterna. Seremos responsables ante Dios, no sólo de atentar contra la vida de nuestros hermanos, si lo hacemos, sino también de toda falta a su respecto. Debemos volver bien por mal y ser en todo tiempo obradores de paz. Hemos de sufrir, si es necesario, por la justicia y seguir sin perturbarnos la práctica del bien.
Sin esto no hay acceso a Dios. Nuestras relaciones con Dios ordenan nuestra actitud para con nuestro prójimo. Nadie es tan bueno como Dios; nadie ama como Dios ama. Por nuestra parte, también debemos estar llenos de compasión, de amor fraterno y de misericordia. Procuremos, pues, la felicidad de los demás, ya que se nos ha llamado a poseer en herencia la felicidad de Dios.

sábado, 26 de junio de 2010

El sacrificio.

Sacrificio es la oblación externa de una cosa sensible, mediante su destrucción o inmutación, hecha a solo Dios por el ministro legítimo, en reconocimiento de su supremo dominio.
El sacrificio expresa el homenaje de adoración que el hombre debe a su Creador y, después del pecado, la reparación por la culpa. El hombre debe dar a Dios lo más precioso que tiene, su vida, en testimonio de amor; pero no estando en sus manos hacerlo, coloca sobre el altar una víctima, cuya muerte simboliza la destrucción y aborrecimiento de la culpa y la aceptación voluntaria de la muerte, justo castigo del pecado. Dios acepta el sacrificio: el altar, sede de la Divinidad, consagrado por su institución al culto divino, santifica el don, santifica la víctima, recibe en nombre de Dios el sacrificio. La víctima sacrificada pasa a ser propiedad exclusiva de Dios, Quien va aplacándose a medida que la Hostia se va consumiendo en olor de suavidad: Dios infinitamente misericordioso, participa a los oferentes del banquete y ellos comen parte de la víctima, como prenda y señal de los dones celestiales que Dios derrama sobre sus hijos que lo honran con el sacrificio.
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El sacrificio de Cristo: la Cena y el Calvario.
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El sacrificio de Jesús para la Redención del mundo consta de dos partes esenciales: la inmolación cruenta (con derramamiento de sangre) de Jesucristo en el Calvario, y la oblación sacerdotal de Cristo en la última Cena, por la que en culto solemne y público y en forma sensible, se ofreció a su Padre Celestial como Víctima para remisión de nuestros pecados.
Esta oblación litúrgica perseveró durante toda la Pasión del Señor, por lo que su Muerte fue un verdadero Sacrificio, ofrecido voluntaria, solemne y públicamente por El, Ministro legítimo, Sacerdote Eterno, según el orden de Melquisedec. Dios aceptó este sacrificio, y Cristo resucitado permanece eternamente con el carácter de Víctima, recibido en el Calvario.
En el orden en que la Divina Providencia se dignó obrar la Redención, la Cena es elemento esencial del Sacrificio de la Cruz. Jesús aceptó voluntariamente la muerte, la que sólo habría sido un martirio si no hubiera mediado su ofrecimiento u oblación sensible, en la Cena, donde, en virtud de las palabras, en cuanto a su significación material, aparecen el Cuerpo y la Sangre separados, aunque en una y otra especie se encuentre el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Cristo. Esta inmolación mística constituye la oblación.
La oblación de Cristo fue total y sus méritos de valor infinito, por lo que su sacrificio no se repite; sin embargo, quiso el Señor que estos méritos se aplicaran, por el Santo Sacrificio de la Misa, ordenado por El mismo cuando en la última Cena dijo: “Haced esto en memoria mía”. Por consiguiente, nosotros hacemos en la Santa Misa la oblación sacrificial de la Víctima inmolada en el Calvario, oblación de la Iglesia, hecha por el ministerio del sacerdote, verdadero sacrificio.

jueves, 24 de junio de 2010

Grandeza de la Santa Misa.

“En el mundo, dice Bossuet, no hay nada más grande que Jesucristo, y en Jesucristo no hay nada más grande que su sacrificio; y en su sacrificio no hay nada más grande que el momento en que el Salvador dando un gran clamor dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” y murió. Podemos decir igualmente, considerando que la iglesia es la prolongación de Cristo, y la Misa la prolongación del Calvario, que en el mundo no hay nada más grande que la Iglesia; que en la Iglesia no hay nada más grande que la Misa, y que en la Misa no hay nada más grande que la transubstanciación”. “Qué cosa más admirable, dice Santo Tomás, que este sacramento, en el que el pan y el vino se cambian substancialmente en el cuerpo y la sangre de Cristo, de suerte que el Cristo, Dios y hombre verdadero, se contiene bajo la apariencia de un poco de pan y de un poco de vino”.
“A ejemplo de Jesucristo, cuya preocupación constante fue el sacrificio del Gólgota, el pensamiento de la Esposa de Jesús, la Iglesia, se reconcentra en el altar. Este altar es el centro hacia el que convergen todas las líneas arquitectónicas del templo: en torno del altar la Iglesia compone toda su liturgia que bien puede llamarse “miso-céntrica”.
“El sacrificio de la Misa, escribe M. Desloge, es el acto máximo de la liturgia cristiana, y la Iglesia, divinamente inspirada, no ha encontrado otro medio más excelso para recomendar la dignidad de otros ritos, que celebrarlos en medio del gran misterio del altar” (Liturgia, por Dom Lefebvre).
“Tenemos la obligación de reconocer, dice el Concilio de Trento, que los cristianos no pueden hacer nada más santo ni más divino, que estos divinos misterios, en los que la víctima vivificante, que nos reconcilia con Dios Padre, es inmolada todos los días por el sacerdote en el altar”.
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Participación de los fieles en la Santa Misa.
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La Santa Iglesia desea que los fieles oigan la Misa unidos al sacerdote, pronunciando con él las oraciones, penetrándose como él de los sentimientos litúrgicos, de los saludables consejos, enseñanzas, deseos y aspiraciones que contienen sus oraciones e instrucciones, desea que reciban en sus corazones aquella misma Víctima que han ofrecido. Estas preces van acompañadas de los méritos de súplica y satisfacción de la Santa Iglesia.
Toda la Liturgia de la Santa Misa supone la unión de los fieles con el celebrante: oigamos, por lo tanto, la Misa litúrgicamente, según el espíritu de la Iglesia.
El uso del Misal de los fieles, contribuirá, en gran parte, a la santificación del pueblo cristiano por medio de la Santa Misa.
Que el Corazón de Jesús, hoguera ardiente de caridad, encienda los corazones de nuestros fieles, para que se santifiquen por medio de la Santa Misa y de su participación real que es la Santa Comunión.

miércoles, 23 de junio de 2010

El canto gregoriano fuente de santificación.

“La Iglesia consideró como propio el canto gregoriano, porque lo juzgó capaz de despertar en el ánimo los sentimientos de la devoción, elevando la mente a Dios, ya que, como dice el Abad Gerbert, es uno mismo el fin de la oración y el de la música sagrada; además, porque, deleitando el sentido, no distrae la mente de lo que se canta; y finalmente porque es grave y corresponde perfectamente a los efectos de la piedad religiosa” (Nasoni).
La misma estructura de este canto, a una sola voz, simboliza la unión de todos los cristianos, que no deben ser sino un solo corazón y una sola alma: es la oración del hombre, cuerpo y alma, de la multitud que, pletórica de entusiasmo eleva su voz, la voz de la Iglesia, al Dios uno y trino, plegaria que es escuchada por Dios, porque el canto gregoriano es la expresión más noble y más elevada de los sentimientos del corazón y la manera más apropiada para celebrar la tremenda Majestad de Dios y los dogmas de la Religión.
¡Qué sentimientos de piedad tan profunda se despiertan en el alma al escuchar la oración de un pueblo que implora la misericordia del Señor cantando con piedad y unción los Kyrie Gregorianos! El canto es la expresión más completa, más digna, más gloriosa del homenaje del hombre para con Dios.
La música sagrada, dice San Pío X, tiene como “objeto principal revestir el texto litúrgico de una melodía conveniente; su fin propio es agregar una eficacia mayor al texto mismo, de suerte que los fieles, se incentiven más fácilmente a la devoción, y se dispongan a recoger más abundantemente los frutos de la gracia que son los frutos propios de la celebración de los santos misterios”.
El canto gregoriano hace brotar espontáneamente los sentimientos de alegría o de dolor. Gracias a sus melodías tan diversas y tan ricas, a su ritmo simple y majestuoso, a sus neumas múltiples y variados, el canto oficial de la Iglesia presenta el dogma en toda su majestad, y eleva la piedad al grado más alto de perfección.
“Para que los fieles, dice San Pío X, tomen parte más activa en el culto divino, devuélvase al uso del pueblo el canto gregoriano en lo que el pueblo corresponde. Y es en verdad muy necesario que los fieles asistan a las ceremonias… no como extraños o espectadores mudos, sino penetrados íntimamente de la belleza de la liturgia, de suerte que alternen sus voces con las de los sacerdotes o de los cantores, según las normas establecidas”.

martes, 22 de junio de 2010

La polifonía clásica.

“Hallánse también en grado eminente las supradichas cualidades en la polifonía clásica, especialmente en la de la escuela romana, que en el siglo XVI llegó a la cumbre de la perfección con las obras de Pedro Luis de Palestrina, y que luego continuó produciendo composiciones excelentes desde el punto de vista litúrgico y musical.
“La polifonía clásica se acerca bastante al canto gregoriano, modelo perfecto de música sagrada; por esta razón mereció ser admitida junto con él en las funciones más solemnes de la Iglesia, como son las que se celebran en la capilla pontificia” (San Pío X).
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La música moderna.
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“En todo tiempo ha reconocido y fomentado la Iglesia los progresos de las artes, admitiendo en el servicio del culto cuanto en el curso de los siglos el genio ha sabido hallar de bueno y bello, salvas siempre las leyes de la Liturgia. Por esta razón es también admitida en la Iglesia la música más moderna, puesto que cuenta con piezas cuya bondad, seriedad y gravedad las hace dignas de las funciones litúrgicas.
“Sin embargo de ello, a consecuencia del uso profano a que la música moderna se ordena especialmente, deberá cuidarse con el mayor esmero de que las composiciones musicales de estilo moderno que se admitan en las iglesias no contengan cosa alguna profana, ni ofrezcan reminiscencias de motivos usados en el teatro, y que su forma externa no imite el aire de las composiciones profanas” (San Pío X).
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El canto gregoriano fuente de santificación.
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“Está en la tradición de la Iglesia, dice Loisel, poner la mayor belleza posible al servicio de la oración: lo cual está conforme con el principio de la Liturgia que prepara y magnifica en sus símbolos la naturaleza reparada por la gracia”.
Y la mayor belleza de la oración es el canto.
Los grandes pensamientos no se expresan plenamente sino por el canto: la patria tiene su himno nacional, cuyas melodías hacen vibrar nuestras almas en sentimientos patrióticos. Los católicos tenemos un himno patriótico: el canto gregoriano, que viene resonando en nuestros templos desde los primeros siglos, como eco de los coros angélicos que cantan sin cesar en la patria celestial.

lunes, 21 de junio de 2010

Cuarto Domingo después de Pentecostés.

Santa Misa celebrada en la Capilla de la
Casa de Pastoral de la Parroquia de Santa Bárbara
de Casablanca. Cuarto Domingo después de Pentecostés.
Una Voce Casablanca - Chile

domingo, 20 de junio de 2010

La música sagrada.

Objeto de la música sagrada.
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“Como parte integrante de la Liturgia solemne, la música sagrada tiende a su mismo fin, el cual consiste en la gloria de Dios y la santificación y edificación de los fieles” (Pío X, Motu proprio De musica sacra)
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Cualidades de la música sacra.
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“Por tanto, la música sagrada ha de tener en grado eminente las cualidades propias de la Liturgia; conviene, a saber: la santidad y la bondad de las formas, de donde nace espontáneamente otro carácter suyo: la universalidad.
Debe ser santa, y, por consiguiente, excluir todo lo profano, no sólo en sí misma, sino aún en el modo con que la interpretan los cantores.
Debe tener arte verdadero, porque de otro modo no es posible que ejerza sobre el ánimo de los oyentes el bienhechor influjo que se propone obtener la Iglesia al admitirla en la Liturgia.
Más, a la vez, ha de ser universal, en el sentido de que, aún concediéndose a cada nación que admita en sus composiciones religiosas aquellas formas particulares, que constituyen el carácter específico de su propia música, este debe estar de tal modo subordinado a los caracteres generales de la música sagrada, que ningún fiel procedente de otra nación experimente al oírla impresión de que no sea buena” (Pío X).
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Tres géneros de música sagrada.
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Pío X, en el Motu proprio distingue tres géneros de música sagrada: el Canto Gregoriano, la polifonía clásica y la música moderna.
De estos tres géneros, el Canto Gregoriano es el “supremo modelo de toda música sagrada”.
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El Canto Gregoriano.
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“Reúne, en grado sumo, estas cualidades el canto gregoriano, que es, por consiguiente, el canto propio de la Iglesia Romana, el que ha custodiado celosamente durante el curso de los siglos en sus códices litúrgicos el que ella ofrece a los fieles como suyo, el que en algunas partes de la Liturgia prescribe exclusivamente, el que estudios recientes han restablecido felizmente en su pureza e integridad.
Por estas razones, el canto gregoriano fue tenido siempre por el más acabado modelo de música religiosa; de modo que, con toda razón, pueda formularse esta ley general: una composición musical del género religioso será tanto más sagrada y litúrgica cuanto más se acerque en aire, inspiración y sabor a la melodía gregoriana, y será tanto menos digna del templo cuanto más diste de este modelo soberano”.

sábado, 19 de junio de 2010

Elementos simbólicos de ornamentación.

Nimbos y aureolas.
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Nimbos
son las coronas que en forma de círculo, de disco o de rayos, se colocan alrededor de las Divinas Personas y de los Santos.
La aureola es una especie de nube luminosa que irradia de toda figura, y a la que circunscribe a veces un círculo, otras una elipse, etc. La aureola es símbolo propio de las Divinas Personas y de la Santísima Virgen; el nimbo es peculiar de los Santos, excepto el crucífero, o en forma de cruz, que es propio de la Divinidad.
Los nimbos y aureolas simbolizan la luz, que es Dios, y la santidad que de El deriva a las criaturas.
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Representaciones antropomórficas.
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El cráneo, bajo los pies del Señor crucificado, es emblema de la muerte, castigo del pecado de Adán, y vencida por Cristo Jesús: “Murió la muerte cuando en el leño fue muerta la Vida”, dice la Liturgia.
Un ojo en el centro de un triángulo es símbolo de la Luz infinita y de la omnisciencia de Dios: un ojo en el centro de un nimbo luminoso es emblema del Espíritu Santo: Lux beatissima.
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Representaciones zoológicas.
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Los animales evangélicos: el Hombre representa a San Mateo; el León a San Marcos; el Toro a San Lucas y el Águila a San Juan.
“El cordero representa a Jesucristo, Agnus Dei: ora tendido sobre el libro apocalíptico de los siete sellos, que sólo el Cordero Jesús es capaz de abrir; ora muero sobre una cruz, señal de la inmolación del Cordero Inmaculado; ora sobre un montículo del que fluyen cuatro ríos, símbolo de los cuatro Evangelistas; ora llevando sobre sus hombros una bandera cuya asta es la Cruz; o que la lleva pintada, símbolo de la resurrección del Señor” (Gomá).
La paloma simboliza al Espíritu Santo.
El pelícano representa al Amor, que se desentraña a sí mismo para dar la vida a sus hijos.
La serpiente es representativa del demonio, aparece vencida a los pies de la Cruz, o bajo el pie de María Santísima.
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Flora.
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El lirio es símbolo de la pureza y virginidad; la palma, emblema de la victoria del martirio; el trigo y las vides, emblema de la Eucaristía; los cardos y pasionarias son símbolo de la penitencia y del sufrimiento.

viernes, 18 de junio de 2010

Adoración Eucarística.

Adoración Eucarística y posterior bendición con el Santísimo Sacramento del Altar, efectuada en la Capilla de La Casa de Pastoral, Parroquia Santa Bárbara de Casablanca, ayer jueves 17 de junio.
Cada jueves, los diferentes grupos parroquiales deben hacer la adoración eucarística. Nuestro cura párroco don Reinaldo Osorio Donaire, nos ha cedido cada tercer jueves de mes poder efectuarla como agrupación.
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jueves, 17 de junio de 2010

Fotografía del ayer...

Missa de Requiem del abuelo de un estimado amigo nuestro, miembro de esta agrupación, año 1950, celebrada en la Parroquia de La Matriz, Valparaíso. Un recuerdo del esplendor de la liturgia antigua.

miércoles, 16 de junio de 2010

Las ceremonias del culto.

Las actitudes.
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Estar en pie
es señal de alegría y de respeto; se ora en esta actitud para significar que estamos prontos a llevar una vida de oración y de acción. Se suele orar de pie el día Domingo y en el Tiempo Pascual. El sacerdote, ministro de Jesucristo, celebra la Santa Misa de pie, como sacrificador.
Se ora de rodillas en señal de reverencia, sumisión y humildad. Se ora de rodillas en tiempo de tristeza y de penitencia; cuando está el Santísimo manifiesto, en la Santa Misa, desde la Consagración hasta después de la Comunión del sacerdote; en tiempo de Adviento y en Cuaresma, etc.
Se ora postrado en circunstancias muy especiales, cuando se implora alguna gracia muy especial o en señal de profunda humildad: en las profesiones religiosas, en las ordenaciones, etc.
Se hacen algunas inclinaciones de cuerpo durante la oración en señal de mayor reverencia y humildad; en la consagración, por ejemplo.
El estar sentado no es actitud conveniente para orar. Los fieles pueden sentarse cuando están fatigados, o para escuchar la palabra de Dios en las predicaciones.
Los ministros, mientras ofician en el altar deben estar siempre con las manos juntas, con los brazos recogidos o estirados, según lo indique la rúbrica. Cuando están sentados deben colocar las manos sobre las rodillas. El sacerdote ora con los brazos extendidos en las oraciones solemnes, como oraban los cristianos de las catacumbas.
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Gestos.
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La santa Cruz fue el instrumento de nuestra redención: la Iglesia usa, por consiguiente, con mucha frecuencia el signo de la Cruz en sus bendiciones y consagraciones.
Las reverencias pueden ser inclinaciones de cabeza y genuflexiones sencillas o dobles. Siempre que esté el Santísimo Sacramento expuesto ha de hacerse genuflexión doble.
Mientras el celebrante ofrece, debe, repetidas veces, dirigir su mirada, sea al crucifijo, sea a la oblata, etc.
Los ósculos se usan en las ceremonias en señal de veneración y de respeto: el sacerdote besa el altar, la patena, el misal, etc.
Los golpes de pecho se usan para expresar el dolor y el arrepentimiento.
La Iglesia siguiendo la tradición apostólica, ha querido significar la transmisión de alguna gracia o de alguna potestad con la imposición de manos. Así en las ordenaciones sacerdotales, en las consagraciones de obispos, en el sacramento de la Confirmación el ministro impone las manos sobre los sujetos del sacramento.

martes, 15 de junio de 2010

Los elemento naturales en la liturgia (II).

El aire es símbolo del Espíritu Santo. Cuando Nuestro Señor Jesucristo resucitado se apareció a sus discípulos en el Cenáculo, sopló sobre ellos diciendo: “Recibid el Espíritu Santo”. La Iglesia imitando este gesto del Divino Maestro, introdujo en la liturgia el soplo: el Obispo en la consagración de los Santos Oleos sobre el ánfora del Santo Crisma; sopla el oficiante tres veces sobre el agua que consagra para la administración del Santo Bautismo, para significar la infusión del Espíritu Santo en la materia que servirá para la administración de los sacramentos, sopla finalmente el sacerdote al administrar el Santo Bautismo tres veces sobre el bautizando, “a fin de que salga el inmundo espíritu y dé lugar al Espíritu Santo”.
El bálsamo junto con el aceite de oliva entra en la composición del Santo Crisma. El bálsamo, sustancia aromática incorruptible, se extrae de la corteza de ciertos árboles.
La cera se usa en la fabricación de las velas propiamente litúrgicas. “La cera formada del jugo de las flores por las abejas, en las que vieron siempre los antiguos un símbolo de la virginidad, significa la carne virginal del Divino Infante, que no alteró, ni en su concepción, ni en su nacimiento, la integridad de María” (Don Guéranger).
El cirio principal es el cirio pascual que se bendice el Sábado Santo y que representa a Nuestro Señor Jesucristo resucitado, “lucero que no conoce el ocaso, que lució sereno, para luz del género humano” (Himno Exultet).
El pan y el vino se usan en el Santo Sacrificio de la Misa. El pan ha de ser ázimo, esto es, sin levadura, y de harina de trigo. El vino debe ser de uva y puro.
La sal preserva de la corrupción: se usa en el bautismo y en la bendición del agua lustral.
El incienso es extraído de la corteza de ciertos árboles del Oriente, y, al quemarse, se descompone exhalando suavísimo perfume. En el Templo de Jerusalén había un altar dedicado a quemar el incienso y los perfumes. Los paganos lo usaban abundantemente en sus cultos nefandos.
El incienso representa las oraciones de los fieles que suben al cielo y llegan hasta el Trono del Altísimo. El incienso en nuestros templos impregna el ambiente de piedad y de suavísima fragancia.
La Iglesia inciensa al Santísimo Sacramento, la Cruz, el altar, las reliquias de los Santos, en señal de profunda veneración, inciensa al clero por ser los legítimos ministros de Dios, e inciensa a los fieles, porque estos deben estar unidos al celebrante.
La ceniza es símbolo de dolor y de arrepentimiento. Se usa el Miércoles de Ceniza “en señal de humildad cristiana y como prenda del perdón que se espera”. También se usa la ceniza en la consagración de las Iglesias.

lunes, 14 de junio de 2010

Tercer Domingo después de Pentecostés (II).

Sancta Missa Tridentina celebrada en la Capilla de Nuestra Señora
del Carmen, localidad de Las Dichas, Casablanca, Chile.
Tercer Domingo después de Pentecostés.
Una Voce Casablanca.

domingo, 13 de junio de 2010

Tercer Domingo después de Pentecostés.

La Biblia y la liturgia de este día.
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Sobre la misericordia de Dios, que quiere la salvación del pecador con tal que se arrepienta, léase a Oseas (sobre todo, 2) y a Jonás. Ver Mateo 9.9-13 citando a Oseas 6.6-1, Timoteo 1.15-16. Acudir igualmente al Cuarto Domingo de Adviento (llamamiento a la conversión) y al Quince Domingo después de Pentecostés (la ternura divina).
Sobre el buen pastor, ver el Segundo Domingo después de Pascua.
Sobre la oveja perdida, tema relacionado con el precedente: Números 27.15-17 - Reyes 22.17 - Salmo 118.176 - Jeremías 50.6-7,17 - Zacarías 13.7-9 citado por Mateo 26.31 - Mateo 9.35-58; 15.21-28 - 1 Pedro 2.21-25 según Isaías 53.6
*
Lectura de la Biblia.
1 Reyes 16.1-23; 17.1-52; 18.1-16; 19.1-17; 20.1 a 21.10; 24; 26.1-12; 31.
*
Réspice in me, et miserére
mei, Dómine: quóniam
únicus, et pauper sum ego:
vide humilitátem meam, et
labórem meum: et dimitte
ómnia peccáta mea, Deus meus.
Ps. Ad te, Dómine, levávi ánimam
meam: Deus meus, in te confído,
non erubéscam. V/ Glória Patri.
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Introito (Salmo 24.16,18, 1-2)
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viernes, 11 de junio de 2010

Los elementos naturales en la liturgia.

La luz representa a Cristo Nuestro Señor, que es la luz del mundo, la gloria de los Santos. El Sábado Santo la Iglesia bendice la luz sacándola del fuego, recientemente bendecido.
“¡La hermosa y simbólica luz! Nadie ha usado de ella tan profusa y sabiamente como la Liturgia católica: nadie la ha espiritualizado hasta el punto de hacer de Dios, de su gloria, de su Cristo, de su doctrina, de sus hijos, de la vida y destino de los cristianos, una misma cosa: Luz” (Gomá).
La Iglesia usa en sus ceremonias constantemente el fuego: lo bendice solemnemente el Sábado Santo, día en que se hace brotar el fuego del pedernal, que representa a Jesucristo, piedra angular. El fuego es el símbolo de la caridad divina para con los hombres y de la nuestra para con Dios.
El agua, símbolo de la purificación espiritual, es elemento muy importante en la Liturgia de la Iglesia: se la usa en la administración del Santo Bautismo y al vino que ha de consagrarse, se le mezcla una cantidad pequeña de agua.
Tres clases de agua se usan en la liturgia: agua bautismal, agua lustral y agua gregoriana.
El agua bautismal se consagra el Sábado Santo y la vigilia de Pentecostés; está mezclada con los santos Oleos.
El agua lustral es el agua conocida generalmente con el nombre de agua bendita; se la usa en las aspersiones comunes.
El agua gregoriana se compone de agua, sal, vino y ceniza y se usa únicamente en la consagración de iglesias.
El agua y el vino denotan las dos naturalezas unidas de Cristo; la sal, la celestial sabiduría; la ceniza, la memoria de la Pasión del Señor.
El aceite, símbolo de la gracia de Cristo, se usa en la administración de algunos sacramentos, en algunas consagraciones y como alimento de las lámparas. El Jueves Santo el Obispo consagra solemnemente en la Misa el Oleo de los Enfermos, el Oleo de los Catecúmenos y el Santo Crisma, que se usan como materia en la administración de algunos sacramentos, y para consagraciones y bendiciones de algunos objetos.

jueves, 10 de junio de 2010

Origen y potestad de Orden.


Las funciones litúrgicas son desempeñadas por la Jerarquía de la Iglesia, por derecho de fundación y mandato de Jesucristo fundador de la misma Iglesia.
El clero es la porción escogida por el Señor para el culto litúrgico: la jerarquía, sagrado principado, es la organización del clero en orden a las funciones litúrgicas.
La potestad de la jerarquía deriva del poder sacerdotal de Cristo, Sacerdote Eterno, ungido y consagrado por la unión hipostática. Jesucristo es, pues, el Supremo Pontífice de la Iglesia, Cabeza del Cuerpo Místico. El mismo comunicó su poder sacerdotal a los Apóstoles y sucesores, que son los embajadores de Cristo, y que a través de las edades perpetúan su obra entre los hombres.
Los Ministros sagrados, dispensadores de los misterios de Dios, deben ser, por sus virtudes, dignos del servicio divino, deben ser la sal de la tierra y la luz del mundo, deben llevar una vida inmaculada, santa, sobrenatural.
La Jerarquía, en su estado primitivo, comprendía los tres grados, del episcopado, presbiterado y diaconado. Las necesidades del culto hicieron aumentar los grados de la Jerarquía. Hoy comprende los siguientes:
La Tonsura, que es la iniciación en el clero.
El Ostiario, o portero, guarda las llaves de la iglesia y toca las campanas.
El Lector lee públicamente las lecciones sagradas.
El Exorcista tiene el poder de pronunciar los exorcismos.
El Acólito ayuda a las funciones sagradas, principalmente en la Santa Misa.
El Subdiácono lee las Epístolas; presenta al Diácono la materia del Sacrificio.
El Diácono lee el Evangelio, administra el Bautismo.
El Presbítero tiene el poder de ofrecer el Santo Sacrificio, de perdonar los pecados y de administrar los Sacramentos, excepto el Orden y la Confirmación.
El Obispo tiene la plenitud del sacerdocio; administra la Confirmación y el Orden.
El Sumo Pontífice, Jerarca Supremo de la Iglesia, Vicario de Jesucristo, Obispo de los Obispos, tiene le Primado de Jurisdicción sobre la Iglesia universal.
Toda la Jerarquía se ordena al Santo Sacrificio de la Misa: la Hostia Consagrada es el centro del Sacerdocio Católico.

miércoles, 9 de junio de 2010

Ornamentos sagrados, IV.

Usa la tunicelas, es decir, dalmática y túnica, que son ornamentos propios del diácono y el subdiácono, el Obispo porque tiene la plenitud del orden.
La mitra con que los obispos cubren la cabeza durante las ceremonias, es un ornamento de dignidad y un signo del poder pontifical.
El gremial es una pieza de tela del color litúrgico del día, que coloca el Obispo sobre sus rodillas, cuando está sentado en las Misas Pontificales.
El palio es una faja de lana blanca con seis cruces de lana negra que los Arzobispos colocan sobre sus hombros en las ceremonias más solemnes. Para su confección se usa la lana de los corderos bendecidos en Roma el día de Santa Inés. Antes de ser entregados a los Arzobispos se colocan sobre la tumba del Apóstol San Pedro y son bendecidos por el Papa.
El traje de coro de los Obispos es: sotana morada, roquete, manteleta y muceta moradas, solideo y birrete; en las fiestas mayores usa la capa magna con armiño.
Los obispos llevan en la vida ordinaria el anillo y la cruz pectoral. En funcione litúrgicas usan el báculo.
Además, los Arzobispos tienen derecho de que en las funciones litúrgicas les preceda la cruz procesional.
El anillo significa la unión del Obispo con la Iglesia a quien debe eterna fidelidad: “es el sello de la fe inmaculada”, dice el Pontifical.
La cruz pectoral recuerda al Obispo su dignidad episcopal, que deriva de la cruz, y los deberes para sus ovejas, redimidas por la Cruz.
El báculo es el símbolo de la autoridad.
La candela es una palmatoria con mango largo, que se concede a los Obispos, en las funciones litúrgicas, como una distinción de su dignidad.
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Ornamentos e insignias papales.
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En las grandes ceremonias el Papa usa la falda, el fanón y la tiara.
La falda es una vestidura de seda blanca que el Papa se pone sobre la sotana.
El Papa lleva sobre la casulla el fanón, ornamento de seda, compuesto de dos mucetas.
La tiara es un bonete con triple corona, que representa la suprema potestad del Romano Pontífice.
El Papa es conducido a las grandes funciones en la silla gestatoria y entre dos abanicos de plumas de avestruz llamados flabelos.
El anillo especial que usa el Papa se llama anillo del Pescador, porque lleva grabada la figura de San Pedro, lanzando, desde una barca, las redes.

martes, 8 de junio de 2010

Ornamentos sagrados, III.

La casulla es el último ornamento que el sacerdote se coloca para la celebración de la Misa. Fue en un comienzo un amplio manto redondo con una abertura en el medio para pasar la cabeza. Paulatinamente sufrió modificaciones y simplificaciones hasta llegar a tener la forma actual. La casulla es el símbolo de la caridad, que el sacerdote debe irradiar en todas sus obras: “Señor, tú que dijiste: mi yugo es suave y mi carga ligera, haz que pueda llevarla de modo que merezca tu gracia”. La casulla representa el manto de púrpura que en la Pasión colocaron sobre las espaldas del Señor.
La dalmática es ornamento propio del diácono y la túnica, del subdiácono; ambas tienen una misma forma, semejante a la casulla moderna. Estos ornamentos son del color litúrgico del día. Son símbolo de la alegría. Durante la Cuaresma y el Adviento, el diácono y el subdiácono llevan en su lugar la planeta, o sea, una casulla recortada o plegada en la parte delantera.
El paño humeral es una banda de seda que el sacerdote usa para transportar el Santísimo Sacramento. El subdiácono usa paño humeral del color del día en la Misa solemne, durante el tiempo que tiene la patena, esto es, desde el Ofertorio hasta el Pater Noster.
La capa de coro o pluvial es una gran capa de seda que puede ser de los diversos colores litúrgicos y que el sacerdote usa en la Bendición con el Santísimo Sacramento, en las procesiones, en las Vísperas, y en diversas ceremonias solemnes litúrgicas. Se le da el nombre de pluvial porque antiguamente se usaba en las procesiones para protegerse de la lluvia. La capa de coro es el símbolo de la gloriosa inmortalidad de los bienaventurados en el cielo.
La sobrepelliz es una vestidura blanca, con amplias mangas y que llega hasta las rodillas.
La cota es una sobrepelliz recortada que sólo llega a medio cuerpo y cuyas mangas son cortas.
El roquete es una sobrepelliz de mangas angostas que usan los obispos y canónigos.
El clero se cubre la cabeza, durante algunas ceremonias, con el birrete o bonete.
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Ornamentos e insignias pontificales.
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Además de los ornamentos comunes de los sacerdotes, los prelados y obispos usan las tunicelas, la mitra, los guantes, las sandalias y las caligas o medias litúrgicas y el gremial. Los arzobispos usan el palio.

domingo, 6 de junio de 2010

Corpus Christi.


La Iglesia después del dogma de la Trinidad nos recuerda el de la Encarnación, haciéndonos festejar al Sacramento por excelencia, que , sintetizando la vida toda del Salvador, tributa a Dios gloria infinita, y aplica a las almas, en todos los tiempos, los frutos pingües de la Redención (Or.). Si Jesucristo en la cruz nos salvó, al instituir la Eucaristía la víspera de su muerte, quiso en ella dejarnos un vivo recuerdo de su Pasión (Or.). El altar viene siendo como la prolongación del Calvario, y la misa "anuncia la muerte del Señor" (Ep.). Porque en efecto, allí está Jesús como una víctima, pues las palabras de la doble consagración nos dicen que primero se convierte el pan en cuerpo de Cristo, y luego el vino en su Sangre, de manera que, bajo las Sagradas Especies, Jesús mismo ofrece a su Padre, en unión con sus sacerdotes, la sangre vertida y el cuerpo clavado en la cruz, aunque sabemos que está todo entero bajo las dos especies.

"Comiendo las víctimas, se participa del sacrificio"(1), y así, la Eucaristía fué instituída en forma de alimento (Alel.), a fin de que pudiésemos comulgar de la Víctima del Calvario. La Hostia santa se convierte en "trigo que nutre nuestras almas" (intr.).

Los cristianos participan de vida eterna (Ev.) uniéndose a Jesús en el Sacramento, que es el símbolo de la unidad (Secr.).

Esta posesión anticipada de la vida divina acá en la tierra por la Eucaristía es prenda y comienzo de aquella otra de que plenamente disfrutaremos en el cielo (Posc.), porque "el Pan mismo de los Angeles, que ahora comemos bajo los sagrados velos, lo comeremos después en el cielo ya sin velos (Conc. Trid.).

Veamos en la misa el centro de todo culto de la Iglesia a la Eucaristía, y en la Comunión el medio establecido por Jesús, para que con mayor plenitud participemos de ese divino Sacrificio; y así, nuestra devoción al Cuerpo y Sangre del Salvador nos alcanzará los frutos perennes de su Redención (Or.).

(1) "La celebración de la misa tiene el mismo valor que la muerte de Jesucristo", dice S. Juan Crisóstomo.

sábado, 5 de junio de 2010

Los colores litúrgicos.

A partir del siglo IX la Iglesia fijó definitivamente los colores litúrgicos de sus ornamentos. Estos colores son: el blanco, el rojo, el verde, el morado y el negro; este último se permitió sólo desde el siglo XIII. Posteriormente, el Ceremonial de los Obispos añadió el color rosado, que sólo puede usarse en la Domínica tercera de Adviento y en la cuarta de Cuaresma. Además de estos colores están permitidos el dorado, que reemplaza al blanco, rojo, verde; el plateado que reemplaza al blanco, y el azul que en ciertos países es usa en el Oficio y Misa de la Inmaculada.
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Uso y significado de los colores litúrgicos.
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La Iglesia se ha aprovechado en su liturgia del simbolismo tradicional, tan complejo y sabio, sobre la cromática.
El blanco es el símbolo de la pureza, de la gloria y de la alegría. Úsase en las fiestas de los misterios gozosos y gloriosos del Señor, en las fiestas de la Santísima Virgen, de Ángeles, Santos Confesores, Vírgenes, Viudas, en la dedicación de Iglesias, etc.
El rojo, color de sangre y fuego, es el símbolo del amor y del martirio. Se usa en la fiesta de Pentecostés y durante toda su Octava, en las fiestas de la Santa Cruz, de la Preciosa Sangre, en las fiestas de los Mártires, excepto el día de los Santos Inocentes, a no ser que caiga en Domingo.
El verde es el símbolo de la esperanza y de la vida eterna. Se usa en los Domingos y ferias desde la Octava de Epifanía hasta Septuagésima, y desde la Santísima Trinidad hasta el Adviento.
El morado es el símbolo de la tristeza y de la penitencia. Se usa en las ferias de Adviento y de la Cuaresma, en las Cuatro Témporas, en las Rogativas, en la fiesta de los Santos Inocentes cuando no cae en Domingo, en algunas Misas votivas, en la bendición de candelas, de cenizas y de ramos.
El negro es el símbolo del dolor y del duelo. Se usa en Viernes Santo, y en los Oficios de Difuntos.

viernes, 4 de junio de 2010

Ornamentos sagrados de la Misa.

El amito es una vestidura blanca, de lino, que el sacerdote coloca primeramente en la cabeza y l baja en seguida al cuello y a las espaldas. En su origen sirvió para cubrir el escote de la garganta, pero ahora es un ornamento meramente simbólico que representa la corona de espinas. Su simbolismo se expresa en las palabras que el sacerdote pronuncia al colocárselo: “Coloca, Señor, sobre mi cabeza, el casco de la salud para que yo pueda rechazar los ataques del demonio”.
El alba es una larga túnica de lino blanco. Simboliza la inocencia y pureza de corazón que ha de llevar el sacerdote al celebrar los misterios eucarísticos: “Lava, Señor, y purifica mi alma, dice el sacerdote, a fin de que purificado en la Sangre del Cordero, merezca la alegría de la eterna felicidad”. El alba representa la túnica con que vistieron a Nuestro Señor en el palacio de Herodes, cuando se burlaron de su persona adorable.
El cíngulo es la cuerda que sostiene el alba en la cintura. Simboliza la continencia y la castidad: “Coloca, Señor, alrededor de mis riñones el cíngulo de la pureza, extingue en mi corazón el fuego devorador de la mala concupiscencia a fin de que permanezca en mí la virtud de la continencia y de la castidad”. Representa las ligaduras con que ataron al Señor durante su Pasión Santísima.
El manípulo, vestigio de la mappula, especie de toalla que llevaban los romanos en el brazo izquierdo en ciertas ceremonias, fue en su origen un pañuelo que el celebrante llevaba en el brazo izquierdo en las ceremonias litúrgicas para su uso personal. En el siglo IX encontramos ya el manípulo transformado en ornamento sagrado.
El simbolismo del manípulo se expresa en las palabras que el sacerdote pronuncia al revestirse: “Haz, Señor, que yo merezca llevar el manípulo de las lágrimas y del dolor, a fin de que yo reciba con alegría la recompensa de mis trabajos”. Figura las ataduras que los verdugos colocaron en las manos del Señor.
La estola era entre los romanos una vestidura de distinción y de dignidad. El sacerdote se coloca esta larga faja de seda en el cuello y la cruza sobre el pecho.
La estola indica la dignidad y el poder sacerdotal, por lo que debe usarse en la Santa Misa, en la administración de los Sacramentos, en las bendiciones, procesiones, etc.
La estola es el signo de la inocencia y de la inmortalidad: “Dame, Señor, la vestidura de la inmortalidad que he perdido por la prevaricación de mi primer padre, y aún cuando yo soy indigno de celebrar un misterio tan grande, haz que merezca la gloria eterna”.
La estola recuerda la soga que Nuestro Señor llevó al cuello por las calles de Jerusalén.

miércoles, 2 de junio de 2010

Los lienzos sagrados.

Los lienzos sagrados son: el corporal, la palia y el purificador.
El corporal, así llamado porque sobre él se coloca el Cuerpo y la Sangre del Señor, se extiende sobre el altar desde el principio de la Misa hasta después de las abluciones: en las Misas solemnes lo extiende el Diácono antes del Ofertorio. El corporal ha de ser de lino: es blanco, porque sobre él ha de reposar la Pureza Increada. Cualquier vaso sagrado que contenga la Santa Eucaristía ha de estar siempre colocado sobre un corporal. El corporal se guarda en la bolsa corporal, que, para la celebración de la Misa, debe ser del color litúrgico del día.
La palia es una doble tela de lino blanco, cuadrada, de pequeñas dimensiones, con las que se cubre el cáliz.
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El purificador.
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Es una tela de lino blanco destinada a purificar el cáliz y el copón, los labios y los dedos del sacerdote después de las abluciones.
Los corporales y las palias deben ser bendecidas por el Obispo o por un sacerdote delegado por él; no es necesario que los purificadores se bendigan.
Para enjugarse las manos en el Lavabo, se usa el manutergio, paño blanco que no es sagrado.
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Vestiduras y ornamentos sagrados.
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Origen de los ornamentos sagrados.
Las vestiduras y ornamentos sagrados son aquellos que los ministros de la Iglesia llevan durante las funciones litúrgicas.
En los cinco primeros siglos no había vestiduras especiales para los divinos oficios: los ministros usaban la indumentaria corriente, pero generalmente reservaban vestiduras especiales para las ceremonias.
“En Roma, en el siglo V, el traje ciudadano de las personas oficiales se componía esencialmente de un vestido interior, túnica con o sin mangas, y de la paenula inmenso pardesú sin más abertura que una en el centro de la pieza para pasar la cabeza. El traje del clero romano era absolutamente idéntico a la indumentaria civil de las personas de algún respeto” (Duchesne).
Después de que los seglares modificaran sus trajes, los ministros siguieron usándolos en la forma acostumbrada, y a través de modificaciones muy variadas, tenemos los ornamentos sagrados actuales.
Los ornamentos deben ser bendecidos por el Obispo o por algún sacerdote autorizado o delegado. Cuando los ornamentos se retiran del uso litúrgico deben quemarse, y sus cenizas se arrojan a la piscina; no pueden usarse en usos profanos.

martes, 1 de junio de 2010

Objetos litúrgicos.

El incensario y la naveta.
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El incensario o turíbulo es el instrumento en que se quema y se ofrece el incienso en las ceremonias litúrgicas. A pesar de que el pueblo hebreo ofrecía diariamente incienso al Dios verdadero en el Templo de Jerusalén con culto solemne, sin embargo, la liturgia cristiana comenzó a usarlo sólo después de las persecuciones, por ser el incienso de uso casi exclusivamente pagano, de tal suerte que “ofrecer incienso a los dioses” llegó a ser una frase sinónima de ser pagano o de convertirse al paganismo.
Al principio fu un vaso sin cadenas que los ministros llevaban en sus manos o colocaban delante del altar. A partir del siglo VI se le agregaron las cadenas tal como las llevan actualmente: una de las cadenas sirve para levantar el cobertor del incensario.
La naveta es el vaso que contiene el incienso que se ha de quemar ante el santo altar.
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El acetre y el aspersorio.
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El acetre o caldereta es el vaso que sirve para las aspersiones de agua bendita.
El aspersorio o hisopo es el instrumento con el que se hace la aspersión. Es metálico y termina generalmente en una pequeña esfera agujereada. Se le llama también hisopo, porque antiguamente se usaba una rama de hisopo o de otra planta para asperjar.
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Las vinajeras.
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Las vinajeras están destinadas a suministrar el vino y el agua para el santo Sacrificio. Pueden ser de vidrio, de cristal o de metal. Las vinajeras están colocadas en un platillo que puede servir para el Lavabo. Es costumbre laudable el uso de una cucharita para verter el agua en el Cáliz.
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La campanilla.
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La campanilla se toca en el Sanctus como un eco de los cánticos angélicos, en la Consagración para llamar la atención de los fieles, y para celebrar la venida de Nuestro Señor Jesucristo al altar al Dómine non sun dignus para anunciar a los fieles que se acerca el momento en que el oficiante distribuirá la Santa Comunión.
Cuando está expuesto el Santísimo Sacramento, o cuando en el Altar Mayor se celebra algún oficio cantado, no se tocan las campanillas, si se celebran misas en los altares laterales. El uso de las campanillas data del siglo XVI. En los primeros siglos durante el Canon de la Misa se tocaban las campanas.
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Los vasos de las abluciones.
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Los vasos de las abluciones son el vaso en que el sacerdote se purifica los dedos después de la Comunión de los fieles y el vaso en que vacía las abluciones cuando celebra dos Misas en un mismo día.
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Las crismeras.
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Las crismeras son tres vasos de metal fino para guardar los Santos Oleos: el Santo Crisma, el Oleo de los Catecúmenos y el Oleo de los Enfermos, cuyas iniciales, en latín, S. C., O.S., O.I. van grababas en cada una de las crismeras respectivamente.